Con un grito ante la televisión al filo de las cuatro de la mañana, España celebró que una compatriota cumplió todo lo que había soñado en su vida a los 25 años. Era uno de los momentos más esperados en Río, comprobar si la mejor nadadora nacional de la historia podía por fin entrar en el olimpo del deporte. La respuesta era afirmativa. Mireia Belmonte hizo cumbre en su carrera con un oro olímpico en 200m mariposa, el primero de España en la piscina desde los Juegos Olímpicos de Barcelona, el primero de un nadador nacido en España. Midió la final como quién lleva pensando en ella toda su vida. Mejoró los parciales de las series y las semifinales, controló de cerca a la joven australiana Madeline Groves, tocó primera la penúltima pared y se lanzó desbocada a por el oro en los últimos 50 metros. Marcó un tiempo que ya es historia: 2.04.85. Era la mejor marca mundial del año, pero no la suya. Nunca le importó menos. Se quitó las gafas, miró el marcador y todo cobró sentido.

Por tres centésimas las piezas habían encajado. Entregarse al plan de entrenamientos más brutal que había afrontado nunca un nadador español había merecido la pena. La badalonesa que empezó en el agua a los seis años sin soportar una derrota, trasmutó en gran promesa y arrastró el estigma de su falta de mentalidad competitiva tras su decepcionanate rendimiento en los Juegos Olímpicos de Pekín, se puso en manos Fred Vergnoux, un entrenador implacable, para conseguir cumplir su sueño. El francés la guió por un camino lleno de sudor. Funcionaba el cuerpo, pero no la mente. Hasta que en el mismo quinto día de los Juegos de Londres Belmonte se tiró a la piscina dispuesta a afrontar un todo o nada en su carrera y el plan acabó con éxito en los mismos 200m mariposa. Se colgó la plata. La primera de una cadena de medallas en todo tipo de pruebas de un calendario tan diverso como extenuante. Para Río solo le valía el oro, así se lo dijo Mireia a Vergnoux después de Londres, y la mirilla apuntaba desde entonces a esta carrera, la única en la que tendría opciones. La última oportunidad en un deporte que castiga demasiado como para pensar en ganar en Tokio con 29 años.

Para ello se ha sometido a ingentes castigos físicos, jornadas maratonianas de entrenamiento en la altura de Sierra Nevada, miles de horas de gimnasio, piscina y retos extravagantes. Ha practicado boxeo y escalado corriendo el pico Veleta, ejercicios que poco tienen que ver con la natación y sí con la preparación para afrontar mentalmente situaciones imprevisibles. Ha mantenido un calendario plagado de pruebas, se ha empeñado en probarse en las aguas abiertas, ha sembrado dudas durante toda la primavera después de perderse el último Mundial, cuando su machacado cuerpo encendió activó la alarma a tiempo, pero ha llegado a tiempo para el día de su vida. Para España su victoria significa algo más que el primer oro en Río, la segunda medalla después de su bronce el sábado en los 400m estilos, el final a una mala racha. Es la excelencia del triunfo en uno de los tres deportes capitales de los Juegos, uno de los que concentran más miradas en el Planeta durante estos 16 días de deporte. Pero no es nada comparado con lo que supone en la carrera la badalonesa.

Tres veces al palo

Su medalla colocó el broche dorado a un día de buenas noticias y grandes pérdidas. España palmó tres bronces por un suspiro ante rivales superiores. Jonathan Castroviejo se quedó a cuatro segundos de subirse al podio de la contrarreloj, la prueba en la que el suizo Fabian Cancellara logró su segundo oro olímpico y la estadounidense Kristin Armstrong, el tercero; María Bernabéu perdió en el punto de oro un lugar en el cajón de la categoría de -70kg en judo, el deporte que ha sufrido siete derrotas en el combate de consuelo desde los Juegos de Sidney y que sumará en Río 16 años sin medallas; y el púgil Samuel Carmona no pudo continuar su proeza en los -49kg del boxeo en un combate igualado que aseguraba las medallas. Por si fuera poco, Pablo Carrera se quedó a un solo punto de tirar por las preseas en la prueba de pistola de 50m, donde el coreano Jin Jongoh logró su cuarta victoria olímpica en el tiro. El bilbaíno no pudo sumarse a la lista de 'diplomados' en la que también entró el joven halterófilo Andrés Mata en la prueba de -77kg con un séptimo lugar.

La quinta jornada tuvo pocas manchas: vencieron y viajan firmes hacia los cruces las mujeres de balonmano y baloncesto, los hombres del waterpolo y las dos parejas del voley playa. Avanzaron dos rondas los arqueros Rodriguez y Fernández y a la noche mágica de Belmonte le acompañaron en semifinales el joven Hugo González en 200m espalda, Eduardo Solaeche en 200m estilos y Jessica Vall en 200m braza. No acabaron tan contentos, especialmente la última, entre lágrimas al verse fuera de la prueba en la que logró el bronce en el Mundial del año pasado.

No se pudieron sumar los tenistas. Rafa Nadal aplazó al jueves su jornada extenuante en los tres torneos después de que la lluvia suspendiera toda la jornada por falta de pistas cubiertas, uno de los problemas de Río de Janeiro, que afeó su imagen con la disputa de partidos de waterpolo y finales de saltos de trampolín en aguas verdes. A los Juegos tampoco les faltó la polémica. El rey de la gimnasia Kohei Uchimura repitió oro olímpico en concurso completo con una victoria pírrica ante Oleg Verniaiev después de una puntuación dudosa al ucraniano en el último aparato. Les separó menos de una décima, pero no hubo protestas. En Río solo hubo este miércoles dos cosas infinitas: su paciencia y la alegría de Mireia Belmonte.