En el fastuoso Ericsson Globen Arena de Estocolmo, Javier Fernández se ha coronado como absoluto rey europeo del patinaje artístico. Su tercera medalla de oro así lo confirma y aunque con algún error, la diferencia entre el madrileño y sus competidores ha sido enormemente cuantitativa y cualitativa.

El último en conseguir una gesta similar fue el soviético Fadeyev entre 1987 y 1989. Por ello, en estos momentos “Superjavi” recuerda a su hermana Laura, ‘la culpable’ de todo, puesto que fue ella la primera que se aficionó por el patinaje y encaminó a Javi hacia su sueño. Recuerda aquellos años en los que prefería salir con sus amigos a ir a entrenar, pero cuando entraba en contacto con aquel mar de hielo, no había nada ni nadie que fuera capaz de sacarle de esa pista. Javi se sentía patinando sobre vinilo, y las cuchillas de sus zapatos eran las agujas que hacían sonar la música de su gran sueño. No menos intenso y afectuoso es el sentimiento que tiene hacia sus padres, su familia, un núcleo familiar modesto que sufrió con su partida a New Jersey, lugar al que marchó Javi en busca de su sueño. Porque llegó el momento en el que tuvo muy claro que patinar era lo que le hacía sentir vivo, y que para ser alguien en este deporte tenía que salir de España, aprender de los mejores. Se marchó con diecisiete años y estuvo largas temporadas sin ver a su familia, en un país en el que no conocía el idioma y en el que pudo salir adelante gracias al apoyo de su entrenador Nikolai Morozov.

Por todo ello, ahora que Javier se manifiesta como dominador del patinaje europeo con un seño personal y estético muy característico, necesita remarcar que el manejo de la dificultad, la expresión de las líneas, la belleza del resultado, dependen en gran medida del talento y la formación. Pero todo ello no habría sido posible sin el sacrificio y el sufrimiento, no solo por su parte, sino por la de muchos. Tanto por su parte, como por la de Brian Orser, su entrenador, pero también de su familia, que solo le ve dos veces al año. Todo por su sueño, por dejarnos clavados en el sillón de nuestras casas con la música rock de Black Betty, donde se fue hasta los 89.24, por ampliar su gesta con el espectáculo de Fígaro y el Barbero de Sevilla, con errores puntuales, pero acciones de máxima dificultad ejecutadas con enorme precisión, estética y calidad. Llegando a los 262.49 puntos y venciendo por más de 26 puntos de diferencia sobre los rusos Kovtun y Voronov.

El patinaje es muy complejo, precisa de una tremenda dedicación, pero depende en gran medida de la serenidad del artista, el atleta, que debe encontrar el equilibrio entre la aceleración y la pausa, clave para que los ejercicios salgan con naturalidad y precisión. Javi es puro nervio, siempre lo fue, al punto que le llamaban el “Lagartija” y verle patinar con esa naturalidad, esa expresividad corporal, es todo un espectáculo. Cuando en Zagreb ganó su primera medalla con las cinematográficas bandas sonoras del genial y mudo mundo de Charlot, descubrimos al Chaplin del Hielo. Ahora que lleva tres medallas de oro colgadas a su cuello de forma consecutiva, seguimos identificando en su elegante expresividad el alma de Chaplin, pero al verle patinar pasando del rock del Black Betty de Ram Jam a la ópera del Barbero de Sevilla, no nos cabe la menor duda de que Javier Fernández, el tricampeón de Europa, es el Fígaro del patinaje artístico.

Círculos, salchows cuádruples, filigranas, piruetas, bucles picados, vuelos de extrema dificultad, que parecen sencillos en la estilizada morfología corporal del barbero patinador más famoso de la cultura deportiva europea. Pura ópera, una sinfonía de cuchillas, violines deslizándose sobre el mar de hielo del Ericsson Globen Arena de Estocolmo.