Quince años encima de una moto, once para ser campeón del mundo. Esfuerzo en todos ellos, es huella de su resistencia, constancia y fuerza. Muy pocos hubieran aguantado lo que él todos esos años; pocos pilotos hay como Tito Rabat.

Su vida transcurre entera en el circuito. Capaz, incluso, de dormir en una caravana bien cerquita del asfalto, allí donde sólo es capaz de encontrarse. Es la historia del que vive por y para el motociclismo, la única forma de ser piloto. Él lo lleva a otro nivel, porque su fórmula no es otra que la de entrenos y más entrenos. Con esa pauta, espera repuntar una temporada de desencuentros que lo reúnan de nuevo con ese número que lleva al frente de su Kalex.

Le pudo, reconoce, la presión de ser la referencia, de ser el número uno. Un título mundial pesa, pero la tensión de renovarlo más. Y en esas se vio envuelto Rabat. Su trayectoria siempre ha sido cuesta arriba, pero con un aguante único siempre fue capaz de subir hasta la cima. Lo ha hecho desde la primera vez que puso un pie en un circuito y esta vez no va a ser menos. Llegó a Sachsenring lesionado, una fractura de clavícula entrenando en el Circuito de Almería. Hueso duro de roer, una placa al hombro y un par de puntos le bastó para batir el gran premio.

Todo apuntaba a la épica. Después de un fin de semana de trabajo y puestas a punto parecía que todo iba a culminar en un domingo glorioso. Estaba rodando en la cabeza, gracias a una remontada sobrehumana, buscando llegar al podio. Y llegó, porque le ganó la posición a Franco Morbidelli en una de esas frenadas interminables. Y justo en ese momento, donde sólo sabe a dulce, se encontró con el sabor amargo. Caída al suelo, porque Morbidelli fue a la desesperada y tercamente lo arrastró al suelo. La injusticia del deporte.

Se levantó como sólo él podía hacer: con dolor pero con una sonrisa para el público. Ese es Tito Rabat. Alegre pese a golpearse en el punto de todos los males, ese hombro que sobrellevó como si no existiera a base de coraje. Y no sirvió de nada, porque se marchó con un cero y el adiós a 20 puntos que podrían haberle acercado a Johann Zarco. El francés que está atando el mundial como nunca antes en su carrera deportiva.

Moto2 es una categoría complicada, de tránsito al cielo, de puente a MotoGP. Pero para llegar allí hay que luchar en la igualdad máxima, en una monotonía asfixiante donde a veces es difícil respirar. Ahora Rabat tiene que buscar el aire en una diferencia de 65 puntos, que es lo que tiene que recortar para alcanzar a Zarco. Lo tiene claro, necesita concentrarse. Olvidarse de que fue el favorito y sólo ganar carreras, una tras otra. Y con ellas, quizás, llegar otra vez a ser el referente. Es la única salida que le queda.

Aún quedan nueve grandes premios, una mitad de campeonato para volver a ser. Es difícil, mucho, pero todavía el título es una opción. En lo único que cree ahora mismo es en mejorar, y ahí puede estar la clave de su ascenso. Para volver a ser él, y dejar de ser segundo, ha regresado a su hogar, al trazado almeriense, para rodar y rodar hasta dar con la vuelta perfecta.

Nunca antes en Moto2 se ha dado una situación como ésta, tampoco son muchos los ejemplos de su predecesora 250cc. Siempre ha sido el líder de tablas el que se ha llevado el premio al final, sin sorpresas y asiduamente por adelantado. Sería una remontada de historia la suya. Sólo él puede hacer sonar una canción nunca antes escuchada. Única, como el propio Tito Rabat.