Nada le importaba ya. Sólo ganar. Siendo él mismo, explotando las carencias de la Honda. Esa que le relegó ese año, uno de los peores de su carrera. Para renacer, ganó en Australia. Victoria número cincuenta, a sus veintidós años. La edad nunca le estorbó y de ahí, el desafío a las leyendas. Grabó de nuevo su nombre, hacía tanto que no lo veíamos en dorado, para la historia. Historia por cómo fue Phillip Island, una de las mejores, algunos dicen que la mejor, carreras que se ha visto jamás. Y en lo alto, su nombre de nuevo. Marc Márquez y la épica. Como si estuvieran destinadas a ir siempre de la mano.

Fue el guión perfecto. El desparpajo fresco de los más jóvenes, nada tenían que perder Iannone y Márquez, llevando su ambición a las necesidades de los veteranos, Lorenzo y Rossi, finísimos por las circunstancias. Podían divertirse los primeros, y anda que no lo hicieron, buscando las vergüenzas del resto. Los tentaron como nunca pero sin sobrepasar el límite, una locura perfecta de epopeya.  

Foto: Box Repsol
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Falló en la salida el de Honda, cometido que aún se le atraganta, quizás fruto de la explosividad que siempre lleva consigo. Qué irregulares fueron sus tiempos. Era capaz de rodar más veloz que el resto, mucho más, pero no podía aguantar con ellos. Las gomas no acompañarían su espíritu, frenando ese ritmo imposible a merced de los que seguía. Su escena era una ironía calcada del año, el que quería y no podía, el potencial frustrado que en Australia fue olvidado, atrás quedaban sus fantasmas, porque allí pudo volver a ser Márquez. Se refugió en las curvas rápidas del trazado, por muy bien que se les dé a la M1, agresivo de nuevo por la ausencia de grandes frenadas, las que no podía trazar ese curso a su gusto. Y de ahí la diferencia.

Desbocado Iannone. Tan bueno. Estuvo tan perfecto que ni una gaviota le desubicó, aunque le destrozara parte del carenado, aunque se enfrentara contra el casco, que él hizo caso omiso y siguió a lo suyo. Lo hizo tan bien. Sin él la carrera no hubiera sido la misma, lo dio todo en cada vuelta. No le importaba dónde adelantar, ni cómo ni a quién. Y eso siempre se agradece. Puro espectáculo brindó. Lorenzo fue el de siempre, martilleante, constante, intentando repetir la misma estrategia, salir primero e irse. Pero esta vez no, porque se hizo el milagro de Dorna. Todos a la caza. Y Valentino perseguía detrás, peleándose con su compatriota, lo mismo con Márquez mientras perseguía al mallorquín. Cómo no iba a ser la batalla del siglo.

Foto: Box Repsol
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No daba tiempo a respirar. Los adelantamientos se sucedían como si no se jugaran el tipo, algunos el título, en cada giro. Por su irregularidad, cedió el de Cervera a mitad de carrera. En un momento le llegaron a adelantar así los dos italianos, pero poco le costó volver a pasarlos. A pesar de su provocación, se le vio un tanto conservador, consciente de lo mucho que se juagaba ahí. Como no fue una carrera normal, tampoco lo fue su final. Última vuelta, Márquez tercero, a ocho décimas de Lorenzo. Parecía que el triunfo del segundo estaría cantado. Nada así. Increíble suena a poco cuando hablamos del último giro del de Honda. Hizo vuelta rápida, en un tiempos rapidísimos que nadie sabe de dónde se sacó, y adelantó a Iannone al final de recta para hacer lo propio con Lorenzo, en plena bajada de Lucky Heights, como si fuera lo más normal del mundo. Y por si fuera poco, para más asombro, con dos segundos de ventaja.

Quiso también gloria Iannone. La encontró de la misma forma, en la resolución de la prueba, alargando la batalla con Valentino hasta el final. Y la ganó, algo que no todos pueden decir cuando se habla de Rossi. No estuvo tan fino el domingo por mucho que lo intentó, si bien el listón se marcó demasiado alto. Lorenzo quedó segundo, de lo peor del adelantamiento de Márquez le ocurrió lo mejor, que Valentino fuera cuarto por el tercero, merecidísimo, de Iannone.

Foto: Box Repsol
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Phillip Island fue una antología de motociclismo que se llevó Márquez. Adelantamientos que llegaban de todas direcciones, de todas las formas posibles, inimaginables, donde lo imposible era una palabra fallida, pues no conocía ninguno de los pilotos su significado. Una de esas donde no existe el pestañeo a pesar de la sorpresa que acechaba en cada curva. Fue también la esperanza de Lorenzo, cada vez más cerca de Valentino en su remontada soñada, buscando alargar el título a Valencia. Todo eso fue. Un antes y un después en los anales de MotoGP.