Hay que reconocerle a la Roma un talento especial que, probablemente, poquísimos, o acaso nadie, compartan con ella en la élite mundial del fútbol. Se trata de la capacidad de conservación. El equipo ha de tener, por fuerza, un problema grave en su juego. Con Zeman era la increíble, casi vergonzosa, inseguridad defensiva. Con Andreazzoli, las lagunas de concentración en el minuto 20 (puntualidad suiza) que hundían el trabajo previo y dificultaban levantar el partido en el tiempo restante. Monsieur García ha logrado solvencia en retaguardia, hasta el punto de ser el equipo menos goleado del país, y ha conseguido que la intensidad se mantena constante, reduciendo casi a cero el número de despistes absurdos.

A cambio, y a pesar del marcador de hoy, lo que ha perdido la Roma es poderío en ataque. Parece increíble en una escuadra que promediaba en años anteriores setenta tantos por temporada, pero a la Loba de hoy le cuesta un mundo hacer un gol. Domina con suficiencia el centro del campo, genera miles de ocasiones en cada encuentro, pero carece de un delantero de ésos tipo Falcao, que les centran una lavadora y la remata al fondo de la red. Lo más parecido que tiene es Destro, que, por algún extraño motivo acostumbra a calentar banquillo incluso ya recuperado de sus dolencias. García confía más en Totti, lo cual es lógico porque es el mejor con diferencia, aunque a sus 37 años cada vez le cuesta más marcar la diferencia... y en Gervinho, ese adicto al regate y a la floritura innecesaria.

Ocurre así que, pese a pasarse buena parte del encuentro en campo rival, los giallorossi suelen necesitar alguna acción individual para superar al portero contrario. Por suerte para ellos, han conseguido formar una plantilla en la que las individualidades no faltan. Un ejemplo es el canterano Florenzi, capaz de sacar de la nada obras de arte como el primer gol: una rovesciata ajustada al palo largo, tan sorprendene como inalcanzable.


La otra forma de incrementar su marcador que se le da bien a la Roma es mediante golpes de fortuna. Así llegó el segundo, obra de Totti, con un zapatazo lejano que chocó en Manfredini y se desvió lo suficiente para que Perin no pudiera llegar. Y luego, a veces, se las apaña para aprovechar los errores de sus rivales (algo que, cuando se juega contra rivales medianos como el Genoa, tampoco resulta complicado). De esa manera, montando una contra tras una pérdida de balón que culminó Maicon, llegó el tercero.

Muchos recursos para un equipo al que se acusa de tener carencias ofensivas, pensará el lector. Claro, por eso la Roma va segunda en la clasificación. Imagínense dónde estaría si fuera capaz de aprovechar en condiciones la cantidad de oportunidades que fabrica. La racha de empates de noviembre y diciembre no sería más que producto de la fantasía y la Juventus no podía considerarse campeona con media temporada por jugarse. Por ejemplo, lo de Gervinho, tan peleón y sacrificado como chupón e impreciso, está empezando a convertirse en algo preocupante.

Otro factor de importancia para la mejoría, además, es lo bien que se movió la Roma en el pasado mercado veraniego. Sobre todo en la parte de atrás. Otros jugadores, como el citado Gervinho o Strootman, quizás tengan más renombre, pero las piezas clave para el mejor desempeño capitalino cno respecto a años anteriores son, sin duda, Maicon y Benatia. Del lateral brasileño poco se puede decir que no se sepa ya tras tantos años de carrera; de lo único que se lamentan en Trigoria es de no haberle podido traer hace seis o siete tempordas para convertirlo en el nuevo Cafu. El central marroquí, por su parte, supera con mucho al sobrevaloradísimo Marquinhos, que dejó buenos ingresos con su traspaso; Mehdi no sólo es al menos igual de contundente en el robo de balón y bastante mejor en lo táctico, sino que además aporta algo que faltaba: juego aéreo. Así, rematando de cabeza un córner al más puro estilo Miranda, firmó el cuarto gol nada más comenzar la segunda mitad.

Poco después se vivió uno de los momentos más surrealistas de la temporada, tan extraño como difícil de explicar, y lo protagonizó el Genoa, en el único momento en que le dio por demostrar que la Roma no estaba sola. Aunque fue tan absurdo que la hinchada del Grifo habría preferido ahorrárselo. Matuzalém, que ya tenía una tarjeta amarilla, estaba bastante revolucionado, así que Gasperini optó por sustituirle antes de que la cosa pasara a mayores. Al ex laziale, camino a los vestuarios, no se le ocurrió mejor idea que increpar al público, lo que le valió una nueva tarjeta. Entre tanto su sustituto, Cofie, ya había saltado al campo, pero cuando el árbitro se dio cuenta de que la tarjeta era la segunda, mostró al brasileño (ya en el banquillo) la roja, y al juzgar que los hechos se habían cometido justo antes de que se produjera el cambio, obligó también al pobre Cofie a abandonar el campo. El ghanés pudo salir de nuevo minutos después, en lugar de Bertolacci, pero ya estaban los suyos con uno menos.

Porque sí, el Genoa estaba jugando. O al menos estaba presente en el césped. Ya disculpará el lector pro genovés que apenas se haya hecho referencia a los rojiazules (hoy blancos) en esta crónica, pero es que, literalmente, no hay nada que contar. Por triste que suene, nadie hizo nada destacable, ni para bien ni para mal. Ni siquiera se puede juzgar a Cabral, el último fichaje, un mediocentro caboverdiano nacionalizado suizo que procede del Sunderland inglés, donde llevaba sin jugar desde agosto. Ni él ni niguno de sus compañeros hizo nada que merezca la pena contar, más allá de la estupidez de Matuzalém.

El interés del segundo tiempo era nulo, más allá de estos acontecimientos puntuales. Si el señor Calvarese hubiera decretado el final en el minuto 70 no habría habido quejas. Para que los cronistas tuviéramos algo que contar, Rudi García tuvo a bien hacer debutar a Jedvaj, jovencísimo defensor croata fichado este verano por un dineral, que apunta buenas maneras, y que necesita como el comer una cesión (a su país natal, a un Serie B, adonde sea) para no interrumpir su progreso. La Roma intentaba ampliar aún más la ventaja, por si por un casual la diferencia de goles determinara algo a final de temporada, pero con la carencia de puntería habitual (Destro tuvo un par de remates de esos que son más difíciles de fallar que de anotar); y el Genoa bastante tenía con mantenerse en pie, incapaz de acercarse a menos de 30 metros de la portería. Morgan De Sanctis estuvo tentado de tumbarse en el suelo y echarse una siesta, que la hora invitaba.

Con buen criterio, en una tendencia que por fortuna está convirtiéndose en costumbre, el árbitro optó por no añadir ni un solo minuto, pese a los cambios y al tiempo perdido con lo de Matuzalém. Así evitó sufrimiento al Genoa y aburrimiento a la Roma, que ya había cumplido más que de sobra y había recuperado buena parte de la moral perdida tras el batacazo de Turín. El campeonato sigue pareciendo inalcanzable, y más sin un delantero que la rompa, pero con actuaciones como la de hoy la Loba se consolida como el candidato principal para el que, no nos engañemos, era su gran objetivo: una plaza en competiciones europeas, a ser posible Champions. Del Genoa se esperaba algo más, aunque tampoco mucho.