Durante más de una década, Shaquille O’Neal dominó los tableros de la NBA con la camiseta de Los Ángeles Lakers, equipo en el que exhibió durante años su mejor versión, convirtiéndose en el hombre más determinante del baloncesto mundial.

El mítico periodista Andrés Montés, firme creyente de que todo deportista requería un mote, reservó uno muy especial para ‘Shaq’. Cada vez que el gigantón brindaba una muestra de poderío, Montes exclamaba: “El artículo 34 de la Ley del Estado de California” (más tarde cambiado por Florida tras su fichaje por los Miami Heat). E invariablemente proseguía: “Hago lo que quiero, cuando quiero y cómo me da la gana”.

Exactamente lo que hizo Marc Márquez sobre el circuito de Indianápolis, templo del motor estadounidense como la NBA es templo del baloncesto mundial. El piloto español logró su tercera victoria consecutiva y cuarta total en su año de ‘Rookie’, entrando en meta en solitario después de superar cómodamente a sus grandes rivales.

No es la primera vez que hace algo semejante. Ya no bastan los dedos de una mano para rememorar las victorias de Márquez que hayan sido tildadas de épicas, imposibles o incontestables. Pero nunca había demostrado tanta superioridad en MotoGP.

Otra forma de aprender

Como cualquier otro piloto, Marc Márquez ha pasado por una fase de aprendizaje a su llegada a MotoGP. Ahí terminan las semejanzas con sus compañeros de parrilla. Marc es lo opuesto a un piloto cualquiera, por lo que su aprendizaje ha tenido muy poco que ver con las de otros grandes campeones.

Acotando la fase de aprendizaje de un piloto como el tiempo durante el que se conforma con algo que no sea ganar, la de Marc Márquez duró siete carreras. Un margen de tiempo ya de por sí sobresaliente, pero no estratosférico. Lo que se sale de todos los mapas estadísticos son sus resultados durante dicha fase.

Mientras aprendía, Márquez solo se bajó del podio en la carrera de Mugello, que fue también la culpable de que sus rivales se distanciaran en la clasificación general. Ahí aprendió lo que cuesta un solo fallo en MotoGP. Antes, había aprendido en Losail que un mano a mano con Valentino Rossi es otra cosa, a la par que empezó a consolidar una amistad que ya empieza a ser histórica. “Me empano mirando a Rossi”, confesó horas antes de batirse con él.

El desierto catarí dejó paso al ‘Far West’. Territorio inhóspito y desconocido, pero no solo para Marc. Allí todos tenían que aprender, y en eso el español es muy superior a todos. Ese don innato de conocer cada frenada al milímetro después de un par de vueltas igualaba un poco las fuerzas con sus contrincantes. Así fue. Las fuerzas se igualaron, y el talento marcó la diferencia. Con ese punto de suerte que tienen los grandes campeones, el destino quiso que su segunda carrera en MotoGP llegase en un circuito nuevo, y su victoria en Austin le llevó a borrar varios récords –muchos de Freddie Spencer- para escribir su nombre encima.

Jerez le bajó a la realidad, y aprendió que las peleas en MotoGP no siempre se acaban bajo la bandera a cuadros. En Le Mans, que la ‘pole’ no vale de nada si haces una mala salida. En Montmeló, que a veces la marca rival es muy superior; y al llegar a Assen, asistió en primera fila a una clase maestra de su amigo ‘Il Dottore’. Todo ello sin bajarse del cajón.

Salto a la palestra

Con esa clase magistral, parecía preparado para impartir sus propias lecciones. Llevaba cinco carreras sin ganar, la peor racha de su vida desde que se estrenara en Mugello 2010.

Todo estaba a su favor, y para colmo los acontecimientos precipitaron su ascenso. Estaba a su favor porque el escenario era Sachsenring, el circuito más técnico del Mundial, idóneo para su pilotaje. Y se puso mejor con las ausencias de sus dos grandes rivales: Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa. Resultado: victoria contundente.

Parecía ya claro que eran los tres grandes favoritos al título, y llegaron a Laguna Seca a igualdad de fallos. Marc había fallado en Mugello, y Lorenzo y Pedrosa lo habían hecho en Sachsenring. Tres caídas que se saldaron con sus respectivos ‘ceros’. A igualdad de fallos, Márquez ya lideraba la clasificación.

Y si en Alemania había salido a la pizarra para convertirse en maestro, en Laguna Seca dejó claro que su puesto estaba ahí, y destrozó su antiguo pupitre con un Sacacorchos, donde superó a Rossi en un hachazo inolvidable. El más grande de la historia solo acertó a decir: “¡Bastardo!”, entre carcajadas, mientras se lanzaba a abrazarle en el parque cerrado. El doctor había emitido su veredicto: ‘cum laude’.

En nueve carreras había tenido tiempo de hacer olvidar a Casey Stoner, de ir ganando la guerra interna contra Dani Pedrosa, de haber desquiciado a Jorge Lorenzo en la curva que lleva su nombre, y como colofón, de adelantar a Valentino Rossi en la curva más emblemática del Mundial, homenajeando a la vez una de las pasadas más míticas del nueve veces campeón del mundo. Era hora de escribir sus propias reglas.

Tuvo el parón veraniego para trazar el borrador, y sobre el templo de los ‘motorsports’ norteamericanos, Marc Márquez sentó las bases de lo que puede ser el futuro de MotoGP a corto y medio plazo, si no lo evitan los que están y los que vienen. Desde el viernes hasta el domingo, su nombre fue lo primero que se pudo ver en cada una de las hojas de tiempos de todas las sesiones en las que tomó parte.

Dominó cada uno de los entrenamientos libres, y en calificación hizo lo propio, al más puro estilo Mick Doohan. Sin embargo, la salida –su único ‘lunar’- impidió que emulara al australiano también en carrera. Superado por Lorenzo y Pedrosa unas décimas después de apagarse el semáforo, se acomodó en tercera posición para tener una primera mitad de carrera tranquila.

Sin despeinarse, dio cuenta de ambos, y fue haciéndose pequeño en la distancia dando pequeños bocados al cronómetro, hasta entrar en meta paladeando su cuarta victoria, la que le iguala a Kenny Roberts, al que espera emular ganando el título en su primer año. En Indy, Marc Márquez hizo exactamente lo que quiso, cuando quiso y como le dio la gana.

No será la última vez, seguro. Todo apunta a que durante años puede imperar el artículo 93 de la Ley del Estado de MotoGP.

Aunque seguro que si Andrés Montes siguiera vivo y pudiese ver una carrera del catalán, se preguntaría en voz alta, tal y como hacía con Tracy McGrady: “¿Por qué eres tan bueno, Marc Márquez?”.

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Sobre el autor
Nacho González
Periodista deportivo, especializado en motociclismo.