'Luces de bohemia' o el desasosiego de la lucidez

Con Luces de Bohemia, Ramón María del Valle-Inclán inauguró su creación más valiosa: el esperpento. Como una visión distorsionada de la realidad en la que se mezcla la tragedia y la comedia, el esperpento sirvió al autor  para reflejar a una sociedad podrida hasta los cimientos por la corrupción y la pobreza, por la falta de consciencia social y moral que domina el período de la Restauración y que culminó, al igual que comenzó, con un golpe de estado. Sólo hay una manera de contar la tragedia española según Valle-Inclán, y esa manera es el esperpento.

La Restauración borbónica duró en España casi cincuenta años gracias al acuerdo de ambos partidos mayoritarios, conservador y liberal, para alternarse en el poder mediante unas elecciones fraudulentas en las que el electorado era controlado a través de la figura del cacique como intermediario del estado. No se puede olvidar que la constitución de 1876 daba casi poder absoluto a la figura del Rey y, además, sólo podían votar los propietarios. Todavía, al principio de este régimen, la poca conciencia política del pueblo español y el cansancio después de tanta inestabilidad y agitación política desde la muerte de Fernando VII y la llegada al poder, primero de su mujer, la regente María Cristina, y luego la de su hija, Isabel II, había hecho al pueblo partidario de cualquier régimen que mantuviera cierto orden sin cuestionarlo mucho, incluso tras el espejismo de la I República.

 No será hasta la Semana Trágica de Barcelona de 1909 y la brutal represión ordenada por Maura, que el sistema ideado por Cánovas del Castillo comenzara a resquebrajarse y, ya sin vuelta atrás, el pueblo empezara a organizarse sindicalmente. La Revolución de octubre de Rusia de 1917 significó el despertar de las conciencias de un pueblo aletargado durante demasiado tiempo, pero entonces, los enfrentamientos callejeros y los atentados crearon un ambiente de violencia insostenible. En 1923, Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado con la intención de devolver el orden a España, y mantuvo a Alfonso XIII como monarca.

Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia, no pertenece a su tiempo, su visión del mundo no concuerda con la realidad que lo rodea, sus altos ideales se ven obsoletos en una sociedad dominada por la pobreza  económica y moral de un pueblo demasiado acostumbrado al engaño y la trampa, que se ha resignado a mirar para otro lado. Es un  bohemio bueno, frente a su compañero don Latino de Hispalis, un golfo con dos caras, pero mucho más realista que Max, que no duda en vaciarle los bolsillos a éste y cobrar el billete de lotería cuando Max muere. Los dos personajes se mueven por Madrid en busca de un billete de lotería como si de unos Quijote y Sancho del siglo XX se trataran. Lo único que Max tiene contra toda esta injusticia y miseria es su sentido del humor que emplea como dardos contra todo y todos.

La acción se sitúa alrededor de 1920, año en que se publicó Luces de Bohemia por primera vez en el semanario “España”, pero su tiempo no es exacto sino que se mezclan hechos que difícilmente pudieron coexistir o, directamente son contradictorios, como que Rubén Darío estuviera vivo en ese año veinte o Benito Pérez Galdós ya hubiese muerto. También habla de la caída de las hojas y de la primavera como si ocurrieran simultáneamente en apenas las veinticuatro horas que dura la acción de la obra. De hecho, se trata de un recurso más de Valle-Inclán que consigue condensar el tiempo y concentrar los hechos trascendentes del primer cuarto del siglo XX español en un día.

La obra se estructura de modo circular: la insinuación de suicidio colectivo como medida extrema que Max propone a su familia al principio de la obra, se cumple como profecía al final, con su mujer y su hija, tras la muerte del poeta en el portal de su propia casa. Además, se puede ordenar la trama de manera que distingamos lo que ocurre antes y después de la muerte de Max Estrella.

Los personajes que transitan las quince escenas de Luces de Bohemia ofrecen una panorámica de los diferentes estratos sociales de la época. Algunos provocan una simpatía inmediata, como el anarquista con el que Max comparte el calabozo y el deseo de justicia social, y que tiene más miedo al tormento que a la muerte. Otros, como el ministro de gobernación, son el reflejo perfecto de la corrupción social y la pobreza moral que domina un país donde el tráfico de influencias es el único mérito necesario para llegar a un puesto de poder, pues como dice uno de los sepultureros al comienzo de la escena decimocuarta: “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. Lástima que esta frase esté de tanta actualidad.

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