Decir que Toni Elías es un piloto deportivamente bipolar es una afirmación que, a estas alturas, no debería sorprender a nadie. El que en 2010 se convirtiera en el primer campeón del mundo de Moto2 acumula una ya extensa carrera deportiva colmada de vaivenes. De riqueza y de miseria, que diría Gonzalo Vázquez.

Capaz de batir al mejor Valentino Rossi en un épico mano a mano, algo reservado a una lista de elegidos que podrían contarse con los dedos de una mano. Igualmente capaz de pasar una temporada completa siendo el coche escoba del pelotón de MotoGP. Es Toni Elías, uno de los mayores talentos que ha dado el motociclismo español en toda la historia.

La impaciencia no fue aliada

Un talento atípico, de esos que brinda de vez en cuando el mundo del deporte. Su temprana eclosión auguraba una carrera colmada de éxitos en el Mundial de motociclismo. Sin embargo, los años fueron pasando, y el palmarés del campeonato seguía sin recoger su nombre.

No fue eso óbice para su escalada rumbo a la categoría reina sin más escalas que las justas. Poseedor de un buen puñado de virtudes, la paciencia nunca integró esa lista. Con la ciega fe en sí mismo propia de un imberbe cuyo límite parece ser el cielo, renunció a insistir en la búsqueda de títulos menores. Quemó hectáreas de etapas hasta llegar a la clase reina.

Y no sólo lo hizo sin un título bajo el brazo, ni siquiera contaba con un subcampeonato en su hoja de resultados. Se abonó al bronce en los años impares (1999 en el CEV, 2001 en 125cc y 2003 en 250cc), quedando a las puertas del podio en sus otras dos temporadas en el cuarto de litro: 2002 y 2004.

Días de vino y rosas

Sin duda, una trayectoria envidiable para un mortal cualquiera, pero escaso bagaje a tenor de lo que había demostrado ser capaz de hacer. Con siete victorias en dos y medio -cinco en 2003-, se presentó en la élite en 2005. Un año después, conquistaba la que sería su única victoria en la categoría. Estoril fue el escenario de su mejor victoria, lograda en un memorable mano a mano final ante un Valentino Rossi que venía lanzado tras enlazar cinco mundiales.

Tampoco eso le valió para acceder a una moto que le permitiera buscar cotas más altas, y aunque su tesón le hizo aguantar otras tres temporadas en MotoGP, la aparición de Moto2 en 2010 se abrió ante sus ojos como la ocasión propicia para saldar viejas deudas.

Lo hizo de forma incontestable a lomos de una Honda revestida de Moriwaki. No tuvo rival, y el 10 del 10 del 2010, Antoni Elías Justicia se proclamó campeón del mundo, otorgando más sentido que nunca a su segundo apellido.

Volver a empezar

Tocada ya la gloria con los dedos, la mediocridad se convertiría en su amarga aliada durante casi tres temporadas. El regreso a MotoGP fue un completo desastre, y su retorno a la categoría que le vio reinar un fiasco todavía mayor.

Deambuló entre equipos, chasis e incluso categorías, y en 2013 arrancó con energías renovadas.

Tampoco surtió efecto. Muy lejos de la cabeza, penando para coger un puñado de puntos netamente insignificante para un piloto que tres años antes se había acostumbrado a sumar de 25 en 25. Harto de verse perdido en un pelotón que no sentía como suyo, sin motivación para tratar de enderezar el rumbo en la categoría que le encumbró, su mente ya estaba lejos de ese Mundial.

Apuntó a Superbikes para 2014, pero la grave lesión del inglés Jonathan Rea aceleró el traslado. Michel Fabrizio fue llamado por Honda para sustituir al británico, y Elías no dudo en subirse a lomos de la Aprilia que había quedado libre.

Debutó en Estambul con un sexto y un quinto, pero ese fin de semana los resultados fueron lo de menos. En Turquía, Toni volvió a sonreír. Había enterrado tres años de mediocridad en apenas 72 horas. La gloria obtenida en 2010 había dejado de ser una sensación pretérita. El futuro vuelve a estar de su parte, y el mundo del motociclismo lo celebra. Toni está en su sitio, luchando por todo.