A España le sacudieron todos los males posibles en el último cuarto de hora de una primera mitad que tuvo controlada con más posesión que ocasiones. A los 33 minutos, Otsu adelantó a Japón y, ocho después, Íñigo Martínez recibía una expulsión que dejaba mermadas las opciones de España para el segundo acto. La inoperancia española junto a la astuta labor defensiva de Japón hicieron el resto.

Visto el primer partido, a la selección Olímpica se le podrá acusar de lo mismo que a la absoluta: su falta de profundidad. Pese al dominio de la pelota que reflejaba el 67% de posesión que tenían al descanso, España había tirado menos veces que Japón, 2 por 5. La presión y salida al contragolpe de los nipones iba a ser una constante en el partido, por lo que Luis Milla abogó por priorizar el empaque que Koke aporta a la medular sobre la creatividad de Ander Herrera, un error que el propio técnico reconoció al acabar el partido con el bilbaíno en el campo y Koke en el banquillo.

Con la ausencia de Herrera en el once de salida, Isco estaba llamado a ser el faro de las operaciones en la medular hispana. Sin embargo, la realidad del jugador malacitano fue bien distinta, ya que nunca encontró su sitio en el partido, unas veces por el abarque de Javi Martínez y Koke y otras por las apariciones de Mata por el centro, y acabó siendo reemplazado por Romeu. Mata, presente en los Juegos por su talento y fútbol, no tuvo su tarde de mayor lucidez, al igual que Rodrigo y Adrián, sus compañeros de ataque, quienes no supieron aprovechar la gran capacidad de movimiento de la que gozan.

Mientras tanto, Japón jugaba sus cartas con astucia. Takashi Sekizuka, técnico nipón, prescindió de Sugimoto en el once inicial para jugar con Nagai como falso ariete. De esta manera, el combinado asiático estuvo más agrupado en la medular y pudo aprovecharse de la conexión que establecieron el propio Nagai y Otsu. Fue el segundo de ellos quien rompió el empate tras rematar a portería una imperdonable indecisión de De Gea a la salida de un saque de esquina. En los minutos posteriores, a España le entró una crisis nerviosa que acabó con Íñigo Martínez enfilando el túnel de vestuarios tras derribar a Nagai mientras era el último jugador.

La segunda mitad fue un constante ejercicio de impotencia de España que, de no ser por la inocencia de los asiáticos ante De Gea, pudo haber tenido consecuencias notablemente peores. Japón juntó líneas, entorpeció el de por si inconstante flujo de juego de España y confió en su pareja ofensiva para rematar la victoria. España mejoró con la entrada de Ander Herrera, aunque ya era tarde. Japón se pudo permitir marrar un total de cuatro ocasiones ante De Gea en la segunda mitad. Era su día. A España, en cambio, le salió cruz en todos sus lanzamientos.

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