Bajaban las aguas muy revueltas últimamente por Trigoria. La eliminación en Champions, tras desaprovechar una oportunidad clamorosa en Moscú, y el sufrido y muy decepcionante empate en casa contra el Sassuolo, tenía al pueblo romanista con la mosca detrás de la oreja. De Sanctis se las come, los griegos son mediocres, hace falta un lateral, los mediocentros no tienen compromiso, no hay gol. Nadie se libraba de las críticas en un equipo que de pronto, a ojos del muy bipolar público capitalino, se había convertido en un montón de vagos indignos de la camiseta, pese a seguir segundos en liga y permanecer vivos en Europa después de pasar por el grupo más difícil. Imagínense cómo de tenso estaría el panorama que no quedaban impunes ni Monsieur García ni el mismísimo Totti.

Lo bueno para la Roma en estos casos es que está tan por encima de casi todos sus rivales que a medio gas puede permitirse una victoria balsámica, una goleada reparadora si le da por sudar un poco. Lo malo es ese "casi", en el que esta temporada se ha instalado la ciudad de Génova. De la visita a la Sampdoria, los giallorossi sobrevivieron con un mísero empate a 0, y el regreso al mismo estadio para enfrentarse a los vecinos no parecía augurar nada mucho mejor, toda vez que los ligures estaban clasificados en el cuarto puesto antes del partido de hoy y venían practicando un fútbol quizás no brillante, pero sí muy eficaz.

El partido arrancó con un intercambio de golpes que a duras penas permitía adivinar por dónde iban a ir los tiros. A cada acción en un área se respondía con otra en la contraria, sin llegar a generar verdadero peligro en ninguna de ambas, pero sí despertando cierta inquietud en los guardametas. Cabe destacar la labor de Maicon, que demostró estar a años luz de cualquier otro de sus competidores por el puesto en el lateral derecho, sobre todo en la faceta ofensiva: casi todos los ataques de los suyos vinieron por este costado.

El partido, sin embargo, se puso patas arriba en una suerte que no suele practicar en exceso la Roma: el juego interior. Pjanic adivinó un desmarque de Nainggolan y le puso un buen balón al que éste llegó sin problemas, completamente solo, dentro del área. En su salida desesperada, Perin no pudo evitar derribarle. El reglamento quizás debería revisarse para evitar tan desproporcionado castigo, pero mientras no lo haga, el penalti y la correspondiente expulsión en casos como éste son clarísimos. Hubo de salir el guardameta suplente Lamanna, a quien dejó su puesto el atacante gallego Iago Falque, casi inédito hasta entonces.

El estreno soñado

En atención a que se trataba del debut en Serie A del portero recién entrado, aceptaremos que detener el lanzamiento fue acierto suyo, más que la enésima decepción de un Ljajic que no deja de desaprovechar las muchísimas oportunidades que le dan para que demuestre de una vez que vale la millonada que pagó por él la Roma hace ya un par de veranos. En todo caso, pese a no marcar en ese momento, su equipo consiguió la ventaja de continuar el resto del partido con un hombre más.

Por ese motivo, durante el resto del primer tiempo fue la Roma la que tuvo la sartén por el mango, encadenando una jugada de ataque tras otra. Tarde o temprano tenía que caer el gol, y lo logró Nainggolan, que estaba siendo de largo el mejor de los suyos, en un bellísimo remate acrobático a un buen centro, cómo no, de Maicon. Cabe achacar parte del mérito también a la diosa Fortuna, que se bajó del Panteón para echar una mano, porque semejante escorzo tiene tantas posibilidades, si no más, de irse al tercer anfiteatro como de salir raso y tan pegado al poste que ni la mejor estirada lo puede atrapar.

Todavía se pudo ampliar más la ventaja antes del descanso. Pero a la vuelta, por algún motivo que sólo García y los suyos comprenden, la Roma no fue a ampliar la ventaja y asegurar la victoria sin riesgos, sino que bajó el ritmo. Esto al principio no le supuso demasiados problemas, porque se limitó a mantener la pelota sin acercarse al área genoana, pero a la larga los de casa se hicieron dueños del partido y pusieron en apuros a De Sanctis.

Exceso de agresividad

No obstante, los locales, desquiciados por la inferioridad numérica y por alguna que otra decisión discutible del árbitro (como la expulsión por protestas de su entrenador) tampoco tenían nada claro por dónde meterle mano a una Loba que no tenía ganas de morder más. Ni siquiera la salida al campo de Totti cambió mucho el panorama: el Capitano protagonizó un gesto bonito al permitir que Keita permaneciera con el brazalete, pero más allá de eso no tuvo ni tiempo ni muchas ganas de aparecer.

El partido se cerró a alto voltaje, con una lluvia de tarjetas por encontronazos más fuertes de la cuenta, y con polémica por un gol de última hora que marcó Rincón pero que parece bien anulado por fuera de juego. La tensión acumulada desembocó en dos gestos feos: La peineta que dedicó Holebas a la grada cuando se disponía a entrar en el túnel de vestuarios, y las declaraciones después del partido del presidente genoano Preziosi, que habló de "arrogancia arbitral" e insinuó "mafias de la capital". Es preferible quedarse con el fútbol, con lo puramente deportivo, y recordar este partido tanto por el empuje y actitud de los locales como, sobre todo, por la maravilla de un Nainggolan de quien no se comprende cómo es posible que no sea titular fijo en la selección de su Bélgica natal.