Cuando ganaste la gran prueba el pueblo entero salió a aclamarte pero en aquel momento pensaste en aquellos años, ventosos, lluviosos, fríos y calurosos en los que silencio y esfuerzo compusieron por la arena y el asfalto de la solitaria competición personal, el sacrificado mapa de tus huesos gastados, tus músculos poderosos. Quizás por ello a Francis Morgan ‘Ayodele’ Thompson, los vítores, las lisonjas, jamás le cautivaron y, quizás por ello cuando su cuello quedó cubierto por el laureado oro de la gloria, rechazó la popularidad retando a su entrevistadores a enumerar las diez pruebas que formaban la modalidad que le había convertido en mito. Una reportera fue víctima del citado desafío y como no fue capaz de citar las diversas pruebas que componen el decatlón, Daley se dio media vuelta con aires de indignación y enfundado en el chaqué de la excentricidad que siempre le distinguió. Y es que narrar la historia de Daley Thompson es acercarse al atleta más completo del circuito, pero a su vez a un tipo peculiar que cambió para siempre la historia de la modalidad quizás más compleja de definir dentro del maravilloso abanico deportivo de los JJOO y el atletismo.

En los suburbios del barrio londinense de Notting Hill nació Daley, contracción de Ayodele, palabra Yoruba de la tribu de los Ibos que significa “la alegría vuelve a casa” y que heredó de su padre, al que llamaban así en Nigeria antes de emigrar a Gran Bretaña. La fonética transformó aquel Dele en Daley, pero para el segundo hijo de padre nigeriano y madre escocesa, aquella alegría se convirtió en rebeldía e hiperactividad. Daley fue un chico anudado a la controversia desde pequeño, a la edad de seis años fue enviado a la Farney Close Boarding School, en Bolney, Sussex, lugar destinado a jóvenes con problemas. Inmerso en aquella infancia condicionada por el filo del abismo, a los doce años sufrió un duro golpe que acabó por marcarle para siempre. Su padre, taxista, fue asesinado a tiros en Streatham.

Daley se refugió en el deporte, posiblemente para dar salida a la rabia contenida y la poderosa fuerza que hervía en su interior. Su madre maestra de profesión le mostró los valores del deporte y le enseñó a amar la nobleza de aquel que bordeando los límites de su propio físico, encuentra en la competitividad y las metas, la realización personal y profesional. Soñó con ser futbolista, su relación con el balón fue tan intensa que en aquellos primeros años el fútbol era además de su pasión, la historia de una obsesión que fue perdiendo fuerza con el transitar de su infancia. Justo hasta que el atletismo se cruzó en su imparable camino, a partir de ese momento Daley solo tuvo ojos, piernas y corazón, para ser atleta. Para modelar en la escuela, Close School, la base de un deportista legendario en unas pruebas de velocidad en las que no tuvo mucho éxito hasta que se cruzó en su vida Bob Mortimer, entrenador del club Essex Eagles, que le descubrió para la leyenda del decatlón. Mortimer le mostró el camino para encontrar su lugar en el mundo, un mundo que se abrió ante él para dar salida al torrente de talento que permanecía latente en su interior.

Thompson el invictus, el hombre diez

Thompson demostró grandes condiciones y una polivalencia atlética fuera de lo común, pero aún con aquella base, solo el esfuerzo modeló su carrera hacia el éxito. Tuvo que entrenar específicamente en las pruebas de lanzamiento de disco y salto con pértiga, que eran las que peor se le daban. En junio de 1975 en Cwmbran, Gales, hizo su puesta de largo en el decatlón, y lo hizo de manera brillante, venciendo de forma insultante y estableciendo una nueva mejor marca juvenil británica al obtener 6.685 puntos. Tenía diecisiete años y Daley comenzaba a dejar muestras evidentes de su talento, de aquella musculatura de ébano y basalto con la que se ganó el apodo de “Superman” del decatlón. En 1976 participó en los JJOO de Montreal, en los que logró un honroso decimoctavo lugar para un joven de diecinueve años. En 1976 y 77 se coronó sucesivamente campeón británico y en este último año obtuvo la medalla de oro en el Campeonato de Europa "junior" en Donetz, donde estableció, a su vez, dos "récords" mundiales "juniors".

Como el poema de William Ernest Henley, Daley fue el “Inivictus” del decatlón, el amo de su destino, capitán de su alma y poseedor de un físico tan poderoso como el tungsteno.

Su imparable carrera como decatloniano prosiguió con un subcampeonato de Europa en Praga en el 78, un segundo lugar que constituyó y abrió el camino hacia una nueva era. La era Daley Thompson, el reinado de Ayodele pues en diez años ni un solo decatloniano fue capaz de derrotarlo. Por ello y entre otras muchas razones fue apodado con el sobrenombre de “El hombre diez” del decatlón. Como el poema de William Ernest Henley, Daley fue el “Inivictus” del decatlón, el amo de su destino, capitán de su alma y poseedor de un físico tan poderoso como el tungsteno. Los Campeonatos del Mundo de Helsinki 83, los europeos - Atenas 82 y Stuttgart 86-, los Juegos de la Commonwealth en 1978 y 1986 se contaron por victorias, batiendo hasta en cuatro ocasiones el récord del mundo. Pero sobre todo, si hay que recordar dos momentos culminantes en la carrera de “Invictus Thompson”, esos son la consecución de las dos medallas de oro de los Juegos Olímpicos. La primera en Moscú 1980, donde sus 8495 puntos, le sirvieron para imponerse a los soviéticos Kutsenko y Zhelanov- y en Los Ángeles 1984, en los que sus históricos 8846 puntos establecieron una nueva marca mundial, y superaron al alemán Hingsen.

Y fue hombre diez porque durante diez años fue “Invictus”, porque diez son las disciplinas deportivas que componen el decatlón y porque dejó para la historia marcas de enorme mérito para un atleta de la modalidad, destacando un 8,01 m. en longitud y unos brillantes 46"97 en 400 m. lisos. Thompson, el complejo joven de Notting Hill y brillante deportista no era un atleta al uso, de una personalidad anudada a la excentricidad, tuvo la capacidad de generar controversia allá por donde dejaba huella de su poderoso paso. Famosas fueron las camisetas serigrafiadas con frases de su cosecha, en Los Ángeles ante más de 90.000 espectadores tuvo la osadía de saltar al tartán con la siguiente leyenda: ¿Es gay el segundo mejor atleta del mundo? Se refería a Carl Lewis, el hijo de Eolo, como segundo y se autoproclamaba mejor atleta del planeta. Su genialidad iba a la par de su irreverencia, de la provocación, en aquellos Juegos lució otra camiseta en la que en su parte delantera se podía leer: “Gracias, América por estos fantásticos Juegos” mientras que por detrás cerraba la frase con un irónico “…pero la cobertura de televisión por el contrario…”

Estas anécdotas tan solo representan un porcentaje mínimo del abundante ramillete de situaciones y actitudes excéntricas que protagonizó el sedicioso atleta de Notting Hill. En Los Angeles 1984 silbó el himno británico mientras recibía la medalla de oro, pero demostró su amor a la corona aclarando que estaba dispuesto a tener hijos con la princesa Ana. De puro genio, existen instantáneas gráficas de su poderosa presencia, también de su arrolladora personalidad. Como muestra la histórica instantánea gráfica en la que permanece en pie, desafiante como un obelisco de piedra, mientras sus rivales se muestran rendidos y exhaustos a sus pies. Una foto a la que Daley, siempre imprevisible, quiso dar la siguiente explicación: “Simplemente permanecía en pie porque no había espacio en el tartán”

El “hombre diez” el “Superman” del atletismo ganó 19 de los 34 decatlones que disputó, pero toda gloria es efímera y perdura tan escasamente como el laurel, que crece rápidamente pero mucho antes que la rosa se marchita. Y anudado a la citada emoción, su vida, sus hazañas, quedaron reducidas a las cenizas de su vuelo. Del vuelo de la capa de un superhombre que contempla el olvido pero permanece inerte e inalterable a los ojos de todo aquel que vibre y sueñe con ser atleta, con poseer la fortaleza y polivalencia de un decatloniano.

En julio de 1992 Thompson marcándose como objetivo ver cumplido su último gran sueño; competir en Barcelona 92, acudió a la reunión del Crystal Palace en Londres, donde soñaba con cumplir la mínima para competir en los Juegos en la que constituía su apuesta personal contra el tiempo, pero a media carrera de los 100 sufrió un tirón que supuso el ocaso y final de su carrera.

El final de una época en la que Daley Thompson paseó una leyenda que hoy estalla en crónicas, en estas palabras escritas por las que fluye el espíritu olímpico y con las que quise que conocierais la historia del primer atleta en dar nombre a un videojuego para Spectrum y Commodore 64. Aquel niño que revolotea por las calles de Notting Hill cubiertas de ramos del recuerdo y la leyenda de aquel que para mí siempre será el “Invictus del decatlón”.