Travagliato es un pequeño pueblecito de la provincia de Brescia, a apenas una decena de kilómetros de la capital y a menos de ochenta de Milán, la gran urbe más cercana. Distancias insuficientes para evitar que se trate de una más de tantas localidades de la Lombardía rural, con su alternancia de colinas y llanuras. Sus escasos 15.000 habitantes se reparten entre los que van diariamente a trabajar a la ciudad y los que se dedican a las labores del campo. Tiene cierto renombre, incluso nacional, la feria de ganadería caballar que se organiza allí cada primavera. En materia deportiva, cuenta con equipos en categorías provinciales o hasta regionales, nada más allá de lo normal para una localidad de su tamaño.

En ese ambiente vivía la familia Baresi, padre, madre, dos hermanos y una hermana, Lucia. El mayor de los chicos, nacido en febrero de 1958, era Giuseppe, o como todos le llamaban, Beppe. Dos años más joven, Franchino, más sencillamente Franco. Ocurre a menudo que un hermano sale de un equipo y el otro, por llevar la contraria, se hace seguidor del rival. Con Beppe devoto de los colores negriazules que arrasaban en Europa y en el mundo durante los años ‘60 bajo el mando de Helenio Herrera, Franco optó por el rojinegro de Rivera, Hamrin, Schnellinger y compañía.

Fue uno de los más destacados centrocampistas defensivos de los '80También es habitual que sea el hermano mayor el que vaya abriendo el camino en la vida a los pequeños. Futboleros como eran en la casa, no tardaron en integrarse en el equipo del pueblo. En ese momento la cantera del Travagliato estaba bajo la guía de Guido Settembrino, un ojo experto por cuyas manos, con el tiempo, han pasado nombres como Gianluca Vialli, Paolo Negro o Eugenio Corini. No es de extrañar que el míster detectara su potencial y les animara a probar con un club más grande.

Cuando, en plena adolescencia, los padres murieron, los hermanos no se lo pensaron dos veces y se lanzaron a la aventura, a la ciudad, a intentar abrirse camino en el fútbol. El mayor mandaba, naturalmente, así que, tras contactar con un ojeador, en 1975 se lanzaron directamente a los campos de entrenamiento nerazzurri de Appiano Gentile, sin siquiera plantearse pasar por Milanello. Al fuerte y desarrollado Giuseppe le admitieron; Franco, aún por dar el estirón, apenas levantaba 1,60 del suelo, así que, con su apodo Piscinin (pequeño, en dialecto milanés) a cuestas, tuvo que probar fortuna en la acera de enfrente, donde sí tuvo algo más de éxito. Pero esa es otra historia.

Quince años de gloria

Giuseppe se integró en la cantera del Inter y, poco a poco, fue quemando etapas hasta llegar a debutar con el primer equipo cuando la temporada 1976-77 estaba a punto de terminar, en un encuentro de Coppa Italia que su equipo ganó 0-3 en casa del entonces poderoso Vicenza. Con su carácter luchador, su excelente disposición táctica y su fortaleza física (pese a no llegar a 1,80), no tardó mucho en hacerse un hueco en el centro del campo, o incluso a veces en el eje de la defensa o hasta en algún lateral, como escudero de lujo de nombres con más lustre, como Giampiero Marini o Gabriele Oriali.

Enseguida llegó su primer título, la Coppa Italia de 1978, y casi inmediatamente el Scudetto de 1980, año que vio a los vecinos de su hermano Franco descender a la B por el Totonero, uno de tantos escándalos de apuestas ilegales que han sacudido al fútbol italiano a lo largo de su historia. Beppe se consolidó en la titularidad con el Inter, acumulando en total 559 partidos oficiales con el club, sólo por debajo de cuatro mitos como Mazzola, Facchetti, Bergomi o el incombustible Javier Zanetti. Incluso, entre 1988 y 1992, ostentó el brazalete de capitán, y con él alzó al cielo la UEFA de 1991, la Supercoppa italiana de 1989 y, de nuevo, el título de campeón nacional de ese mismo año, compitiendo y superando al Nápoles de Maradona y al Milan de los holandeses (y de Franchino). Su nutrido palmarés se completa con la Coppa de 1982. Todo en las filas de la Beneamata, a la que se mantuvo fiel toda su carrera, salvo los dos últimos años, en que se buscó un retiro tranquilo en el Módena de la Serie B hasta colgar las botas en 1994.

También tuvo una presencia importante con la selección nacional, con la que debutó en 1979 y participó en la Eurocopa de 1980 (alcanzando las semifinales) y el Mundial de 1986 (quedándose en octavos de final). En azzurro tiene dos espinas clavadas: no haber podido participar en el glorioso Mundial de 1982, debido a que, como él mismo reconoce, se encontraba en bastante baja forma (un exceso de confianza le hizo flojear mucho en los entrenamientos), y haberse quedado sólo en 18 internacionalidades, ya que, tras la decepción de 1986 que costó el puesto al seleccionador Enzo Bearzot, su sustituto Azeglio Vicini le consideró uno de los responsables del mal papel y no le volvió a convocar. Los hermanos coincidieron sólo en aquella Eurocopa de hace 33 años, en la que Franco era jovencísimo y no llegó a debutar.

Siempre en segundo plano

Ese Mundial ‘82 que Italia ganó en el Bernabéu (y en el que Franco estuvo en la convocatoria, aunque no saltó al campo) es, quizás, un símbolo de cómo ha transcurrido su carrera. Ha sido un grande, no hay razón para no considerarlo como tal, ahí están sus números y el cariño que todavía hoy le tiene la afición del Inter para demostrarlo. Pero tuvo la mala suerte de que, mientras él bastante tenía con ser uno de los más destacados centrocampistas defensivos de la Italia de los ‘80, su hermano pequeño se convertía en un líbero capaz de disputarle a Beckenbauer el puesto del mejor de la historia. Así, a día de hoy, excluyendo a los devotos del Biscione que ya tengan una cierta edad, cualquiera a quien se pregunte por Baresi, a secas, evocará en su mente al mito milanista, olvidando por completo la figura de su hermano mayor.

No obstante, la relación fraternal nunca ha sido mala, ni han dejado que las envidias o el hecho de competir para equipos antagónicos les distanciara. Sobre el campo nunca han tenido piques, debido, entre otras cosas, al hecho de que jugaban en zonas muy distantes y rara vez llegaban a enfrentarse directamente. En sus declaraciones públicas siempre han dado muestras de respetarse como adversarios deportivos y de quererse como portadores de la misma sangre. Incluso llegaron a abrir juntos un negocio de calzado en el centro de Milán.

Igual que su hermano, Giuseppe Baresi ha seguido ligado al fútbol tras su retirada. Igual que su hermano, en su equipo de toda la vida. Igual que su hermano, haciéndose cargo de las categorías juveniles, con la esperanza de encontrar un heredero que simbolice lo que ellos han simbolizado, cada uno con sus colores. Beppe fue durante un tiempo segundo entrenador del primer equipo, llegándose a rumorear hasta la posibilidad de hacerse cargo del banquillo en una de de tantas crisis que ha tenido el Inter últimamente. Este año, Mazzarri trae su propio ayudante, así que ha vuelto a integrarse en el cuerpo técnico en un papel secundario, lo que parece el sino de su vida entera. Pero que nadie dude que Beppe siempre va a estar ahí, al servicio del club. Como corresponde a los mitos.

Foto: Baresi, levantando la copa de la UEFA de 1991 como capitán del Inter (Wikimedia Commons).