No hace mucho, el seleccionador nacional de fútbol, Vicente Del Bosque, expresaba su preocupación en la búsqueda de un ‘nueve’ para España; un puesto que no hace tanto parecía indiscutiblemente ocupado por Fernando Torres, y que ahora genera dudas.

Sin embargo, acudiendo al Mundial de motociclismo, otro Torres no solo se ha erigido en el nueve de España, sino que se ha convertido en el nueve veces nueve de España: el nueve de España al cuadrado. Se trata de Jordi Torres, el número 81 del Mundial de motociclismo.

El carisma hecho piloto, la sonrisa de niño pillo que apenas acaba de terminar una trastada y ya está cavilando la siguiente, con el único fin de divertir a todos cuantos le rodean. Un hombre cuyo excepcional talento queda eclipsado por su personalidad, que en apenas un par de años le ha abierto los corazones de toda la caravana mundialista, aficionados incluidos.

Tras años deslumbrando en el Campeonato de España de Velocidad con el número 18 en el carenado –el 9x2 de España-, su salto al Mundial le ‘obligó’ a cambiar los dígitos de sitio, dado que su habitual número ya se encontraba ocupado, y nada menos que por Nico Terol, su compañero de equipo en la estructura de Moto2 que dirige Jorge Martínez Aspar.

Fue entonces como, al invertir los dígitos, sin darse cuenta había pasado de duplicar ese nueve a elevarlo al cuadrado. Porque como ‘nueve al cuadrado de España’ su puesto no genera dudas ni debates. No hay seleccionador, y si lo hubiera, tendría muy claro el sitio de Jordi en la parrilla.

Su potencia se llama Rubén

La elevación de un número al cuadrado es la más simple de las conocidas como ‘potencias’ en matemáticas. Y es desde esa simplicidad desde la que Torres pelea cada décima de la misma forma que fuera de la moto pelea por sacar una sonrisa a su interlocutor o fan. La simplicidad que otorga correr (y vivir) por dos personas.

Todo ello nace del trágico acontecimiento que marcó la vida de Jordi: la muerte de su hermano Rubén, que soñaba con ser el ‘9’ del motociclismo español, en la misma carrera en la que él acabó en el podio.

El 8 de octubre de 2006, Rubén Torres caía al suelo en la primera vuelta de la prueba de Supersport del CEV celebrada en Montmeló, precisamente el circuito que los hermanos Torres (naturales de la localidad barcelonesa de Rubí) consideraban como su hogar en el motociclismo. Como en tantas ocasiones, la casualidad se vistió de fatalidad y Rubén fue arrollado por sus compañeros. Los intentos de salvar su vida fueron inútiles.

Ajeno a la magnitud de la desgracia, Jordi siguió adelante hasta entrar segundo en meta solo por detrás de Xavi Forés. David Salom, a la postre campeón del certamen, fue el tercer integrante de un podio en el que nadie habría querido estar. Un poco más atrás, en quinta posición, entró otro piloto que también ha convivido con la tragedia años después: Joan Lascorz Moreno.

Solo dos pruebas antes, Rubén había subido al podio al finalizar tercero en Albacete tras Adrián Bonastre, con el que había coincidido en la Copa MoviStar de Alberto Puig solo dos años antes; y Víctor Carrasco.

Unos meses antes había logrado su primer podio en el CEV. El 27 de noviembre de 2005, en la prueba final del certamen celebrada en Jerez, solamente un piloto separó a Rubén de la victoria. No fue otro que Jordi, junto al que firmó un doblete inolvidable para la familia Torres Fernández.

Por todo ello, cuando el destino dejó a Jordi sin su compañero de fatigas, sin su hermano pequeño, supo que desde entonces Rubén iría siempre en su moto de paquete. No lastrando su velocidad con su peso, sino empujando en cada recta bien acoplado para ganar aerodinámica, e inclinándose en cada curva de forma simbiótica con su hermano.

Un desierto extremo

Así fue como Jordi y Rubén se proclamaron campeones de España de Moto2 un lustro después sobre la moto del primero, que culminaba así una larga travesía de sinsabores. Su periplo en el CEV comenzó en 125cc, donde no logró puntuar en dos temporadas. En 2004 saltó a Supersport, y al año siguiente concluyó tercero en la general tras cosechar su primer triunfo. Un año después, el fatídico 2006, ocupó el quinto puesto final.

Tras la tragedia de Rubén, Jordi decidió abandonar Supersport y probar en la Fórmula Extreme. Fueron dos años duros, en los que no logró subir ni una sola vez al podio, concluyendo 8º y 12º de la general, respectivamente. Batallando contra sus propios recuerdos, regresó a Supersport, la categoría que tanto le había dado y que tantísimo le había quitado.

Ganó dos carreras y acabó sexto, reencontrándose con su mejor versión. Pero en 2010 la categoría desapareció para dar paso a las nuevas Moto2, adaptándose a los designios del Mundial. No obstante, esta vez el cambio de categoría no solo no supuso un paso atrás, sino que le llevó a cuajar su mejor año, proclamándose subcampeón de España solo por detrás del sempiterno Carmelo Morales.

Un año después escaló el último peldaño y conquistó su primer título nacional de Moto2. Repetiría un año después, eso sí, mientras comenzaba a dar destellos de su clase en el Mundial de la misma categoría, donde sustituyó a Toni Elías mediada la temporada. De forma paralela sumaba también dos títulos europeos consecutivos.

Clase mundial

Por fin. Sus buenas prestaciones obtenidas a lomos de la Suter del Mapfre Aspar Team durante las ocho últimas carreras, con un sexto puesto en Valencia como colofón final, le valieron un merecido contrato para disputar el Mundial desde el principio. Era obvio que el certamen nacional se le había quedado muy pequeño, ni siquiera el campeonato continental le servía ya de acicate.

Su clase invitaba a pensar en un ascenso, y Aspar –tipo listo donde los haya- no tardó en darse cuenta. Conservó la dupla Terol-Torres (más que compañeros, amigos) de cara a 2013, y los resultados no tardaron en darle la razón. Primero fue Nico en Austin, donde se llevó una incontestable victoria para estrenar su palmarés en la clase media. Mientras, Torres seguía creciendo a la par que haciendo amigos.

Lo hizo con su simpatía, su afabilidad, y sobre todo, con esa abstracta virtud que separa a los campeones de los grandes campeones: el carisma. No hace ni siquiera un año de su desembarco definitivo en la élite del motociclismo y ya se ha metido en el bolsillo a todos sus rivales. El mismísimo Valentino Rossi tuvo que rendirse a la moda del ‘kneeground’ impuesta por el de Rubí, una tendencia que gana adeptos de forma exponencial.

El ‘kneeground’ (en español, rodilla al suelo), consiste en simular una tumbada como las que hacen los pilotos sobre cualquier elemento. Jordi lo popularizó en las redes sociales, y el ‘feed-back’ recibido por los fans –y el resto de pilotos- ha sido espectacular, superando con creces las más optimistas expectativas previas que el propio Torres pudiera tener.

Una iniciativa que sirve como muestra de su carisma, que quedó finalmente probado en la alegría prácticamente unánime de todo el ‘paddock’ mundialista en el último Gran Premio de Alemania disputado en esa mítica montaña rusa germana que recibe el nombre de Sachsenring.

‘Kneeground’ al cielo

Allí tuvo lugar la conversión final de los posibles escépticos, si los hubiere, sobre el potencial real de Torres. En un circuito que se caracteriza por igualar las mecánicas, sobre todo en una categoría tan limitada en cuestiones de evolución como Moto2, Torres no solamente estuvo con los de delante. Fue, sobradamente, el mejor.

Lo fue en entrenamientos, lo fue en calificación –quedarse sin pole a manos del belga Xavier Simeon quedó en mera anécdota-, y lo fue en carrera. Como tantas veces le había sucedido en el CEV durante los dos años anteriores, Jordi sabía que ese día era el mejor. Sin embargo, eso no le indujo a la precipitación, sino todo lo contrario. Se colocó a rueda de Pol, interesado en reducir un grupo delantero en el que no estaba Scott Redding, su gran rival; y fue madurando la carrera combatiendo el desgaste de neumáticos.

Rebasó al pequeño de los Espargaró cómo quiso y en el momento que consideró oportuno. Sin alardes ni florituras, impuso su ritmo y abrió un pequeño hueco que le llevó en volandas hasta la bandera a cuadros. Su séptimo puesto en Jerez y su sexto en Mugello comenzaban a consolidarse en la zona noble, pero sus caídas en Le Mans y Montmeló –especialmente dolorosa por tratarse de la carrera de casa- habían sembrado dudas en el ánimo del de Rubí.

Sin embargo, regresó al ‘top ten’ en la Catedral de Assen, y cuando pisó el asfalto de Sachsenring supo que era su momento. El circuito más técnico del Mundial le venía como anillo al dedo, y lo demostró rubricando un fin de semana prácticamente perfecto.

Escoltado por un renacido Simone Corsi y un feliz Pol Espargaró que seguía recortando la desventaja en la lucha por el título, Torres se subió por primera vez a un podio mundialista. Directamente en lo más alto, el sitio que mejor conoce; desde donde deleitó a su parroquia con el ‘kneeground’ más esperado.

Y sí, en aquel podio de Sachsenring también estaba Rubén. Evidentemente.