El partido estaba marcado en rojo por ambos equipos, que llegaban de resultados muy distintos al encuentro. Mientras el Parma venía de golear a domicilio en Bérgamo al Atalanta, la Fiorentina quería resarcirse de la dolorosa derrota sufrida en casa contra el Inter. Además, el conjunto local, que sólo ha perdido en su feudo contra Juve y Roma, tenía la oportunidad de acercarse a los puestos europeos derrotando a un rival directo y teniendo en cuenta que en su casillero tienen un partido menos, el que disputará en abril contra la Roma, aplazado en su día. Mientras, el equipo visitante no quería dejar atrás la estela de la ansiada plaza de Champions.

El partido comenzó con ambos equipos presionando arriba la salida de balón del contrario, dificultando la transición entre la defensa y el centro del campo. En el caso del Parma, esta actitud duró poco menos de diez minutos, lo que tardó la Fiorentina en realizar jugadas de posesión de balón duraderas y empezar a maniobrar con el balón en la zona de tres cuartos. El equipo de Dondadoni se vio obligado a replegarse en defensa y ceder el balón descaradamente, apostándolo todo a las jugadas de contraataque que conseguían realizar con cuenta gotas cuando alguno de los ataques violas era interrumpido por un despeje o robo de balón de sus defensas. Rápidamente, sin mediar con los centrocampistas más de lo necesario, intentaban transportar el balón a un Cassano que apenas contribuía en el juego y que sufría por esa carencia de posesión de su equipo, pero que cuando lo hacía, siempre era con criterio. Amauri tan lejos del área no tenía nada más que hacer que perseguir camisetas violetas. Sin embargo, el equipo de Montella sí siguió con esa presión arriba y robaba la pelota rápidamente, lo que le permitía no sufrir excesivas contras y comenzar la jugada en una posición muy avanzada. Mención especial merecen los tres medios de la Fiorentina. El triangulo de la creación, los cocineros. Todo gira en torno a David Pizarro, que decide (y lo hace excepcionalmente) cómo y hacia dónde transcurre el ataque. Al chileno se le suma otro que habla su mismo idioma (tanto lingüístico como futbolístico) como Borja Valero, que le ayuda a la creación y sirve de nexo con el ataque. Y Aquilani, que tiene buen trato de balón pero no participa ni mucho menos lo que debería, tal vez daño colateral de jugar al lado de los dos primeros, tal vez porque no llega a ese nivel. La electricidad de Cuadrado y un Joaquín que por momentos pareció recobrar ese desborde que le caracterizó no encontraban el acompañamiento de Matri, muy perdido y errático en el pase entre la maraña defensiva del Parma.

Con todo esto, el partido estaba controladísimo por la Fiorentina, a la que sólo le faltaba convertir esa posesión en ocasiones claras de gol. Pero no lo hizo. Como tantas veces le ha pasado a este equipo, las únicas ocasiones de gol vinieron de disparos lejanos de Cuadrado (varios intentos), Aquilani y Valero, ninguno a puerta, y de centros al área sin remate. Con este problema te arriesgas a que en una de esas contras el equipo contrario se adelante, y así pasó. El balón le llegó a Amauri en el lateral del área, desbordó con facilidad a Gonzalo Rodríguez y su pase atrás encontró el oportunismo de Cassano, que empujó el balón a la red cuando ya quedaban seis minutos para el descanso. Poco le duró la alegría al Parma, porque, lo que son las cosas, la Fiorentina aprovechó un contraataque muy bien elaborado para empatar el partido a los dos minutos. Cuadrado empujó un pase de la muerte de Matri al que no llegó Borja Valero y estableció el empate con el que se llegó al descanso.

Si el guión del inicio de la segunda parte lo hubiera escrito Donadoni, seguramente no sería muy distinto a la realidad. Un centro al área sin aparente peligro acabó en penalti de Tomovic a Biabiany. Amauri transformó el segundo para su equipo desde los once metros. Y sin tiempo para que la Fiorentina haga balance de daños, Diakité vio la segunda tarjeta amarilla en el partido y se fue a la ducha antes de tiempo por una falta por detrás a Cassano en campo parmesano, idéntica a la falta de la primera amarilla. 

Cuadrado se encargó desde entonces de toda la banda derecha. Montella decidió juntar a Matri y Mario Gómez arriba, lo que supuso minutos de desconcierto en el juego viola, ya que intentaron llegar al área con balones directos, que la poblada defensa del Parma devolvía una y otra vez. Si aún hay duda de que este inicio de la segunda parte estuviera manejado por Donadoni con alguna especie de magia antigua sólo conocida por él, es gracias a Neto, que repelió un remate a bocajarro de Amauri y que hubiera supuesto un mazazo imposible de contrarrestar por parte florentina. La entrada de Ilicic y Matías Fernández fue una vuelta al estilo propio de la Fiorentina, que volvió a dominar la posesión del balón y a encerrar incluso con uno menos a un Parma que ni mucho menos tenía la intención de que le ocurriera lo mismo que en la primera parte y cerró filas atrás. Las ocasiones seguían sin llegar por más posesión y juego entre líneas que realizaba una Fiore estéril que empezaba a desesperarse. Una falta lejana provocada por Cuadrado le dio la oportunidad a Matías Fernández de arañar un punto para su equipo. Y el chileno la aprovechó. Su disparo espléndido y potente se coló por la escuadra derecha de Mirante, que sólo pudo acariciar la pelota. El beso fue de la red.

En los pocos minutos que le faltaba al encuentro para morir, la Fiorentina daba por bueno el punto salvado y al Parma se le apareció el fantasma de terminar perdiendo un partido que tenía en sus manos, por lo que sólo una absurda pelea entre Munari y Borja Valero, con el resultado de ambos jugadores expulsados, animó unos minutos que seguramente uno y otro entrenador hubieran eliminado. Uno y otro equipo tienen cosas que reflexionar. Los locales, la permisividad de ser dominados en casa de forma tan excesiva. Los visitantes, realizar sólo dos tiros a puerta con tantísimo dominio.

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