Dicen que el guepardo recorre 100 metros en 5,95 segundos, que alcanza una velocidad de 114 km/h en menos de diez segundos, diez segundos que marcan la vida o la muerte, el hambre o la saciedad, la sangre o el viento. Y a las 22:52 sobre el tartán del ya mítico Estadio olímpico de Stratford, londinense, vida, muerte, sangre y viento, saciaron el hambre y la saciedad de un atleta de leyenda y siete guepardos que fueron incapaces de alcanzarle.

A diferencia de Lewis este atleta no es hijo del viento sino del Reggae, de las endiabladas endorfinas que las kilométricas turbinas de sus piernas convierten en hip-hop y dance-hall, pues verle correr es la más bella representación física  del ritmo y la música que sin duda marcaron sus orígenes.

Nacido en 1986 en Sherwood Content, en la parroquia de Trelawny, Usaint St, Leo Bolt es puro goce, es el ritmo del relámpago, la música del viento. En cambio en la desbordante y extrovertida personalidad del mayor animal del atletismo jamás conocido, no todo es diversión, pues en la fugacidad de aquellos diez intensos segundos tras los que se esconde su sonrisa, una vida resume el sacrificado camino de un chico nacido en la Isla caribeña de los sprinters. Una Isla donde Marley sonríe en cada esquina y los niños sueñan con alcanzar el místico estado de su música en tan solo diez segundos.

Un estudio genético de la Universidad de las Indias Occidentales defendió que la población presentaba inusuales cantidades de actinen A, sustancia que potencia las fibras musculares de contracción rápida. Fuera cierto o no, lo verdaderamente verídico es que Bolt, como todo joven jamaicano, creció volando descalzo por la hierba caribeña, en la que la escoliosis que sufrió de pequeño acabó construyendo morfológicamente a un imponente velocista de 1,96 m y 86 kg.

Su constitución física le alejaba de la velocidad, su personalidad, de la competición, Bolt era un diamante en bruto necesitado de encontrar la mano experta de un maestro espiritual, capaz de tallar y pulir aquella piedra jamaicana hasta convertirla en una joya del atletismo mundial. Glenn Mills obró el milagro, este le mostró la dureza de la competición, la importancia del entreno y moldeó la personalidad de un niño que se resistía a dejar de serlo. En cierta medida jamás lo dejó de ser, pero de la mano de Mills el mejor atleta de su generación comenzó a dar salida al guepardo que llevaba en su interior.

En mayo de 2008, pulverizó el récord del mundo que ostentaba su compatriota Asafa Powell, (9,74s) dejándolo en 9,72 s. El arquero jamaicano se dejaba ver por primera vez tras el fiasco de Atenas en los 200 metros lisos. Y en la frontera de los cien metros su vida pasa en tan solo 9,69 segundos en Pekín, donde pulveriza también los registros en 200 y 4×100. No parece haber techo para este guepardo desbocado, puesto que en Berlín bate sus propios registros dejándolos en 9,58 y 19,19. Es el momento de la comparación, se abre el debate: Bolt, hijo del relámpago es mejor que Lewis, hijo del viento, craso error, cuando  intentamos equiparar a dos hijos míticos de su propio tiempo. Hay estudios que demuestran que cuando James Hines bajó de los diez segundos por primera vez, los atletas solo empleaban el 75% de su potencial físico y aerodinámico, en la actualidad Bolt y los bólidos que corren junto a él se acercan al 99%.

Los entrenamientos han cambiado, las pistas también, ahora nos adentramos en una fase final en la que romper uno de estos estratosféricos registros será una tarea ciertamente complicada, por no decir imposible, pues nos topamos con los límites físicos y atléticos del ser humano. Por ello lo que hace Bolt, lo que hizo con tal pasmosa facilidad el bólido jamaicano ante los siete hombres más rápidos del planeta, tiene y tuvo tanto mérito. Sin duda un momento histórico, para un tipo que llegó cuestionado y saltó al tartán con la pasmosa tranquilidad del que se sabe el mejor, haciendo bromas constantemente. En todo momento muy seguro del ritmo y la música que componen el relámpago de sus piernas.

Fue grandioso escuchar el estruendo del disparo, un auténtico viaje sentir la adrenalina apoderándose de nuestros cuerpos para observar la contracción fibrosa de ocho fantasmas del viento. La salida de Usain, un pelín más lenta que la de los siete atletas que se enfundaron la piel del guepardo para cazar a los neutrinos que desprende su carrera. Su inalcanzable estela, capaz de fundir sus fibras musculares y el actinen-A para volar a la velocidad de la luz sobre el tartán de la historia. Aquel sobre el que pudimos contemplar la carrera más brillante de todos los tiempos con (+1.5m/s) y una marca para el relámpago jamaicano de 9.63.

Existen tecnicismos, no demasiadas palabras para contarlo, pero por encima de todo lo que afloran son sentimientos...

Prestas sus alas a una nueva quimera, el viento lo acoge en su regazo, prestos sus pies al ritmo, el tartán le tiende una alfombra hacia el infinito, prestas sus piernas al hip-hop, el relámpago se anuda a ellas para con su luz atravesar tinieblas, presta su sonrisa a un nuevo desafío, la estrella de Jamaica ilumina la calle siete a tan solo cien metros y menos de diez segundos de la leyenda: Es Usain Bolt, el animal más veloz de todos los atletas

VAVEL Logo
Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.