Hasta hace apenas unos días, hablar de Benfica era sinónimo del trabajo bien hecho, de cómo un equipo se puede sobreponer a la venta de los jugadores que componen la columna vertebral del equipo y hacer un juego atrevido y brillante para plantarse en las últimas jornadas con la clara posibilidad de lograr el título de liga y llegar a la final de la Europa League. Conversar sobre Jorge Jesús, Cardozo, Lima Matic o Salvio era hacerlo sobre jugadores de referencia que han marcado las diferencias en los distintos campeonatos. Los nuevos pilares de las águilas.

Sin embargo, a 48 horas de la final de la Taça portuguesa más que de fútbol se habla de maldiciones,  de cerrar como sea el partido antes de llegar a los fatídicos minutos finales, de Bela Guttman, de romper la “mala pata” que acompaña al equipo de la Luz en los partidos decisivos.

Es cierto que desde la institución y su entorno no se comenta nada en este sentido, todo va encaminado a generar esperanza y darle valor a lograr un título. De hecho, Petit, que fue jugador de Benfica en la última ocasión en la que logro levantar el título de copa, en el 2004, ha querido poner en valor la competición en unas declaraciones hechas a la agencia Lusa. En ellas afirma que el “objetivo de este año era ganar el campeonato” aunque es “mejor ganar un título que acabar la temporada sin ninguno”.

Un partido especial

La final de la Taça portuguesa siempre  ha sido un partido especial más que por el título, que también, porque está considerado como la fiesta del fútbol portugués. Una fiesta de la que disfrutan las aficiones y donde no siempre gana quien se espera. Sin ir más lejos, casi nadie esperaba el curso pasado que Académica de Coimbra ganase a Sporting de Portugal, pero lo hizo. La magia del futbol, los conjuros de la Taça.

En esta ocasión Vitoria de Gimarães aparece como la víctima, como un lobo disfrazado de cordero que ha puesto toda la presión sobre el equipo que dirige Jorge Jesús. No obstante mal haría Benfica si no tuviese en consideración al equipo rival, sobre todo, después de las dos últimas decepciones.

La mejor noticia que puede tener los encarnados es la confirmación de que Óscar Cardozo, el máximo goleador de equipo y el faro guía del ataque de las águilas, será de la partida en la final después de superar unas molestias que tenía en el pie derecho tras un golpe sufrido en el último partido de liga frente a Moreirense. El equipo ya llevas unos días preparando el partido, aunque llevarán a cabo su último entrenamiento en el escenario de la final, el Nacional de Jamor, a las 10 de la mañana del sábado.

En cuanto a la alineación, no se espera que Jorge Jesús haga demasiados cambios con respecto a lo que ha venido mostrando en las últimas jornadas. Así es previsible que sean Luisão y Garay quienes ocupen el centro de la zaga, con Maxi Pereira y Melgarejo en los laterales. Matic y Enzo Perez a los mandos con un línea de tres ocupada por Salvio, Lima y Ola John y Cardozo en la punta.

La presión, elemento clave

A priori y en base a los últimos acontecimientos, existe un elemento exógeno que puede declinar la final. Y ése no es otro más que la comprobación de si los jugadores van a poder sobreponerse a la presión extra que puede tener de haber perdido dos títulos en tan poco tiempo. Si se llega a los minutos finales igualados en el marcador, esto puede resultar un factor clave para que la final caiga de un lado u otro.

En cuanto al fútbol, las águilas se van a encontrar a un rival agazapado atrás a la espera de posibles errores para contragolpear contra la puerta de Artur. Ahí, serán muy imporantes la paciencia de Nemanja Matic y de Enzo Pérez, lo encargados de que el balón circule con entusiasmo, rapidez y sentido. Además, antes defensas cerradas serán vitales las bandas. Que los medios abran rápido a los extremos, a Salvio y Ola John, para aprovechar su velocidad, sus centros, sus disparos y sus uno contra uno.

Del mismo modo, habrá que tener mucho cuidado con los balones parados y las faltas de concentración que, en definitiva han sido las que han hecho perder dos títulos a las águilas. Por tanto, el fútbol debe ser quien mande y quien decida y no maldiciones sin sentido.