La sociedad norteamericana recién se adentraba en un periodo de esperanza tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. La depresión posbélica fue seguida de una fase de prosperidad en la década de 1920, con una sociedad de consumo de masas en pleno crecimiento. El interés por el béisbol se multiplicó, y justo antes de entrar en esa década, en la que los Estados Unidos se convirtió en la primera potencia económica, el tremendo escándalo conmovió los cimientos del deporte por lo acontecido en la Serie Mundial de 1919 entre los Rojos de Cincinnati y los Medias Blancas de Chicago. Aquel triste suceso golpeó directamente en la conciencia y el sueño americano, en una sociedad que consideraba a aquellos hombres como unos héroes.

Los Medias Blancas de Chicago eran uno de los equipos más poderosos de la década de los años diez, ciertamente sus jugadores eran iconos, modelos a seguir para una generación que encontró en el béisbol ese rayo de esperanza. En 1917 se proclamaron vencedores de la serie Mundial al derrotar a los Gigantes de Nueva York. Un año más tarde, la Primera Guerra Mundial impidió que el poderoso club de Chicago pudiera revalidar el título, pues hasta seis de sus componentes estaban prestando servicios a la patria en la conflagración bélica. En el año 1919 los Medias Blancas ya habían recuperado a todos sus efectivos y fueron Campeones de la Liga Americana, enfrentándose en la histórica serie mundial al campeón de la Liga Nacional: los Rojos de Cincinnati.

En el conjunto de Chicago estaba representado todo el arco de la sociedad norteamericana: Eddie Colins, segundo base, representaba a la clase alta, y Joe Jackson, el outfielder que jamás había cursado estudios académicos, representaba a la clase menos pudiente de Chicago. Dicha diferencia de clases quedaba debidamente certificada en los sueldos y fichas de los jugadores, siendo Colins el mejor pagado con 14.500 dólares por temporada, y fluctuando los salarios de sus compañeros entre 3.500 y 6.000 dólares. Igualmente era de dominio público la avaricia del propietario del club, Charles Comiske, que cada vez que recibía una petición de aumento salía con la excusa del que el club no se lo podía permitir y mucho menos el país, que estaba en pleno proceso de posguerra. Los tejemanejes de este personaje eran ciertamente famosos: cuentan que al lanzador Eddie Cicotte le firmó una cláusula por la cual se comprometía a pagar una prima de diez mil dólares si ganaba 30 partidos, y cuando llevaba ganados 29 ordenó expresamente que se convirtiera en ‘carne de banco’ hasta final de la temporada. Comiske era ciertamente tacaño y despreciable, tenía a toda la plantilla en contra. De esta forma se comprende, que no se justifica, el punto de debilidad de unos deportistas que no se consideraban bien pagados y sucumbieron ante los cantos de sirena de los grandes apostadores del circuito americano.

Las ocho almas vendidas

Aunque existen numerosas versiones circulando sobre la historia, la trama parece comenzar con la figura de Charles “Chick” Gandil, primera base de los White Sox, que hasta llegar ser una estrella del béisbol pasó una infancia difícil y una adolescencia rebelde. Sabía muy bien lo que era la calle, cómo se movía el mundo en los bajos fondos. Todo indicaba que fue Gandil el que contactó con un tipo llamado Jack Sullivan, apodado Sport, y le comunicó que existía la posibilidad de que varios jugadores pudieran ser sobornados. Gandil se ocupó especialmente de que los ocho vendidos fueran de posiciones claves para asegurar el éxito del amaño.

Y fueron hasta ocho los jugadores que vendieron su alma al diablo: Ed Cicotte, sus números durante toda la temporada fueron excepcionales, dando crédito a la opinión de que era un lanzador fantástico. En sus 14 temporadas logró 207 victorias, y fue uno de los jugadores que más se involucraron en el soborno por su aversión y resentimiento hacia Comiske, el dueño del equipo. A Cicotte correspondió el dudoso honor de iniciar la serie y la trampa.

Foto:http://onmilwaukee.com/(JOE JACKSON)

Joe “Descalzo” Jackson era uno de los grandes ídolos que se convirtió en desterrada leyenda; por eso, su caso resultó especialmente doloroso, y son muchos los que dudan aún sobre su participación en el asunto. El caso es que una de las carreras más brillantes del béisbol se truncó, no en vano el legendario Babe Ruth solía decir que se fijaba en el estilo de Jackson porque tenía muchas cosas que aprender de él. Era un sluggers sobresaliente y espectacular, habitualmente temido por los pitchers contrarios. Sus números en la Serie Mundial fueron grandiosos, sin cometer errores, bateó para .375, tres dobles, un triple, cuadrangular y fue líder en carreras impulsadas para Chicago. Precisamente su agitada e intensa vida fue llevada al cine en la película "El campo de los sueños", protagonizada por el actor Ray Liotta y Kevin Costner. Respecto a Joe, son muchos los que defienden su inocencia, él mismo la defendió hasta el día de su muerte. El mejor argumento en favor de Jackson son los números en aquella Serie: bateó .375 con tres dobles, un jonrón, seis carreras empujadas, cinco anotadas y estableció un record con 12 hits. Lo que parece probado es que intentó frenar la trama advirtiéndole a Comiske lo que estaba a punto de suceder, pero el propietario de los Medias Blancas no le hizo caso.

Oscar "Happy" Felsch estuvo bastante pringado en el asunto, era un buen bate, pero posiblemente demasiado impulsivo, algo que le llevó a tomar la decisión de venderse a los apostadores. Charles "Swede" Risberg, shorstop, fue otro de los grandes implicados en el amaño. Fred McMullin, utility -un jugador muy polivalente y aprovechable en varias posiciones-, era el típico elemento muy beneficioso para el entrenador. McMullin no tuvo demasiados escrúpulos, pues descubrió el cotarro y amenazó con hacerlo público si no recibía su parte del dinero. El caso de George "Buck" Weaver, tercera base y shortstop, es curioso, pues se le ofreció el arreglo y rehusó, pero fue finalmente condenado por conocer la trama y no denunciarla. Por último, Claude "Lefty" Williams, el octavo pasajero de la ignominia, era un lanzador de una calidad extraordinaria y el hombre de confianza del manager Kid Gleason. Fue otro de los grandes involucrados en el proceso de amaño.

Resulta también bastante edificante el caso de Dickie Kerr, que se negó a participar en el fraude y comenzó a ser llamado el incorruptible. El jovencito zurdo lanzó el tercer juego y lo ganó después de lanzar siete entradas sin permitir anotaciones. Lanzó también en el sexto, que ganó entre las burlas de los vendidos.

El diablo Arnold Rothstein viste traje de mil rayas

Foto: www.denofgeek.us (Arnold Rothstein)

Y, tras las ocho almas vendidas, toca recordar al diablo. Todo aficionado al béisbol conoce la figura de Arnold Rothstein, gánster de Nueva York de tremenda relevancia histórica, no solo por el escandaloso amaño de las Series Mundiales de 1919, sino por su tremenda ascendencia sobre el posiblemente mafioso más importante en la historia de la mafia norteamericana: Charles “Lucky” Luciano. Y es que para Luciano, Rothstein era como un padre, pues le acogió como protegido y alumno. Rothstein tenía la capacidad para moverse en las altas esferas y en los bajos fondos. Además mantuvo actividad criminal junto a la flor y nata del hampa norteamericano, Dutch Schultz, Legs Diamond, Frank Costello, Johnny Torrio y Waxey Gordon.

Conocido como “The Brain”, Rothstein fue jugador profesional de dados, billar, caballos, apuestas y, por supuesto, póker. Cuando todo le comenzó a rodar bien, se convirtió en prestamista, luego montó un casino, y acabó siendo dueño de los mejores casinos de NY. Con la llegada de la prohibición fue de los primeros en ver el negocio: Rothstein fue el primer gánster en utilizar sus conexiones políticas, la cooperación entre bandas rivales, y el primero en meterse de lleno en el tráfico de sustancias ilegales. Era un tipo inteligente y elegante, que siempre concibió el control de los actos delictivos como un negocio y nunca como una guerra. A diferencia de lo vivido por Luciano, trabajando para Massería y Maranzano, este encontró en Arnold a la persona que le enseñó y mostró el camino para convertir la mafia en una empresa de actividad ilegal, pero con consejo de administración integrado por las cinco grandes familias del hampa neoyorquino. Por ello, antes de adentrarnos en la intervención directa de Rothstein en el amaño, era necesario ubicar su figura en el contexto histórico que le corresponde. Pero claro, todo el mundo tiene una debilidad, y la de Rothstein era el juego; Arnold apostaba sin parar y generalmente lo hacía sobre seguro, como fue el caso de los White Sox de 1919. Precisamente esa obsesión que tenía por el juego sería la que acabaría con su vida en 1928, cuando fue tiroteado en el Hotel Central Park en Nueva York, tras marcharse de una partida de póker en la que había perdido 320.000 dólares sin pagar, al considerar que estaba amañada.

La amenaza a Williams

Quizá Rothstein, cansado de ganar en todas las apuestas, quiso hacer una demostración pública de su poder. Por ello no dudó en ningún momento en aprovechar la oportunidad que se le presentaba, pagando la mayor parte de la cantidad global del soborno a los jugadores. Arnold acordó con Sullivan una suma de 100.000 dólares para repartir entre los beisbolistas, pero el apostador no les daría todo el dinero. Recibieron solo la mitad y los jugadores vendidos lanzaron un órdago, ganando los partidos seis y siete, colocándose a un solo punto de los Rojos. Rothstein, que sabía los hilos que tenía que mover, se encargó de que la serie concluyera en ocho juegos. El pitcher de los Medias Blancas para el juego decisivo fue 'Lefty' Williams, del que cuentan que, la noche previa al juego, recibió la visita de un extraño que, con una amenaza muy directa, le aconsejó perder el partido por bien de él y de su esposa. Williams estuvo como ausente durante todo el octavo juego, y Cincinnati ganó el título de la Serie Mundial. Los White Sox perdieron la Serie Mundial en ocho cotejos con un balance de 5 a 3 a favor de los Rojos de Cincinati.

Abe Attell, un antiguo campeón mundial de boxeo en peso pluma, lugarteniente del mafioso, fue el encargado de suministrar ‘la pasta’. El mafioso apostó 250.000 dólares por la derrota de los White Sox, y Rothstein nunca perdía. En cambio, pese a las sospechas suscitadas, la trama no fue descubierta hasta un año más tarde. Cuenta la leyenda que un niño le pregunto a la estrella Joe Jackson si lo que se decía era cierto y Joe no pudo negarlo. Independientemente de ello, el caso estaba en la calle y no tardó en explotar. Extrañó demasiado que aquellos grandes jugadores se emplearan con una marcha menos. No pasó especialmente desapercibida para el periodista Hugh Fullerton, quien destaparía el fraude con una serie de investigaciones.

El juez Keneseaw Mountain Landis fue el primer comisionado del béisbol encargado de expulsar de por vida a los ocho jugadores de los Medias Blancas implicados, que aceptaron dinero a cambio de jugar para que el equipo perdiera. No pudieron mostrar su culpabilidad, por lo que quedaron libres, pero fueron sentenciados de por vida al destierro del béisbol y -por supuesto- sin opción a entrar en el Salón de la Fama. A partir de entonces, los Medias Blancas pasaron a la historia con el apodo peyorativo de los Medias Negras. El Salón de la ignominia les acoge desde aquel año 1919, siendo especialmente triste el caso de Joe Jackson, un fenómeno al que se sigue defendiendo. Se suele opinar sobre su figura histórica que Jackson fue desterrado por la razón, que no así por el corazón, del béisbol.

El deporte del béisbol es prácticamente una religión en los Estados Unidos, y aquel suceso sacudió los cimientos del deporte. Golpeó seriamente la reputación del juego, pero la irrupción de un fenómeno como Babe Ruth, hizo posible que la gente volviera a creer en sus ídolos.

Decía Gay Talese, maestro del periodismo norteamericano, que una buena historia nunca muere, y la historia de este escandaloso amaño siempre estará de actualidad por la sencilla razón de que, en estos momentos, en algún punto del planeta, se está negociando y conspirando para alterar el resultado de una competición deportiva con mucho dinero en juego. Y aunque se ha de creer firmemente en la naturaleza limpia del deporte, jamás perdáis la vista a esos tipos de chaqueta que lucen encubiertos trajes de mil rayas, tampoco a los deportistas, porque en cualquier momento de la historia nos pueden volver a decepcionar con un buen puñado de Medias Negras.