Qué raro se hace últimamente ver un estadio italiano lleno. Con la que está cayendo en el Bel Paese, en forma de corruptelas de todo tipo y color y de mal nivel generalizado de los equipos que tanta gloria dieron al país y que ahora arrastran la imagen tricolore por el continente, se está viendo lo impensable: la pérdida de interés del pueblo transalpino por el calcio. Por eso, aunque el coqueto y flamante Juventus Stadium suele ser la excepción y presentar entradas notables, no deja de considerarse una buena noticia tener que colgar el cartel de "no hay billetes".

Roma y Juventus, además, se tienen muchas ganas. Pese a la amplia diferencia de palmarés (y de poderío económico) a favor de los blanquinegros, la historia está llena de enfrentamientos, algunos particularmente tensos, entre dos de los equipos más grandes de Italia. Este año, además, la clasificación añade un aliciente: la Roma, invicta antes de hoy, es el único equipo que, hasta la fecha, se atreve a hacerle algo de sombra a una Juve que, por lo demás, se está paseando por la Serie A con una superioridad insultante. Era de esperar un duelo a rebosar de intensidad desde el primer minuto.

Así lo entendió la Roma, que saltó al césped entre los abucheos del público dispuesta a demostrar que la ventaja bianconera en la tabla no bastaba para retirarla de la lucha. Eso pasaba necesariamente por rascar cuantos más puntos mejor, así que la Loba se afiló los colmillos y se lanzó a morder. Tiraron dentelladas de todos los colores, desde Totti hasta Ljajic pasando incluso por Dodô; unas veces la falta de puntería, otras el buen hacer de Buffon, impidieron que la hinchada juventina se llevara un disgusto.

Lo malo que tiene jugar contra un equipo como la Juventus es que sus jugadores son tan, pero tan buenos, que, aunque se la esté dominando con aparente suficiencia, no es admisible un solo despiste, so pena de acabar noqueado. Castán y Dodô olvidaron este axioma un solo instante. Suficiente para que Tévez se hiciera con la pelota, se adentrara en el área por el costado derecho sin que nadie fuera capaz de frenarle y metiera un balón al hueco sublime para Vidal. Otro mínimo fallo, esta vez de Benatia que no tiró bien el fuera de juego, permitió al chileno quedarse completamente solo en boca de gol, en posición válida. Y cuando los que son buenos, además, lo tienen fácil, no suelen fallar.

El marcador adverso no hizo cambiar la actitud de los visitantes, que seguían atacando sin cesar y prácticamente encerrando al líder en su mitad de campo. Pero Ljajic sigue sin parecerse, ni de lejos, al que maravillaba en Florencia; Gervinho, despistadísimo, no dejaba de caer en fuera de juego; y Totti y algún otro se empecinaban o bien en centros imposibles de rematar (gánele usted un balón por alto a Chiellini si se atreve) o bien en disparos lejanos que no suponían mayor peligro.

Incluso al final de los primeros 45 minutos la presión disminuyó y permitió a la Juventus amenazar con redoblar su ventaja. Casi todos los acercamientos blanquinegros se concentraban por el lado derecho, por donde Lichtsteiner y Tévez superaban como querían a Dodô, otro a quien el giallorosso le queda grande. Incluso un pelotazo del suizo impactó en el codo del brasileño, aunque el árbitro acertó al no indicar penalti en una acción claramente involuntaria. Al descanso se llegó con un postrero acercamiento romanista que sintetizó los problemas que viene sufriendo el equipo todo el año: genera juego, se acerca con claridad, pero no sabe rematar.

¿Y Pirlo?, se preguntará el lector avispado. ¿No se había recuperado de su lesión y volvía hoy a jugar? Sí, estar, estaba. Pero en la primera mitad no se dignó aparecer. Los genios pueden permitirse los lujos de dar la cara cuando les apetezca, sabiendo que, tarde o temprano, aparecerán. Lo hizo nada más comenzar la segunda parte, cuando tuvo una oportunidad a balón parado desde la izquierda. Ni chutó directo ni la puso corta al primer palo, como parecía lógico, sino que se le ocurrió lanzar la pelota profunda, donde parecía que su inevitable destino era irse a saque de puerta. Pero Pirlo sabía que su compañero Bonucci es un tipo rápido capaz de llegar al remate. También sabía que Dodô es uno de esos brasileños mediocres en defensa y decentes en ataque, aunque no lo suficiente como para jugar de extremo, así que no les queda otra que ponerse en el lateral a riesgo de ser un coladero. Sumando tantos factores el 2-0 era inevitable.

Monsieur García vio la cosa mal, tan mal como no había visto desde que llegó a la Roma, y optó por hacer no uno, sino dos cambios de golpe. Hizo entrar al campo al delantero Destro, pero en lugar de quitar al desesperante Ljajic escogió a Pjanic, el otro balcánico, en un movimiento táctico para el que aún se está buscando explicación. En la otra sustitución, más comprensible, retiró a Dodô para dar paso a Torosidis. Conte no tenía pensado mover el banquillo tan pronto, pero la lesión muscular de Tévez en un mal gesto al chutar desviado obligó a dar paso al ex romanista Vucinic.

Nada de esto cambió la situación sobre el césped. La Roma seguía teniendo el dominio del balón pero no sabía resolver sus numerosas ocasiones de ataque; la Juve se desperezaba de vez en cuando, sin aparente esfuerzo, y asustaba cuando le daba por contraatacar. Tampoco alteró nada la sustitución del hoy desaparecido Totti por Florenzi, quien no tuvo tiempo de aportar nada, ni positivo ni negativo.

Para colmo de males, los visitantes quemaron en apenas un minuto todas sus opciones de remontada en una jugada absurdísima que, más que torcer un partido que ya tenía mal arreglo, tendrá consecuencias negativas de cara al futuro. Si hay que nombrar a un culpable, éste ha de ser Daniele De Rossi, tipo brillantísimo pero demasiado proclive a cometer auténticas estupideces cuando se le cruza un cable. Vio que Chiellini, un hombre no precisamente famoso por su velocidad, desbordaba por la izquierda y se le ocurrió pararle de la peor manera posible: con una patada criminal a la altura de la rodilla que le valió la roja, y habrá que ver cuántos partidos de sanción. El saque de la falta llegó a la cabeza del propio Chiellini,, y se habría colado en la portería de no ser porque Castán lo evitó... rechazándolo con su mano derecha. Fue inevitable también el penalti, que transformó Vucinic, y la correspondiente expulsión.

De una tacada, la Roma se había quedado con tres goles que remontar y nueve hombres en el campo. Que estuvieron a punto de convertirse en ocho si el árbitro hubiera querido ser riguroso, puesto que la coz que le dio Ljajic a Pogba lo merecía, aunque el señor Rizzoli optó por no caldear más los ánimos y saldar la acción con una amarilla. Daba lo mismo: si con once faltaban ideas para organizar el ataque, no iban a aparecer por ciencia infusa a última hora en inferioridad. De hecho, más cerca estuvo de llegar el 4-0, que habría sido a todas luces exagerado. Rizzoli tuvo piedad y pitó el final en el 90, sin añadir un solo minuto.

Quedó claro con este partido que Juventus y Roma, o más bien Juventus y todos los demás, viven en mundos distintos. La diferencia se llama "fiabilidad". Básicamente, la Juventus es mejor que el resto no porque haga cosas que destaquen (que algo de eso hay también, no vayan a pensar que estamos menospreciando), sino, sobre todo, porque no comete errores. La Roma se equivoca muy poco en defensa, pero la Juventus no falla jamás. El ataque juventino acierta a marcar goles en cuanto hay ocasiones, mientras que la Roma carece de un artillero fiable. Si a la Juventus se le regalan tres oportunidades, va a hacer tres goles, y si arriba se es cándido y generoso en lugar de implacable y letal, no va a haber forma de siquiera empatar. Puede y sabe avasallar al oponente, pero no lo necesita: le basta con no hacer regalos y con aprovechar los que le hagan. Por eso, con la primera vuelta sin terminar, ya tiene ocho puntos de ventaja sobre el segundo (la propia Roma) y el Scudetto ya casi cosido en la camiseta de la próxima temporada.

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