Visiones del futuro con Arthur C. Clarke
Diseño: Ana Mª Gil / Fotografías: Morguefile.com

Muchas son las cosas que se le deben a Arthur Charles Clarke, tanto a nivel literario como a nivel científico.  Pero, en especial, lo que más se le debe es su análisis de las cosas desde puntos de vista abiertos y en ocasiones desconcertantes.

Frente a los conceptos de otros autores de su época más cerrados como los de Heinlein o tremendamente racionalizados como los de Asimov, Clarke muestra en su obra de ficción una mente abierta a todo tipo de posibilidades, incluidas aquellas en las que hay entes superiores a nosotros que nos vigilan y guardan tal cual dioses.

"De la inmensidad a lo concreto, radares y órbitas geoestacionarias"

Para entender como surge todo este apetito por lo desconocido hay que remontarse a sus orígenes. Nacido en el seno de una familia granjera inglesa de la pequeña comunidad de Minehead en el condado de Somerset, su gran pasión desde pequeño fue la inmensidad del espacio, llegando a elaborar un mapa lunar con un telescopio casero, y le encantaba leer ciencia-ficción americana.

En 1936, tras finalizar sus estudios de secundaria, se trasladó a Londres para unirse a la Sociedad Interplanetaria Británica, de la que, con posterioridad, llegaría a ser presidente. Allí empezaría a trabajar con material astronáutico y comenzaría a publicar tanto artículos para el boletín de la sociedad como relatos de ciencia-ficción.

Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Real Fuerza Aérea como especialista en radares y se involucró en el desarrollo del sistema de defensa basado en éstos, convirtiéndose en instructor del mismo. Esta etapa de su vida la relata en la novela “Glide Path”, su única novela considerada de no ficción.

Finalizada la guerra, escribió un artículo técnico que sentaba las bases de la órbita geoestacionaria de los satélites artificiales, una de sus grandes contribuciones a la ciencia y motivo por el cual se denomina “órbita Clarke”. En otras palabras, debemos a Arthur C. Clarke las comunicaciones por satélite. Terminó sus estudios en el King’s College de Londres graduándose con honores en Física y Matemáticas.

Por si todo esto fuera poco, las inmensidades del espacio se le quedaron pequeñas, así desarrolló un interés por las profundidades del mar, así que se trasladó a Ceylán (actualmente Sri Lanka) en 1956 para iniciar el estudio de los mares y costas del Índico y el Pacífico y en especial de la Gran Barrera de Coral Australiana, pero también porque le fascinaba la cultura hindú, tremendamente espiritual.

En 1998 fue nombrado Caballero de la Orden del Imperio Británico debido a su trayectoria como científico y humanista.

"Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia"

Contemporáneos suyos como Asimov o Bradbury lo elogiaban. El primero dijo de él que “Nadie ha hecho más en la vía de la predicción iluminada que Arthur C. Clarke” refiriéndose a su proverbial amplitud de miras. El segundo lo calificó como “uno de los verdaderos genios de nuestro tiempo”.

Gene Rodenberry, el creador de “Star Trek” dijo: “Arthur, literalmente, hizo que mi idea de Star Trek fuera posible, incluyendo la serie de televisión, las películas...”

De su obra de ciencia-ficción sobre todo destaca su saga de Odiseas comenzada en 1968. Una historia futurista de la humanidad que comienza en 2001 y finaliza en 3001. La idea fundamental de esta saga enseña la cantidad de alternativas que la propia humanidad tiene, pero al mismo tiempo nos muestra las posibilidades de formas de vida superiores que velan de alguna manera sobre nuestra existencia. Algunos quieren ver un trasfondo religioso, otros simplemente ven una ideología laica humanista muy bien razonada. De lo que no cabe duda es de la inmensidad de posibilidades que abre. La historia parte de un cuento corto del propio Clarke, “El Centinela”, donde una civilización extraterrestre pone un puesto avanzado de observación para vigilar la evolución de la raza humana.

Pero si hay algo que caracteriza la obra de Clarke son sus famosas leyes:

1. Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.

2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.

3. Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Formula inicialmente la primera ley en la primera edición de su obra “Perfiles del futuro” de 1962 y no es hasta una revisión posterior, en 1973, cuando añade las otras dos leyes.

Si nos fijamos bien en la tercera ley, no deja lugar a dudas respecto a las diferencias con otros autores coetáneos y posteriores que más bien comparan a los extraterrestres con Dioses.

Si este autor deja algo claro es que todo es posible, el límite lo ponemos nosotros y que la magia no existe. Por tanto, ese trasfondo religioso que algunos han querido ver en su obra no sería tal, sino más bien la racionalización de lo que algunos denominan la religión extraterrestre.

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