Dice el refranero español que “los duelos con pan, son menos”. Y aunque el Oporto sea un conjunto lusitano, su victoria frente al Estoril en la Taça de Portugal responde a la perfección a esta cita de sabiduría oral. Los de Paulo Fonseca dejaron a un lado su última derrota en liga frente al Marítimo y su amenaza de suspensión en la Taça de la Liga para superar los cuartos de final del torneo copero.

Los blanquiazules se salieron con la suya luego de culminar una remontada que no llegó hasta el minuto 87, cuando Ghilas envió el balón al fondo de las mallas de Vagner. Pero antes de esa redención, el Oporto vivió un encuentro con dos mitades diametralmente opuestas. El letargo con el que arrancó le costó un gol en contra, tanto que acabaría contrarrestando gracias a una segunda mitad en la que sin brillo y logró imponer su mayor fondo físico frente a un Estoril que mantuvo el tipo.

La cabeza de Paulo Fonseca seguirá un tiempo más en su sitio. Pero dentro de ella permanecerán los pensamientos sobre el juego del equipo, anclado en la irregularidad. Tal y como sucedió cuando era entrenador del Paços de Ferreira y el Aves, el técnico luso usó la Taça para aplacar sus quebraderos de cabeza. Lo que no olvidó fue volver a ponerse la bata de científico, para volver a experimentar una vez más con el once inicial, una situación que le impide dar con la tecla que el equipo necesita.

Diego Reyes y Licá, titulares

La inestabilidad es uno de los principales síntomas del cuadro médico que padece el Oporto. La negativa de Paulo Fonseca a tener de mano una alineación tipo está detonando cualquier atisbo de regularidad en el rendimiento portista. A esto hay que añadirle el escaso empaque y la falta de agresividad en ciertos momentos. Con este cóctel está partiendo el equipo portista en el inicio de los últimos partidos que ha disputado. Frente al Estoril, la situación no acogió excepciones.

Las dudas volvieron acomapañar al Oporto en el inicio

Las principales novedades en el once del técnico blanquiazul fueron Licá y Diego Reyes. Dos jugadores de corte opuesto cuyo rendimiento resultó dispar en la primera mitad. El avanzado otorgó cierto empuje a las contras de los locales, mientras que el mexicano bordó la calamidad al verse superado continuamente por los atacantes del cuadro canario. El primer agobio que registró el cuadro portista fue la incapacidad para ver gol puerta. Cada tarde de partido salen con la misma necesidad de un tanto que sirva de ansiolítico para sus dudas.

Intentaron cumplir esta premisa Quaresma y Licá. Ambos se entendieron a la primera en el acto inaugural, y una combinación suya en el 14’ de partido estuvo a punto de significar el primer gol del partido. Pero Vagner estuvo lo suficientemente atento para llevar a mal fin esta jugada.

La psicología del gol previo al descanso

La réplica no se hizo esperar, y así, en el minuto 20, el Estoril gozó de una oportunidad única para ponerse delante. Al exportista Sebá le tembló el pulso ante Fabiano y fue incapaz de definir en una muy buena contra. Tres minutos después llegó la peor noticia de la noche para el equipo portista. Carlos Eduardo tuvo que dejar el terreno de juego luego de no recuperarse tras chocar con Balboa.

A este imprevisto, el Oporto tuvo que añadirle en el minuto 26 el primer gol del Estoril. El autor del mismo fue Babanco, quien picó el balón ante Fabiano como el mejor de los arietes. El caboverdiano no malgastó un sensacional pase de Yohan Tavares, que dejó en entredicho la capacidad de la defensa de los dragones para guardarse las espaldas.

La grada reaccionó ante este golpe. El mayor grupo de animación del Dragao, los Super Dragoes, desplegaron poco después del tanto del Estoril una pancarta con el siguiente mensaje: “Será que estamos a ser Porto?”. Una pregunta con la que cuestionan el rendimiento de los jugadores portistas en los últimos encuentros. Un toque de atención de la afición a un equipo que puede dar mucho más de sí.

Esta advertencia causó efecto en las filas locales, ya que a partir de verse en contra, empezaron a trabajar de otra manera. Tardaron en carburar, pero poco a poco emepezaron a llegar las oportunidades. Al final, de tanto ir a la fuente, el cántaro acabó por romper. Así, el Oporto anotó un gol psicológico en todos los sentidos en el 43’, obra de Quaresma, quien llegó desde atrás para finalizar una jugada llevada a base trompicones, en la que el balón parecía que nunca iba a entrar.

Pancarta desplegada por los Super Dragoes tras el gol del Estoril.

La victoria llegó desde el banquillo

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Tras el descanso, el Oporto mostró una versión de sí misma mucho más combativa. Tiró de fuerza en ataque y de evitar complicaciones atrás. Poco a poco fue quitándole dominio territorial a su rival y ello acabó otorgándoles la victoria, aunque esta llegó casi en el último suspiro.

Primero, Danilo con una doble intentona buscó el segundo. Siguió su ejemplo Jackson Martínez, quien con un cabezazo bombeado rozó la remontada. El agotamiento comenzó a palparse en la escuadra canaria, pero tuvo que ser un hombre salido del banquillo el que acabara por desestabilizar la balanza. Así fue como Ghilas, en el 87’ de partido, coronó la superación portista al rematar en el segundo palo un gran pase cruzado de Alex Sandro.

Suspiros, corazón estable y cierre de la escena. El Oporto no se dejó sorprender en los minutos restantes y certificó el pase a las semifinales de la Taça de Portugal, donde tendrá un reto de altura. Le espera el Benfica, quien venció esta misma noche por la mínima al Penafiel, líder de la Segunda Liga.