El entrenador vimanerense, Rui Vitoria, afirmaba en la rueda de prensa anterior al encuentro que ganar la final de la Taça era “un sueño” que esperaba cumplir. Calderón de la Barca tenía por costumbre bajar las conciencias voladoras al suelo diciendo aquello de los “sueños, sueños son” y Shakespeare, nos inundó con el sueño de una noche de verano. Ahora bien, Gimarães vivió el sueño de una tarde de mayo en el estadio Nacional. Todo unido por un dios perezoso y juguetón, Morfeo, que tuvo a bien hacer volar a Vitoria hacia las mieles del éxito y dejar a Benfica varado en los lodos de las pesadillas.

Aunque lo cierto es que no se tuvo que esforzar demasiado para hundir a Benfica, porque realmente quien lo hizo fue su propio entrenador. Hoy vimos y vivimos la peor cara de Jorge Jesús, el miedoso, el que especula con el marcador, el que no tiene los arrestos suficientes para ir a por el partido cuando lo tiene todo en su mano, el que ha llevado a su equipo a tener cierta ansiedad frente al éxito.

En la segunda parte, la del desastre, el míster benfiquista parecía un conejo escondido en la madriguera de Alicia, es decir presuroso por asegurar la Taça y miedoso en cuanto a perderla.

Sacó a Cardozo en el 69 y metió a Urreta, otro medio para controlar un partido que ya entonces no tenía vida, no había mordiente. La intensidad la ponían los blanquinegros que luchaban los balones divididos mientras los jugadores encarnados se enrocaban en ver pasar el tiempo, en lugar de intentar poner más tierra de por medio.

Y claro cuando sólo te miras al espejo se te se pasan los detalles y Artur debía estar mirándose porque el fallo en el despeje del primer gol es imperdonable. Su mala entrega en el minuto 79 puso el balón en los pies de Crivellaro que sirvió a Soudani para que diese cumplida venganza a la vanidad, la pereza y la falta de valentía. Gimarães empataba el partido, la grada se volvía loca y el miedo se hizo dueño de las águilas. Esta melodía les recordaba a una que ya habían escuchado antes.

Lo que no sabían es que hoy el destino iba a volver a ser cruel con el sentimiento encarnado. Dos minutos más tarde, en el 81, Ricardo remataba desde fuera del área, un lanzamiento bastante sencillo para el portero, salvo por un pequeño detalle: la pierna de Luisão, que envenena el balón para que terminase en la red de Artur y superar el gol de Gaitán. Había tiempo para poder remontar, pero el ánimo del equipo murió con el segundo gol. No hubo ni una sola oportunidad que inquietase a Douglas, nada. Las aguílas más que rapaces erán mascotas enjauladas, sin dirección y sin capacidad para levantarse por sí sólos.

Porque lo cierto es que el partido tuvo dos partes bien diferenciadas. Una primera en la que se vio a un Benfica parecido al de la temporada, mandón, con ganas de meterle intensidad al juego y buscando ventilar por la vía rápida el encuentro, así llegó el gol de Gaitán. En una de esas embestidas por la derecha el balón quedó suelto a la altura de la media luna y Gaitán la empaló para batir a Douglas.

Sin embargo, la segunda fue como un partido de baloncesto en el que el equipo que va ganando intenta hacer las cuatro esquinas y ver pasar el reloj, sólo que está vez la ventaja no era muy grande y las ganas vimanarenses eran más grandes que el control del Benfica.

Después del desastre toca levantarse y después de la Victoria, Vitoria debe disfrutarla. Su primera Taça bien merece una gran fiesta aunque recuerden “a veces los sueños se cumplen”. Rui Vitoria ya lo sabe.

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Sobre el autor
Miguel Á. Ortiz
Licenciado en periodismo, antes seducido por la historia y con un máster en Periodismo deportivo, sigo buscando la oportunidad de contar historias. He encontrado el mejor sitio: Vavel.