Casi 22 años. Del 19 de julio de 1964 al 28 de junio de 1986.

Tenía en los ojos un brillo especial. A su alrededor, todos lo habían percibido. La magnitud de su potencial le confería un aura casi mágica que producía a su alrededor un respeto incomprensible. Nadie entendía qué sucedía realmente.

No era un adolescente, era casi un niño. Llegó con el curso empezado, y cuando abrió la puerta del aula, los mejores de la clase se giraron hacia él. Todos habían visto antes ese brillo, y desde el primer momento sabían lo que les esperaba.

Casi 22 años. Del cuarto de litro al octavo.

Superhombres marcados con incontables cicatrices, trofeos de una vida entre dos ruedas y el asfalto que solo podía ser entendida bajo el prisma de la adrenalina, sucumbían ante la figura de un adolescente despreocupado. Le rendían ya por dentro –muchos tardarían años en reconocerlo, otros jamás lo harán- una pleitesía propia de una divinidad.

Tampoco esta vez estaban preparados. Una década antes habían asistido a un bautismo similar, y sin haber presenciado su ascensión se encontraban a sí mismos abrazando el politeísmo. Ellos, que tanto tiempo habían deambulado por una religión sin dios al que adorar. Sin saber cómo, ahora tenían dos.

Casi 22 años. De Phil Reed a Luca Cadalora.

Todas sus sospechas quedaron confirmadas. No había sido un sueño, ni mucho menos. Primero elevó su melena hasta el podio, y dos semanas después ya estaba mirando a todos los demás por encima del hombro, una operación que repetiría en 104 ocasiones.

Se hizo de rogar. Tenía la excusa de su excesiva juventud, pero eran tan mayúsculas las expectativas creadas que cuando alcanzó el cajón por primera vez, todos esperaban verle en lo más alto semanas después. Tardó más de cien, pero lo hizo.

Casi 22 años. De Alemania a Holanda.

Llegó primero a la última chicane, lo único que le separaba de su primera victoria. A su rebufo, un veterano español que daba sus últimos coletazos en el Mundial amenazaba con superarle en el último segundo. Pero ya había sido segundo, y tendría tiempo de repetir esa posición. Ese día, a la moto amarilla le tocaba ganar.

Estaba más que harto de ser tercero. Era una buena posición tras su mala salida, pero no bastaba. Daba igual que fuesen tres rivales, su neumático delantero tenía que pasar antes que los demás por la línea de meta, aunque fuera por una milésima. Le sobraron 38 para ganar a sus dos compatriotas.

Casi 22 años. Sumando 27 + 1.

Se puso de pie y estuvo a punto de estrellarse contra el muro. Para los demás era cuestión de lógica, pero no estaban en su piel. Aquel día, en el trazado checo de Brno, nació la historia más grande jamás contada del motociclismo moderno. La de Valentino Rossi.

Por fin había tocado lo más alto, y ya no se quiso bajar. En Mugello ordenó la categoría para toda la temporada, y mantuvo esa jerarquía hasta el final. Para pasar un testigo hace falta un relevo. El de Nieto pasó una década en el suelo hasta que Rossi se agachó. Marc Márquez tiene puesta la mano para que no pase lo mismo.

Casi 22 años. Del debut de Agostini a la retirada de Nieto.

 

(FOTOS - Rossi: racing.blogosfere.it; Márquez: motociclismo.es)