Los JJOO de México de 1968 son recordados por el movimiento ‘Black Power’, también por el vuelo mágico de Bob Beamon en longitud tras dar un salto que perduraría durante 23 eternos años, pero fue en aquella cita donde se produjo una de esas innovaciones técnicas y biomecánicas que cambiaron para siempre la historia del deporte y muy en concreto la del salto de altura.

Para conocer esa historia debemos retroceder en el tiempo hasta el 6 de marzo de 1947, cuando en Portland, Oregón nació Richard Douglas Fosbury, un joven con enorme afición por el deporte, el atletismo y que por características morfológicas se decidió por el salto de altura, modalidad que comenzó a practicar a la edad de once años. Por aquel entonces Fosbury empleaba la técnica de salto al estilo tijera (haciendo una tijera con las piernas por encima del listón), que a diferencia del rodillo ventral o el rodillo occidental (pasando el listón frontalmente) le venía mejor a sus aptitudes biomecánicas.

Hasta ese momento fue un atleta más de los muchos a los que le apasionaba la citada modalidad de salto, pero a los dieciséis años comenzó a percatarse de que sus marcas se encontraban en un punto de estancamiento imposible de superar, por lo que quiso experimentar nuevos estilos de salto en busca de esos centímetros que le separaban de la elite. Fosbury saltaba 1,70 pero quería más y aunque se tiene constancia de que Bruce Quande, otro atleta amateur, había probado la citada técnica en 1959, fue Fosbury el que la llevó a la práctica deportiva y la perfeccionó.

La barrera que suponía para el atleta norteamericano el hecho de superar los 1,93 metros de estatura le llevaron a crear e improvisar con la naturalidad de su espigado pero elástico cuerpo una técnica insólita. Para ello fue absolutamente fundamental la introducción de las colchonetas tras el listón, hecho que se llevó a cabo en 1963 y facilitó la innovación del atleta norteamericano. La caída de espaldas no habría sido posible sin la presencia del citado elemento amortiguador, pues un golpe en dicha posición era poco menos que un trayecto seguro a la enfermería.

Aunque el viaje, la carrera oblicua y la ejecución contraria a la tradicional son dignas de profundos estudios biomecánicos y aerodinámicos, Fosbury siempre relató su experimentación con la asombrosa naturalidad del genio que en su inventiva no es muy consciente de que ha hecho historia con su invención: “Creo que no hice nada extraño. Era el estilo más natural que podía haber, ya que el giro que inventé en el aire no es nada difícil de realizar”.

Fosbury recurrió a la naturalidad, de una lógica biomecánica adaptada a su especial morfología, que supo encontrar una brillante solución a ese estancamiento deportivo que tanto le contrariaba. El afán de superación, su naturaleza competitiva le llevó a idear el Fosbury Flop, una técnica en principio valorada con enorme escepticismo por la ortodoxia, que defendiendo la técnica del salto de rodillo ventral percibía en la innovación de Dick Fosbury una anti naturalidad muy criticada por compañeros y entrenadores. Los primeros le consideraba un loco y a los segundos no les convencía la técnica, considerándola la efímera y osada aventura de un joven atleta que se había topado con su techo de rendimiento deportivo. Especialmente incisivo en este sentido era Berny Wagner, su entrenador, que era particularmente crítico con su obstinado empeño de mejorar la técnica. Wagner le llegó a animar a que se dedicara a otra cosa, que buscara otras modalidades deportivas más adecuadas a su morfología física.

Pero nada más lejos de la realidad, pues Fosbury fue perfeccionando cada vez más su técnica de salto, su perseverancia se vio transformada en una eficacia que en dos años le permitió llegar a saltar 1,80 metros. Las críticas y el escepticismo hacia el ‘loco larguirucho’ de Portland fueron silenciadas con la frialdad y la objetividad de la marca. Dick Fosbury entró en la ‘nobleza’ del salto de altura cuando en 1968 se proclamó campeón del título universitario de Estados Unidos, obteniendo sobradamente el pasaporte para los Juegos Olímpicos de México, con una marca individual de 2,21 metros. Berny Wagner tuvo que doblar las rodillas y reconocer que su planteamiento desmotivador había sido absolutamente erróneo, pues ante el ortodoxo escepticismo de sus ojos ciegos se había cruzado la inventiva de un genio.

La técnica del salto se divide en tres fases fundamentales: carrera de aproximación, batida, y vuelo o paso del listón. En la carrera de aproximación se describe una curva en la parte final, al final de la batida, la pierna de impulso está extendida, la pierna libre está flexionada con el muslo paralelo al suelo, y los brazos están elevados por encima de los hombros y el paso del listón se realiza en una posición corporal denominada de arqueo.

Sin ser el saltador más dotado físicamente de la época, Dick Fosbury llevó a cabo una innovación técnica que le permitió codearse con los mejores saltadores de altura de su generación. El record mundial lo ostentaba el soviético Valeri Brumel con 2,28 m desde 1963, que usaba la vieja técnica, pero un saltador que posiblemente se encontraba bastante lejano a las condiciones atléticas del soviético, se acercó mucho a la citada marca con una nueva técnica que sorprendió al mundo. Y el gran día del Fosbury Flop se pudo vivir en la cita deportiva más relevante del atletismo: unos Juegos Olímpicos.

Desde los comienzos de la prueba Fosbury llamó la atención del público, que entre el escepticismo y el asombro quedaba fascinado con la efigie de aquel desgarbado atleta rubio que desmadejaba su cuerpo para superar de espaldas el listón. Fosbury se clasificó para final y vivió su gran día el 20 de octubre de 1968, el último día de los Juegos. Su gran rival era Gavrilov, el favorito que se quedó en 2,20 m, pero el Fosbury Flop era ya un nuevo fenómeno deportivo imposible de detener. El público que asistió aquella tarde al Estadio Olímpico Universitario se entregó por completo a la heterodoxia genial de Fosbury, que con una marca de 2,24 se convirtió en nuevo campeón olímpico, colgando a su cuello la medalla de oro. Intentó asaltar la barrera del récord mundial colocando en su último intento el listón en 2,29 pero derribó y puso punto y final a los olés que le dedicaban desde la entregada gradería mexicana.

Dick Fosbury acababa de hacer historia pero sobre todo había marcado el camino hacia una evolución que fue fundamental para la búsqueda de techos de altura difícilmente imaginados con otro tipo de tradicionales técnicas que habrían encontrado su barrera límite mucho antes. Su viaje por el éxito fue un tanto efímero, pues su desbordante inventiva se topó demasiado pronto con sus limitaciones atléticas por lo que tan rápido como se elevó hacia el estrellato, quedó engullido por el olvido. Fosbury, que tenía como objetivo quedar entre los cinco primeros, comprendió que había llegado al punto máximo de su eficiencia biomecánica. Tenía solo 21 años cuando lo consiguió y la aventura de un loco que acabó siendo convertido en héroe fue tan brillante como efímera.

Su legado se resume en sus palabras: "La popularidad actual de mi estilo es un premio maravilloso a cuanto tuve que aguantar al principio con un estilo que no gustaba a nadie. El salto de espaldas ya lo practicaba en el instituto y todos se reían de mí, considerándome un chiflado y algunos como un snob por salirme de las normas conocidas. Hasta que gané en México 1968 pasando a la categoría de héroe". También en las marcas dejadas por Javier Sotomayor (2,45) y Stefka Kostadinova (2,09), que llevaron a la estratosfera la ciencia de una innovación técnica que cambió la historia del deporte y sorprendió al mundo hace casi 46 años.

Fotos: http://blog.educastur.es

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.