El mundo editorial, ¿una tomadura de pelo?

La literatura, como muchos otros productos culturales, se ha convertido en los último años en eso, un producto. El Capitalismo es una fiera que se extiende, inexorablemente, hacia todos los aspectos de la vida e implanta sus reglas del juego en aquellos sectores que consigue doblegar. Hoy en día, los libros son tratados por muy pocos como fuentes riquísimas en las que el arte y el conocimiento se unen para hacer disfrutar al lector. Muy al contrario, rapaces empresarios se encargan de explotar todas sus facetas.

Los medios de comunicación muestran campañas cuyo fin es engrosar la lista de los más vendidos. Todavía resuena en la mente de muchos aquel anuncio publicitario que Grupo Planeta lanzó para promocionar El juego del ángel, de Carlos Ruiz Zafón. Los grandes almacenes también se han sumado a la aventura y es posible encontrar los éxitos de Paulo Coelho en la sección de incienso y velas aromáticas o el último libro de Dan Brown junto a las cajas registradoras. En los últimos años, la literatura juvenil se ha convertido en una de las fuentes de ingresos más ricas para las editoriales y éstas han sabido ver en los jóvenes blogeros, que hermosa e inocentemente se dedican a la literatura, una nueva forma de publicidad. Lanzando campañas que hacen rivalizar a unos contra otros, amenazan a los blogeros con cortarles el suministro de libros si no hacen propaganda de la nueva apuesta editoral. La explicación es muy sencilla: son las editoriales y sus correspondientes editores los principales maquinadores de toda esta trama.

¿Por qué este vil panorama? Dinero. Desde hace varios años, los libros no sólo no producen beneficios, sino que hacen perder capital a las empresas responsables. Los editores se lanzan a la compra desesperada de libros extranjeros para evitar que la competencia se adelante. En general, las apuestas se decantan por superventas históricos (siguiendo la estela de Kent Follett), erótico-amorosos (tras el éxito de 50 sombras de Grey), intrigas históricas (en la línea de Dan Brown) y el sector juvenil, donde vampiros, fantasmas, zombis y hombres lobo invaden la escena. La ingente inversión realizada debe reportarles los mayores ingresos posibles y se apoyan en las campañas publicitarias para ello.

Premios editoriales

Existe una forma de publicidad bastante inteligente que puede llegar a pasar desapercibida para muchos: los premios. Las grandes editoriales convocan cada año concursos literarios en los que premiar a la obra ganadora con la publicación de la misma y un áccesit de cientos de miles de euros. El problema es evidente: podría existir la posibilidad de que una obra premiada, en la que se ha invertido tanto dinero, no reportarse los beneficios correspondientes a la editorial, lo que supondría la pérdida de millones de euros de la edición y publicación de la obra. Para evitar dicha catástrofe, las editoriales apuestan por escritores consagrados. De este modo, el Premio Planeta ha sido concedido, desde 2004 hasta 2012, a Lucía Etxebarría, María de la Pau Janer, Álvaro Pombo, Juan José Millás, Fernando Savater, Ángeles Caso, Eduardo Mendoza, Javier Moro y Lorenzo Silva.

Otro ejemplo de juego sucio es la posible manipulación del jurado responsable. Así, como Patrulla de Salvación (http://patrulladesalvacion.com) nos mostró, el jurado del Premio Alfaguara, desde 2003 hasta 2011, ha estado integrado, entre otras autoridades que han ido cambiando cada año, por Juan González Álvaro, Director General de Ediciones Santillana desde 1999 (tanto Santillana como Alfaguara pertenecen al grupo PRISA). En 2012, Juan González Álvaro fue sustituido por Pilar Reyes, directora de Alfaguara. Ambos, en teoría y según comunicado oficial, con voz pero sin voto.

A pesar de todos los esfuerzos, al sector editorial ha llegado la crisis y vender libros cada vez cuesta más trabajo. Como indicaba Itziar San Vicente para el periódico ABC en diciembre de 2012, “la lectura no ha caído, pero sí el consumo de libros”. Si los autores consagrados, cuyos libros se han publicado en tiradas de 500.000 ejemplares no han llegado a vender 50.000, imaginemos cómo debe de ser para escritores con mucho menos renombre a los que, de entrada, cada vez se les hace más difícil publicar.

Una cuestión de confianza

Muchos lectores se sienten día a día más estafados por las editoriales. Ediciones francamente malas, hojas que se deshacen en las manos y se desprenden de la encuadernación, traducciones que no están a la altura, textos cargados de erratas, sinopsis que no se ajustan a la historia y precios cada vez más elevados quizá sean fruto de este panorama de crisis. Se busca la venta masiva, casi sin atender al valor de la obra, y los escritores noveles lo tienen ahora más difícil.

Por suerte, existen dignas y brillantes excepciones. Algunas editoriales pequeñas, que no pertenecen a grandes empresas privadas ni tienen medios de comunicación que se encarguen de realizar únicamente críticas positivas de sus obras, miman y cuidan los libros que van a ofrecer. Hay jóvenes escritores, traductores, editores y lectores con ganas de tener la oportunidad de hacer su trabajo con ética, al igual que profesionales experimentados del sector editorial están denunciado esta situación. Hemos de confiar en ellos.

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