Hay que decirlo una y otra vez, a riesgo de ser repetitivos. Aparte de la Juventus, la Roma no tiene rival en la liga italiana. Si se lo propone, si le da por jugar como sabe, es capaz de ganar a quien haga falta y por el resultado que necesite. Hubo quien se temía que la paliza del Bayern iba a suponer un punto de inflexión, pero nada de eso. Todo lo más, algo de resaca que ya se pagó el otro día contra la Sampdoria.

El equipo ni siquiera se vio afectado por ser miércoles, un día poco usual para volver al trabajo si la profesión de uno es la de futbolista (o la de cronista futbolero). Tampoco fue traumático el hecho de que Monsieur García hiciera una especie de revolución dejando en el banquillo a algunos de los titulares habituales para darle oportunidades a gente como Skorupski, Iturbe o incluso Destro. La Roma tiene una serie de rutinas aprendidas y el cambio de cromos acaso se puede notar en la brillantez, pero nunca en la eficacia.

Y más si enfrente el rival de turno es del calibre del Cesena, encuadrado en la clase baja dentro de la escabrosa mediocridad que es la Serie A más allá de los dos punteros. Este recién ascendido no cuenta con absolutamente ningún jugador que tenga algo de renombre fuera de las fronteras italianas. Y eso, ante una defensa particularmente férrea como es la romanista, se nota. Djuric y Succi (este último entrado a última hora en lugar de Marilungo, que se lesionó en el calentamiento) son dos delanteros del mismo perfil: altos y pesados, sobre todo el bosnio, con no demasiada movilidad, más capaces del remate estático que del desborde. De manera que se requiere una segunda línea capaz de suministrar buenos balones colgados, algo de lo que el club romañol carece.

Como tampoco tienen los blanquinegros una retaguardia capaz de mucha resistencia. Bastó con que, en la primera que tuvo, Gervinho hiciera lo que mejor sabe, que es correr y correr y seguir corriendo, para ganar por velocidad a su par, recoger un buen pase al hueco de Torosidis y plantarse junto a la línea de fondo sin que nadie le tosiera. Allí, un simple toque de derecha fue suficiente para meter el balón en el área pequeña, donde Destro, libre de marca, no tuvo más que empujarlo y abrir el marcador. Tan sencillo le pareció el gol al ariete que ni se atrevió a celebrarlo mucho, para no pecar de prepotente.

Llegados a este punto, normalmente la Roma pisa el acelerador y mete al menos otro gol, para poder pasarse el resto del partido sesteando y reservar energías para esfuerzos más importantes. Y más cuando la lata se ha abierto antes incluso de superar el minuto 10. Intentarlo, lo intentó, no cabe duda. De hecho, Destro marcó otro, rematando de cabeza un saque de falta de Pjanic, pero se le anuló por fuera de juego. De todas formas, se notaba que faltaba algo. En lugar de por el centro, por donde suele intentarlo un equipo que planta un 4-3-3 sin más extremos que el inclasificable Gervinho, la legión de Monsieur García probaba a entrar por los costados. Es comprensible, no estaba Totti. El que andaba por ahí era Iturbe, a quien se le nota voluntarioso pero todavía no termina de encontrar la fórmula para integrarse totalmente.

Nada que temer

Tampoco preocupaba demasiado a los giallorossi la incapacidad que estaban mostrando hasta entonces para perforar de nuevo la portería de Agliardi. Más que nada, porque aunque corta, la ventaja era suficiente, ante el nulo peligro que suponía el Cesena. Un dato es elocuente: el primer tiempo terminó con un 71% de posesión de balón para los de casa. La hinchada sufría más por el riesgo de lesiones de sus hombres, como la que llevó a Astori al banquillo con un posible tirón muscular, que por el muy improbable empate.

Aun así, más valía prevenir, y la Roma siguió atacando. Chutó Florenzi, que se encontró con un par de buenas manos del portero. Chutó muchas veces Torosidis desde lejos, casi todas se le fueron desviadas. Chutó en alguna que otra ocasión hasta Gervinho, con su mala fortuna habitual. Se reclamaron un par de penaltis en el área visitante, aunque ninguno pareció serlo. Por cubrir la cuota, chutó incluso el recién entrado Hugo Almeida, en el único despiste de la defensa romana, que ante un delantero de más nivel podría haber supuesto un disgusto.

Tanto se chutaba que al final, por pura estadística, tenía que caer el radoppio. Llegó, cosa rara, de córner. Florenzi sacó al tercer palo y Yanga-Mbiwa se las apañó para evitar que la pelota se fuera a saque de puerta, con tan buena fortuna que su toque desesperado de cabeza cayó directamente en De Rossi. Éste, sin nadie que le molestara, sólo tuvo que esforzarse un poco más que Destro en el primer tiempo; el balón iba algo elevado, así que hubo de levantar su pierna para que el segundo gol subiera al marcador.

Este tanto fue tan tardón que, literalmente, no dio tiempo a nada más. En realidad no importaba, ya estaba todo resuelto: el Cesena podía incluso respirar aliviado por no haberse llevado un saco. Y la Roma sentía que estaba jugando de nuevo en el estadio Luigi Ferraris, donde la Juve visitaba al Genoa y llegaban buenas noticias: un 1-0 para los rossoblù, en el último minuto, que permite a los capitalinos recortar la diferencia perdida tras aquella infausta visita a Turín y colocarse de nuevo en cabeza de la clasificación, empatados a puntos con sus máximos rivales. ¿Quién dijo que el Scudetto estaba ya sentenciado?