Aya Cissoko, la dignidad del dolor
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En un gimnasio perdido al borde de la marginalidad de la ‘Banlieue’, en los suburbios de París, una niña golpea con rabia un saco de boxeo. La mirada de niño se ausenta y protege con la coraza del aislamiento, la adversidad, no hay lugar para las lágrimas solo para la lucha de alguien que lanza golpes que nacen del dolor: izquierda, derecha, finta, izquierda, derecha, cada puño un poema, el saco se va, vuelve, derecha, izquierda, gancho, derecha, otro poema, y otro, y otro…

Desde la sobriedad, la moderación y carencia de adornos melodramáticos os muestro e invito a conocer la historia de Aya Cissoko, una joven francesa de orígenes malienses que perfila con su puño cerrado una dignidad serena que traspasa admirablemente los umbrales del dolor. Y los traspasa porque como ella misma reconoce  “Cuando entreno, sobre todo, dejo de pensar. Me dejo la piel por mis familiares ausentes. No escucho nada más que a mi cuerpo, la tensión de mis músculos. Me entreno para controlar el dolor, para traspasar el umbral del dolor. Me gusta el dolor, lo he elegido yo misma”

Y lo cierto es que al conocer su historia nos planteamos serias dudas si ha sido Aya la que ha elegido el dolor o es este el que definitivamente la eligió a ella, pues desde que nació pasó a ingresar la lista de los desheredados de la fortuna. Nacida en 1978 en Ménilmontant, en los suburbios de París en el seno de una familia de inmigrantes malienses, muy pronto la vida comenzó a asestarle derechazos, quizás por ello sus umbrales del dolor siempre estuvieron ubicados en valores altamente notables.

Con tan solo ocho años sufrió la pérdida de su padre y uno de sus hermanos en un incendio en el misérrimo bloque de viviendas en pleno banlieue en el que vivía, incendio provocado del que jamás pudieron esclarecerse ni el móvil ni su autoría. Pocos meses después un nuevo golpe desestabilizó por completo a lo quedaba de la familia Cissoko, otro hermano suyo falleció de meningitis mientras su madre lidiaba con una insuficiencia renal que la obligaba a acudir a diálisis durante largas temporadas. Atrapados por el aislamiento, Aya y su hermano Issa, se peleaban con la vida al filo del abismo. Y en el corazón desnudo de la marginalidad, en el empedrado diario del hambre y el olvido, Aya vendó sus puños para golpear con dureza a la vida. Apenas tenía diez años y buscaba respuestas que encontró en un saco de boxeo que no le devolvía los golpes. Y en uno de aquellos gimnasios de barrio en los que las miradas te atraviesan como cuchillos, un ángel furioso descubrió una pasión que durante toda una vida le dio sentido a las cosas.

Y entre las dieciséis cuerdas encontró asidero a su destino, fortaleciendo su físico y construyendo un poderoso mundo interior capaz de superar cualquier desafío. Afrontando con absoluta serenidad la adversidad, la realidad de aquel que porta la coraza del hambre y el infortunio pero se enfrenta a la vida con la fortaleza del brazo de Aquiles. Pues en sus poderosos brazos, en sus manos vendadas de rabia esta niña prodigio del boxeo descubrió una aventura íntima hacia la dignidad.

Una historia hoy narrada en el libro “Danbé” Mi lucha por la dignidad, escrito a cuatro manos entre Aya y Marie Desplechin. Texto autobiográfico sin imposturas melodramáticas en el que se repasa la lucha constante, una historia de sangre y sudor pero ausente de lágrimas, pues como bien titula la obra, en ella queda resumida una vida, la lucha diaria por la dignidad sin permitirse un solo segundo para derramarlas.

El viaje de una campeona que ya lo era con apenas diez años, cuando vencía sus primeros combates de boxeo savate, pero sobre todo vencía a la vida. Modelaba su físico y dibujaba un mapa de cicatrices físicas que no traspasaban los umbrales de su dolor, situados en su caso en el interior de una luchadora que jamás se acostumbró a la decepción  de la victoria. Pues como dijo Aristóteles: “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”

Aya jamás buscó venganza en el cuadrilátero, mucho menos humillación del rival sino recompensa y respuestas para encontrar el camino de las victorias interiores.  Y así llegó a ser campeona mundial de boxeo savate en 2003 y campeona de Francia, Europa y el mundo de boxeo amateur en la categoría de peso welter en el año 2006. Aquel en el que disputó su último combate, que le dio su último campeonato mundial, la última decepción de su victoria y en él que sufrió una fractura en una vértebra cervical que la dejó al borde de la hemiplejia. Tras el que una negligencia durante la operación -de la que se desentendieron los médicos de la federación francesa de boxeo- le provocó secuelas neurológicas que le impidieron definitivamente enfundarse los guantes.

Fue entonces cuando la suma de las victorias interiores le sirvieron para salir una vez más adelante, bordando de épica y dolor una historia que hoy se sustenta en el juicio de una luchadora que encontró la dignidad en la fortaleza de sus puños. También en la mirada del rival, de su igual, en aquellos gimnasios de barrios deprimidos a los que no llegan las subvenciones. En el puro realismo y la verdad del desheredado, que grita en el silencio irónico de un mundo que globaliza impúdicamente el ropaje de la hambruna y la miseria.

Los andrajosos ropajes de una chica que se abrió pasó en un rudo y viril mundo en el que paradójicamente encontró lugar para la paz: “Me siento absolutamente feliz de acudir al gimnasio. Traspasado el umbral, entro en una burbuja, en una urna de cristal donde nada malo puede ocurrirme. En mi entorno, se considera el boxeo como un deporte violento. Aunque yo creo que la vida en sí ya es violenta. Los golpes que te da la vida sin previo aviso son, sin embargo, más dolorosos que los que recibes en el cuadrilátero.”

Por ello hace tiempo que Aya, que estudia Ciencias Políticas en el Institut d'Études Politiques de París, decidió que con la palabra podía firmar su mayor victoria haciendo un acto de contención, revelación y enseñanza. Abriendo su corazón y compartiendo  con todos nosotros su experiencia, su “Danbé”, obra de 116 páginas editada por la Editorial Ultramarina/Almed.

La dignidad del dolor, una obra con mucho de verdad y enseñanza que a mi juicio no nos deberíamos perder, izquierda, derecha, finta, izquierda, derecha, cada puño un poema, el saco se va, vuelve, derecha, izquierda, gancho, derecha, otro poema, y otro, y otro…

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