La vida termina por premiar a los que persisten, o esa es la enseñanza que se llevó de Río de Janeiro Ruth Beitia. La vida le sonrió con podio de altura barato y unas rivales fallonas y recompensó el talento, experiencia, serenidad y felicidad con la que afrontó su cuarta cita olímpica, su tercera final. Era la más veterana con 37 años porque ninguna de sus rivales cuando empezó en la élite hace 15 años resiste ya. Todas se fueron y ella decidió seguir haciendo lo que la hace feliz para cobrarse su deuda olímpica.

Tras 13 grandes medallas internacionales, Beitia se coronó definitivamente con el oro olímpico. Un oro largamente esperado por el atletismo español, que no hacía sonar el himno en un estadio olímpico desde que Fermín Cacho ganó los 1.500m en Barcelona 92. Nadie mejor que la mejor atleta española de la historia, la que ha mantenido en pie el medallero en los peores años, para encender la música.

Beitia cerró una penúltima jornada extraordinaria, propia del buen sprint final que España siempre encuentra en los Juegos. Por la mañana, Saúl Craviotto había sacado a relucir su gen de campeón en Lagoa para arañar un bronce compartido cuando todo parecía perdido en una prueba, el K1 200m, (donde ya fue subcampeón en Londres) que se decide en poco más de 30 segundos. Su medalla le sitúa entre los españoles con más fotos en el album de oro del olimpismo. Cuando llegue a casa guardará cuatro medallas, dos de oro, una de plata y una de bronce, un resultado que le permite tutear a David Cal como el mejor piragüista español de la historia. 

La tercera medalla en la laguna brasileña y el quinto puesto del barco K4 de 1.000m confirmó el gran trabajo de la Federación Española de Piragüismo y de sus deportistas. Son cuatro ediciones olímpicas sacando medallas, y dos en las que todos los barcos se clasifican para las finales. Al contrario de lo que ocurre en casi todos los deportes, los resultados en los Juegos mejoran los del ciclo olímpico.

Por la tarde, España triunfó en equipo. Como se preveía, las chicas del baloncesto no pudieron hacer nada ante Estados Unidos, un equipo de una dimensión diferente al resto del Planeta. Poco importó. Su clara derrota solo aumenta el valor de la medalla de plata. Como en el Mundial, el equipo de Lucas Mondelo consiguió ser el mejor de todos los mortales. Esta vez consiguieron el más difícil todavía, hacerlo sin Sancho Little, la estrella del conjunto. Cuando se lesionó antes de los Juegos, todas las predicciones empezaron a desalojar a las chicas del baloncesto del podio, pero ellas demostraron ser un equipo antes que una mera selección. 

Las baloncestistas cumplieron con una costumbre que se ha repetido en el deporte español los últimos cuatro años: selecciones que triunfan con gran parte de sus jugadores triunfando en el extranjero, emigradas por necesidad a países que las permiten vivir de su profesión. Laura Nicholls,  Alba Torrens, Leticia Romero, Laia Palau, Marta Xargay y Anna Cruz juegan en el extranjero. La otra mitad del equipo son Silvia Domínguez, Laura Gil, Lucila Pascua, Astou Ndour, Leonor Rodríguez y Laura Quevedo y sobreviven en España.

España alcanzó las 14 medallas a la espera de que este domingo se cierren los Juegos. Los hombres del baloncesto esperan quedarse solo un escalón por debajo de ellas y colgarse el bronce ante Australia. La despedida de una generación irrepetible debe terminar en el podio. Las chicas del conjunto de gimnasia rítmica, mientras, esperan una recompensa metálica a su trabajo durante los últimos años. El cuarto puesto de Londres sigue doliendo. Al menos, la clasificación del sábado, dónde acabaron primeras y conquistaron al pabellón de Río con su fusión de ritmos brasileños y españoles, invita a la esperanza, aunque en la final se parta de cero. También brilló a su nivel Carolina Rodríguez. Logró entrar entre las ocho mejores de la final individual, un diploma olímpico a los 30 años que tiene sabor a triunfo para la leonesa.

Baloncesto y rítmica son los últimos bastiones para alcanzar las 16 medallas. En todo caso, el cómputo final de medallas queda por debajo de las expectativas, pero se compensa por los siete oros, la mayor cifra desde los 13 de Barcelona 92. A la gran cita en casa hay que remontarse también para ver victorias en los grandes escenarios, el estadio olímpico y la piscina. Allí las consiguieron hombres, y aquí mujeres. Los oros de Ruth Beitia y Mireia Belmonte brillan con aumento por haberse logrado en los dos deportes que alumbran cada edición olímpica.

En el atletismo, precisamente, brilló también en la última noche el británico Mo Farah, otra vez campeón de 5.000 y 10.000 metros en unos Juegos, lo que le equipara al finlandés Lasse Viren. En el lado contrario, Asbel Kiprop, el mejor en los 1.500m, desaprovechó otra final olímpica desesperantemente lenta, en la que el español David Bustos terminó 7º. La maldición del keniano en la cita olímpica empieza a recordar a la de El Guerrouj. 

Nada de esto, sin embargo, importaba en Río a los brasileños, incapaces de llenar el estadio, de admirar como merecen a las estrellas del atletismo, de respetar a los rivales de los atletas locales o de quedarse a honrar a los ganadores en las ceremonias de medallas. El olimpismo en casa alcanzó para ellos el éxtasis con el gol de Neymar, el quinto de la tanda de penaltis ante Alemania, que acabó con la negación de Brasil en terreno olímpico. La Canarinha subió por fin a lo más alto en los Juegos Olímpicos en un Maracaná a reventar. Ha esperado 120 años, más incluso que Ruth Beitia, pero en los dos casos ha merecido la pena.