Dicen que su fuerza es desmedida, que a su paso los arboles de la tierra son arrancados, que su paso devastador es como una metáfora del fin del mundo, que acostumbrado a arrollar, los pinos aúllan y las elásticas palmeras se inclinan en señal de respeto. Cuenta el torbellino que en tu raudo centrifugar el curso veloz de una silla de rueda llamada ‘Sally’ acompaña tu bramido y se enreda en las orlas de tu parda vestidura. Explícame pues, sublime huracán, cómo conociste esta leyenda que hoy estalla en Londres, donde tus brazos rapidísimos enarcan el apodo de una ‘niña milagro’, que henchida de inspiración y superación se elevó al Olimpo, donde Podarge, la harpía de los pies veloces y Céfiro, el dios del viento del oeste, le otorgaron el don eterno de la velocidad y la fuerza devastadora del huracán.

Y difícilmente encuentra explicación el poderoso gigante de los aires para una niña que viaja asombrosamente junto a tu tempestuoso aullido, una niña que antes de abrir sus ojos al mundo, un 30 de julio de 1992 en Halifax, Gran Bretaña, sufrió dos ataques al corazón que le provocaron severos daños cerebrales que desembocaron en una parálisis y las consiguientes secuelas en su sistema nervioso. Con aquella buena nueva, con la faz terrible de la cruda realidad llegó al mundo Hannah Cockroft, para la que los médicos diagnosticaron un futuro ciertamente desalentador: “Los médicos dijeron a mis padres que nunca sería capaz de hacer nada por mí misma en toda la vida y no viviría más allá de mi adolescencia” tal y como declaró a The Sun esta niña prodigio, sin duda uno de aquellos ejemplos de superación que rompen nuestros esquemas científicos y vitales.

“Lo que necesitas para encontrar la felicidad es tan solo un poco de velocidad”

Pues Hannah llama a la tempestad cada vez que ‘Sally’, su inseparable silla de ruedas se viste de huracán para trazar su veloz e incontenible leyenda por el tartán. Aquella para la que comenzó a nacer en 2007, cuando en la Universidad de Loughborough, un estudiante pronunció la visionaria frase que le mostró su verdadera vocación y camino: “Lo que necesitas para encontrar la felicidad es tan solo un poco de velocidad” Y Hannah tomó al pie de la letra aquel visionario consejo, desde aquel día comenzó a ver con otra óptica a su inseparable compañera. La pesada carga, la calabaza de hierro se convirtió en el carro de fuego de sus sueños, el vehículo idóneo para encontrar la felicidad y sentir el bramido del viento sobre su frente. Sintió entonces la adrenalina viajar por su cuerpo paralizado, la diversión, el curso veloz de sus manos rodando por las ruedas como alas del viento.

Y así un viernes 31 de agosto de 2012, la `niña milagro’ cruzó el horizonte de la vida, la cinta del destino en el Estadio Olímpico de Stratford, donde ante 80.000 espectadores, su silla ‘Sally’ y sus veloces brazos se vistieron con el color del relámpago jamaicano para batir el récord de los 100 m en silla de ruedas con un tiempo de 18.06 segundos, medio segundo mejor que la plusmarca mundial lograda por la misma atleta el pasado mes de mayo y casi dos segundos de ventaja sobre su rival más cercano. “No sé si reír o llorar o qué hacer”, dijo emocionada la atleta tras la carrera, aquella niña que dejó atrás sus miedos y descubrió el surrealismo de cumplir un sueño en tan solo 18 segundos tras toda una vida esperando.

Esperando y luchando por sortear barreras, caderas, pies y piernas deformes, débiles y problemas de movilidad y equilibrio. Por mantenerse en pie unos segundos para volar con ‘Sally’ su gran compañera, con la que ha llegado a desafiar a su propio destino, que la golpeó antes incluso de comenzar a cumplirlo. Pues desde siempre, desde el día uno de la parálisis, en la intimidad de su alma, una voz interior le repitió incesantemente ‘levántate’. Y aquella voz que para la ciencia fue silencio, para ella fue motor de explosión, pues Hannah aprendió a nacer del dolor, a ser más grande que el más grande de todos los obstáculos, a imitar a los valientes, a los enérgicos, a los vencedores, a quienes no aceptan situaciones, a quienes vencieron a pesar de todo.

Y a pesar de todo dejó de ser un títere de las circunstancias, porque descubrió que nadie podría sustituirla ni detenerla en la construcción de su propio destino. Aquel destino que una tarde de agosto la convirtió en leyenda paraolímpica y en la ‘niña milagro’ de Halifax, ya conocida por todos como “The Hurricane Cockroft”