Amores que perduran eternamente. Pasiones que se desbordan desde muy temprana edad y se prolongan en el tiempo de una forma inquebrantable, superando cada una de las adversidades que se encuentran en el camino y fortaleciendo su relación con el paso de los años. En este juego de sentimientos surge la necesidad de identificarse con la otra mitad de la historia, apoyarla incesantemente y no dejar nunca de idolatrarla, de admirarla. Y una de las historias de amor que tienen un sentimiento más fuerte es el de la afición argentina con el deporte de su país. Si bien el fútbol es el deporte rey en el país sudamericano, la realidad es que los argentinos se paralizan ante cualquier evento deportivo, y ya sea en el lugar donde se celebra o en las propias casas, la pasión se desata por unos colores, por una bandera.

Pero el amor que profesa la afición argentina con sus selecciones, especialmente de fútbol y baloncesto, se encuentra al mismo nivel que su exigencia, puesto que ambas selecciones figuran entre las eternas candidatas a hacerse con los títulos que disputan. Sin embargo, nadie en Argentina podía imaginar que el 28 de agosto de 2004 se iba a producir un hecho sin precedentes. 11.895 kilómetros separan el país sudamericano del lugar donde iba a escribirse la página más brillante del deporte argentino. Atenas, la cuna del olimpismo, vio triunfar a las selecciones argentinas de fútbol y baloncesto en unos mismos Juegos Olímpicos, convirtiendo a este día de finales de agosto en el más importante de la historia del deporte argentino.

Seriedad y efectividad bajo la dirección de un 'loco'

La situación de ambas selecciones era muy diferente por aquel entonces. El torneo de fútbol en unas Olimpiadas está marcado por la convocatoria de jugadores menores de 23 años y la posibilidad de convocar únicamente a tres futbolistas mayores de dicha edad. Además, las grandes potencias futbolísticas no suelen tomarse muy en serie esta competición, por lo que el nivel es inferior a las de las citas mundialistas. Sin embargo, Marcelo Bielsa decidió apostar fuertemente por el triunfo en los Juegos Olímpicos de 2004 y llevó una selección suficientemente fuerte como para pelear por las medallas. Argentina acumulaba dos decepciones consecutivas con Bielsa en el banquillo, la eliminación en primera fase del Mundial 2002 y la derrota en la final de la Copa América 2004 ante Brasil, por lo que ‘El Loco’ arriesgó para triunfar en la capital griega.

Roberto Ayala, Gabriel Heinze y Kily González fueron los tres jugadores mayores de 23 años convocados por Marcelo Bielsa para terminar de confeccionar una plantilla que contaba con varios nombres de calidad contrastada en el fútbol mundial, como era el caso de Javier Saviola, Nicolás Burdisso, Fabricio Coloccini, Javier Mascherano, Lucho González y, sobre todo, Carlos Tévez, que se convertiría en la figura del torneo. Argentina arrolló en la primera fase y consiguió tres victorias en tres partidos con un total de nueve goles a favor y ninguno en contra, lo que le convirtió en una de las máximas favoritas a la medalla de oro.

Costa Rica en cuartos de final (4-0), Italia en semifinales (3-0) y Paraguay (1-0) fueron los tres siguientes rivales de una selección argentina que terminó el torneo sin encajar un gol y logrando el oro olímpico por primera vez en su historia en la competición de fútbol. Carlos Tévez, autor del gol de la final, fue el máximo goleador del torneo con ocho tantos, y el nuevo ídolo de una afición argentina que olvidó así sus dos recientes fracasos y volvió a sonreír, al igual que un Marcelo Bielsa que lograba por fin un título que refrendara el buen juego desplegado por el combinado albiceleste desde su llegada al banquillo.

La generación dorada

La selección de baloncesto tenía una tarea más difícil que sus compatriotas del balompié. Los últimos torneos antes de llegar a Atenas 2004 habían visto a una excelente generación de baloncestistas argentinos, que habían conseguido la medalla de plata en el Mundial 2002 y en el FIBA Américas 2003. Sin embargo, Yugoslavia y Estados Unidos respectivamente se habían encargado de privar a la selección albiceleste de una medalla de oro anhelada por un deporte, por una afición, por un país. Pero entonces llegaron los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, donde Argentina conseguiría saldar todas sus deudas deportivas y consagrarse como la mejor selección de baloncesto del mundo.

La emoción invadió el primer encuentro ante la poderosa Serbia y Montenegro, una de las selecciones llamadas a pelear por las medallas. Manu Ginóbili, que por aquel entonces comenzaba a mostrarse como el mejor jugador argentino del momento, logró una canasta decisiva para evitar la prórroga y dar la primera victoria al combinado albiceleste. En el segundo encuentro llegó la primera derrota, casualmente ante España, pero el equipo entrenado por Rubén Magnano demostró su fortaleza mental y se rehízo en los dos siguientes partidos, finalizados con victorias ante China y Nueva Zelanda. El último partido de la fase de grupos se resolvió con una derrota frente a Italia, pero los argentinos ya estaban clasificados para la fase eliminatoria.

En este tipo de partidos, esta excelente generación de jugadores no sólo demostró su enorme calidad sobre las canchas, sino que ofreció la mejor versión de ese carácter competitivo inherente a los argentinos, lo que supuso una combinación letal para sus rivales. La todopoderosa Grecia fue el primer escollo de Argentina en su camino hacia el oro. Una nueva demostración colectiva de baloncesto y la selección albiceleste alcanzó las semifinales, por lo que las medallas se encontraban a un solo paso. Pero el rival en la penúltima ronda del torneo fue Estados Unidos, la máxima favorita para conquistar el oro olímpico. Baloncesto y corazón lograron imponerse a los dominadores del baloncesto mundial y, liderada por un Manu Ginóbili que se fue hasta los 29 puntos, Argentina derrotó a la selección estadounidense por 89-81 y se plantó en la final de los Juegos Olímpicos.

El rival en el último partido de la competición fue Italia, que los había derrotado en la fase de grupos. La revancha fue especial para Argentina, que dominó el marcador durante la mayor parte del encuentro y terminó venciendo por 15 puntos de diferencia (84-69), logrando no pasar apuros en los últimos minutos y permitiendo a la afición argentina celebrar el primer oro olímpico de la historia del baloncesto argentino. Luis Scola fue el hombre de la final, consiguiendo 25 puntos, once rebotes, y siendo un quebradero de cabeza para la defensa italiana, pero si por algo destacó el combinado albiceleste durante todo el torneo fue por el excelente trabajo colectivo de cada uno de los integrantes de esa generación dorada del baloncesto argentino.

El 28 de agosto de 2004 quedará grabado en la memoria de los argentinos como el día más importante de la historia del deporte de su país, el día en que los dos deportes más seguidos en Argentina se proclamaron campeones olímpicos por primera vez en su historia.