Fin de fiesta en Río. Se apagó el fuego olímpico. Los Juegos se acaban dejando su reguero de cuatro años de melancolía. El Maracaná los despidió bajo un aguacero con una ceremonia de clausura colorida, muy musical, pero también escasa en atletas, rostros conocidos y público. Nada que ver con Londres. La comparación con los últimos Juegos de 2012 es inevitable para desgracia de la ciudad carioca. La escasa asistencia, la actitud de los espectadores en algunas pruebas, las instalaciones y, como relatan los que allí están, el desastre organizativo en apartados como el transporte o la seguridad colocan a Río en una posición precaria dentro de la historia olímpica. Tampoco su deporte (19 medallas y 7 oros, poco más que hace cuatro años) se apropió del papel estelar que se reserva al anfitrión.

"Los Juegos de Río han sido maravillosos en una ciudad maravillosa", dijo el presidente del COI, Thomas Bach, en su discurso final, eludiendo comparaciones. La primera cita olímpica de Sudamérica, al final, ha salvado los muebles respecto a las mil plagas apocalípticas que se pronosticaban en un país asolado por una brutal crisis económica y política que poco tiene que ver con el que recibió el encargo de organizar los Juegos en septiembre de 2009. Sin embargo, las palabras del alemán remitieron a Atlanta 96, cuando Juan Antonio Samaranch cambió la habitual muletilla de "los mejores de la historia" por el diplomático adjetivo "excepcionales".

El paso del relevo de Río a Tokio, una de las liturgias de la despedida olímpica, se recibió con alivio. La bandera de los cinco aros pasó del alcalde de la ciudad carioca, Eduardo Paes, a la gobernadora de la capital nipona, Yuriko Koike. Un vídeo prometió una próxima cita en 2020 marcada por la tecnología y la innovación. El primer ministro de Japón, Shinzo Abe apareció en el estadio disfrazado de Super Mario Bross a través de una gigante chimenea en uno de los momentos más originales de las dos ceremonias.

Un cambio de era

Mejor o peor organizados, en Tokio faltarán con toda seguridad los dos faros que han iluminado la cita olímpica a lo largo de este siglo. Usain Bolt y Michael Phelps, reyes en Pekín, Londres y Río, se van de los Juegos dejando un vacío casi inasumible para el atletismo y la natación. Wayde Van Niekerk y Katie Ledecky podrán seguir ofreciendo obras de arte contra el cronómetro y reclamar el foco que en Brasil también merecieron, pero el jamaicano y el estadounidense colocan el listón de la leyenda demasiado alto. Tendrán que pasar años para ver otra vez en directo a deportistas que puedan autoproclamarse con argumentos como los mejores de la historia en el tartán o la piscina

En realidad, su hazaña más pluscuamperfecta se concentró en apenas 24 horas, las del 16 de agosto de 2008, quizá el día más grandioso de la historia del deporte. Phelps ganó en la mañana pekinesa la final de los 100m mariposa más discutidos de siempre por una sola centésima tras una remontada sideral en la última piscina. Salvaba así la consecución de sus ocho oros olímpicos en unos mismos Juegos, lo nunca visto. Por la noche, el joven Bolt se destapaba definitivamente con los 100m lisos más irrepetibles que se recuerdan. Rebajó el récord mundial en tres centésimas. Un año después le quitaría otras once, pero ninguna imagen de esa carrera en Berlín ha causado la conmocción de observar a Bolt batir la plusmarca frenando, abriendo los brazos y mirando al tendido mientras sus rivales se crispaban a varios metros.

Desde entonces, Londres y Río solo han servido para incrementar su leyenda y su botín. Bolt consiguiendo tres oros en tres pruebas durante tres Juegos, con marcas peores pero la misma superioridad insultante sobre la pista. Phelps, demostrando su voracidad competiva para ganar otros cinco oros y una plata a los 31 años, una edad provecta para la natación, hasta elevar definitivamente su cuenta hasta los 23 dorados y 28 medallas, algo irrepetible en muchas décadas. La suya es, además, una historia de superación de las que tanto gustan en el movimiento olímpico. El de Baltimore se ha repuesto a la desilusión con la que también ganaba en Londres, a la adicción al alcohol, a dos infracciones de tráfico y a una profunda depresión para volver a la pileta como si el tiempo no hubiera pasado.

La sensación de fin de una época de Río no es aplicable a la gimnasia. Las nuevas costumbres de este deporte hacen pensar que la estadounidense Simone Biles pueda plantarse en los Juegos de Japón con 23 años para tratar de iluminar de nuevo el tapiz y terminar de construir su mito como una de las más grandes. En Río consiguió cuatro medallas de oro y una de bronce, lo que la impidió superar a Larisa Latynina y a Vera Caslavska en unos mismos Juegos, pero la sitúa en la carrera por ser la mejor. Su figura construida en los mundiales desde 2013 se agigantó en Río con un ejercicio de suelo para los anales de un deporte que, tras muchos años, por fin ha encontrado una gran referente.

España esprinta hasta 17

El cambio de era tampoco es perceptible en el deporte español, que esprintó como de costumbre en el final de los Juegos Olímpicos con una decena de medallas en los últimos cuatro días para alcanzar las 17, las mismas que en Londres hace cuatro años. No consiguió superar esa cifra pero, a cambio, aumentó su número de oros de tres hasta siete, una mejora sustancial de la calidad que lo coloca entre los 15 primeros del medallero, Más claro aún es el análisis que dejan los diplomas. Crecen de 30 a 38, por lo que 55 actuaciones nacionales han estado entre las ocho mejores del mundo en sus pruebas.

Los números mantienen una tendencia estable desde los Juegos de Barcelona, con el pedigrí esta vez de conseguir el mayor número de metales dorados desde el techo del 92, y de lograrlos por primera vez desde entonces en el atletismo y la natación, los dos deportes capitales del olimpismo. La euforia final que siempre acompaña a España no debe impedir el análisis crítico. Los dos metales en el tartán solo se vieron acompañados por otros dos diplomas, y otro puñado de actuaciones destacadas e ilusionantes, como las de Bruno Hortelano y Sergio Fernández y sus récords de España. Una escasa cosecha en un equipo de 46 atletas, de los que más de la mitad compitieron lejos de sus mejores posibilidades, algunos con una falta de forma ofensiva.

Tampoco en la piscina, donde el nivel de exigencia para llegar a Río es mayor y los resultados han progresado en los últimos años, el balance invita al entusiasmo. Más allá de las tres finales (y dos medallas) de Mireia solo el joven Joan Lluis Pons sorprendió el primer día accediendo a la ronda definitiva de los 400m estilos. En un equipo diseñado con el objetivo mínimo de las semifinales solo se registraron otras siete presencias entre los 16 mejores (excluyendo los relevos), dos de ellas también de la propia Belmonte. Una cosecha que se antoja escasa con más de 30 participaciones y apenas mejoras de marcas.

Como en Londres, sacaron el sobresaliente el piragüismo y el taekwondo con todos sus representantes compitiendo entre los mejores. Las piragüas acechan la hegemonía de la vela como gran deporte olímpico español. Se falló esta vez en el mar en medallas y en diplomas, tan solo dos entre nueve embarcaciones. A cambio regresó el tenis, ausente del medallero en Londres, con un oro poco común y la estimulante lucha de Nadal contra sus dolores, el calendario y los rivales. Rozaron la medalla el judo y el tiro olímpico. El primero ya acudía con estrechas posibilidades. El segundo con el, quizá, mejor equipo de la historia, suspendió el examen olímpico. Lo compensó el estreno por primera vez en el medallero olímpico de la halterofilia y el bádminton gracias a dos solistas, Lidia Valentín y Carolina Marín. Por equipos, a la hora de la verdad solo respondió el baloncesto, con medallas de sus dos equipos. 

Tres medallas para cerrar

Si la de las chicas resultó una novedad en el historial, la de los hombres marcaba, quizá, el final de una costumbre. El bronce que este domingo consiguieron los últimos bastiones de la generación de los niños de oro de Lisboa 99 desprendió el aroma del adiós a una generación irrepetible. De acuerdo a la lógica de un torneo, otro más, bipolar, mal preparado y centrado en los partidos decisivos, España ganó en el alambre una vez más recurriendo a la experiencia del que lleva casi tres lustros subiendo a podios. La actuación de Pau Gasol en sus últimos Juegos fue una vez más vibrante y decisiva.

En plena apoteósis final, el bronce del 'adiós' coincidió con la plata del 'por fin' de las mujeres del conjunto de gimnasia rítmica. Su gran prestación en la calificación del sábado se confirmó el domingo con una medalla de plata 20 años después del oro de Atlanta. El conjunto que lideran Anna Baranova y Sara Bayón y forman Sandra Aguilar, Artemi Gavezou, Elena López, Lourdes Mohedano y Alejandra Quereda compensó el mal sabor de boca de Londres, cuando Italia les desalojó del podio a última hora. Llegaron a Río en la lucha contra la propia Italia, Israel, Bulgaria y Bielorrusia y su mezcla de samba en el ejercicio de cintas y de flamenco en el de aros y mazas conquistó al público y a los jueces, hasta el punto de poner en discusión la victoria de Rusia, que remontó en la segunda rotación gracias a la benevolencia del jurado con sus fallos estéticos en la primera.

En el grito final de Río, el día en el que el keniano Eliud Kipchoge coronaba una gran carrera ganando el maratón, Dinamarca sorprendía a Francia en balonmano y los NBA llegados a Brasil apalizaban a Serbia, el deporte tenía preparada su última sorpresa para España. El riojano Carlos Coloma, de 34 años, puso un bronce final a su bigote y al medallero en ciclismo de montaña, una carrera en la que también participaba José Antonio Hermida, el último medallista de la disciplina en 2004. Aunque finalista en 2012 y siempre entre los diez mejores, ciertamente nadie contaba con su presea entre el barro, pero el técnico biker se lanzó a por la medalla desde el principió y terminó por tumbar al francés Marotte en una partida mental de ajedrez jugada sobre la bicicleta. La emoción final y sus pases toreros en el momento cumbre de su carrera abrocharon la samba final de España en los Juegos Olímpicos de Río 2016.