Béla Guttmann es uno de los grandes entrenadores de la historia. Que sus mayores éxitos llegaran en la década de los 60 es un hecho que contribuye a que poca gente conozca la existencia de este técnico, nacido en Budapest, imperio austro-húngaro, el 27 de enero de 1899 en el seno de una familia judía. Recibió nociones artísticas de sus padres, que eran bailarines, y a los 16 años ya poseía el título de profesor de danza clásica. Pero Guttmann pronto tuvo claro que prefería bailar con la pelota en los pies y se hizo futbolista. Centrocampista, concretamente.

Destinado al ostracismo

Con apenas 22 años ya había ayudado al MTK de Budapest a conquistar dos Ligas, pero tuvo que huir de su país debido a la persecución a la que se veían sometidos los de su etnia. Fichó por el Hakoah de Viena, con el que tras ganar una liga realizó una gira por Estados Unidos. Muchos jugadores se quedaron a vivir en América y uno de ellos fue Guttmann. Allí vistió la camiseta de varios clubes, aunque los hechos más reseñables de su vida en esa época fueron extradeportivos: regentó un “speakeasy” (un local de producción y venta de bebidas alcohólicas) y se arruinó por completo debido al “crack” del 29. Acto seguido regresó al Hakoah vienés, y la siguiente década la vivió a caballo entre Austria y Hungría, en donde pasó sus últimos días como futbolista y entrenó a varios clubes.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, por lo que hay un agujero en la biografía de Guttmann entre ese año y 1945. Únicamente se conoce que perdió a un hermano en un campo de concentración nazi, pero el protagonista de este reportaje nunca desveló su paradero durante ese período. En 1946 pudo volver a entrenar. Su carrera en los banquillos de Hungría fue meteórica, puesto que dirigió a tres de los cuatro grandes conjuntos magiares. Luego se hizo cargo del Padova y de la Triestina italianos, del Quilmes argentino, del APOEL de Nicosia chipriota y del AC Milan, del que fue destituido en su segunda temporada al frente del equipo lombardo cuando iba líder del Calcio. En la rueda de prensa posterior declaró, lacónicamente: “He sido despedido aun cuando no soy un criminal ni un homosexual. Adiós”. No sería la última ocasión, ni la más célebre, en la que abandonaría de malos modos un combinado al que había llevado a lo más alto.

Rompiendo marcas y moldes

En 1956 se inició su etapa más gloriosa y aquella por la que aún hoy se le recuerda. Entrenó al Honved, que contaba con la mejor generación de futbolistas húngaros de todos los tiempos, con Puskás, Czibor y Kocsis a la cabeza. Posteriormente se hizo cargo del São Paulo, y reza la historia que fue él quien implantó en Brasil el novedoso sistema 4-2-4, con el que “A Canarinha” se alzaría con el Mundial del 58. Justo ese año, Guttmann llegó a Portugal. Recaló en las filas del FC Porto, al que convirtió en campeón de Liga en su primera campaña como entrenador de “Os Dragões”.

Pero el Benfica, su eterno rival, se hizo con sus servicios. El técnico húngaro llevó a cabo una auténtica revolución en los lisboetas: cambió a veinte miembros de la plantilla con la que se encontró a su llegada por otros tantos futbolistas jóvenes, entre ellos el mozambiqueño Eusebio, uno de los más grandes de la historia, cuya existencia conoció Guttmann en una barbería, si nos atenemos a la leyenda. Ese fue el punto de partida de un Benfica que rompió la hegemonía del Real Madrid a nivel continental, pues a las cinco Copas de Europa de los blancos les sucedieron dos de “As Águias” en 1961 y 1962, con Béla Guttmann en el banquillo y, precisamente, ante Barcelona y Real Madrid.

La maldición

La hazaña fue tan meritoria e inesperada que el presidente de la entidad había pactado con la plantilla primas por revalidar el cetro continental, pues se antojaba como un objetivo poco menos que imposible. Pero se logró, y el máximo mandatario benfiquista no quiso cumplir su palabra cuando Guttmann acudió a pedirle cuentas. Como respuesta, el entrenador se negó a renovar y lanzó una maldición cuyas consecuencias aún se dejan sentir en nuestros días: “Ni en los próximos cien años volverá el Benfica a ganar una Copa de Europa”. Dicho y hecho: siete finales continentales, siete derrotas; cinco en Copa de Europa, una en Copa de la UEFA y la Europa League de este 2013. Lo que comenzó siendo una bravuconada se fue dilatando en el tiempo, incluso tras la muerte de Guttmann en 1981, y ha llegado a representar el mayor quebradero de cabeza de los seguidores del Benfica. No solo de los aficionados, sino de los propios futbolistas. Buena prueba de ello fue que el mítico Eusebio, “La Perla Negra”, acudiera a implorar clemencia a la tumba del que había sido su entrenador, antes de disputar una final de Copa de Europa contra el Milan en 1990. De nada sirvió.

La maldición de Béla Guttmann es una losa cada vez más pesada para el club que en la actualidad entrena Jorge Jesus. Desde 1962 han pasado tan solo 51 años, así que apenas se ha cumplido la mitad de la malévola profecía. No obstante, la tozuda realidad dicta que el dicho “No hay mal que 100 años dure” continúa vigente. Desde allá donde esté, Béla habrá observado el cabezazo de Ivanovic en el descuento que acarreó una nueva desdicha europea del Benfica con una sonrisa socarrona de superioridad. Y es que el fútbol es uno de esos ámbitos en los que la realidad acostumbra a superar a la ficción. Por eso gusta tanto.

Fotos: Primera lista 20 minutos, segunda UEFA.