Antonio Vega, se dejaba llevar
Foto: VAVEL.

En el rockero barrio madrileño de Malasaña, en la confluencia de la Corredera Alta de San Pablo y de las calles Velarde y Fuencarral, junto al mítico bar Penta donde un genio de la música canta a La Chica de ayer, vuela la imaginación de Antonio Vega que da nombre a una plaza que dicen es el sitio de su recreo.

En aquel lugar en el que un 16 de diciembre de 1957 se creó la primera luz, en el que reina el silencio, la brisa y cordura, que dieron aliento a su genial locura, estableció el escenario de su hogar en el seno de una familia de siete hermanos. A Antonio desde el primer instante la vida le urgió para contar y cantar vivencias, de ahí su celeridad y empeño en llegar al mundo antes de lo previsto. Abrió sus enigmáticos ojos con la condición de sietemesino ocultando bajo su frágil apariencia una poderosa y creativa fuerza interior.

Era todo piel y huesos, le irritaba sobremanera que le llamaran tirillas, en aquellos días soleados de espiga y deseo, la luz del sol parecía filtrarse a través de sus orejas y mejillas. Por su liviana morfología física traspasaban los rayos de sol, pero esa piel y esos huesos conformaban una aleación de cuerdas de guitarra, nylon, fibra de carbono y metal, que hicieron sonar la melodía salvaje de un genio del pop español. Pues Antonio fue uno de esos tirillas melenudos que surfearon sobre la nueva ola madrileña de los setenta, un movimiento contracultural surgido durante los primeros años de la Transición de la España posfranquista del que fue uno de sus mayores iconos creativos.

El veneno de la música le cautivó desde pequeño, descubrió su poderosa magia comunicativa a la edad de diez años, cuando asistía en calidad de "oyente" a las clases de guitarra que tomaban sus hermanos Ricardo y Carlos. Desde siempre se mostró como un niño inquieto en busca de caminos infinitos y en esencia jamás dejó de serlo. Su paso por la universidad le sirvió para descubrir que no había nacido para ser arquitecto, sociólogo o piloto, sino para conectar con la gente a través de su creativa capacidad poética y musical. Por ello no terminó ninguna de aquellas carreras y se entregó con toda el alma a la música; primero se sumó a la banda Uhu Helicopter, semilla de Nacha Pop, a finales de los setenta. Liderada por su primo Nacho García Vega y en la que estaban tres amigos que habían pasado por el Liceo Francés, la mezcla resultó sumamente fructífera: La personalidad creativa de Nacho, que prefería emociones más inmediatas y vibrantes, contrastaba con las composiciones de Antonio, surgidas de la introspección y un agridulce sentimentalismo que tocó la fibra de muchas personas. En la hora crepuscular identificaba la melodía de las rocas y el mar, la simbiosis de ambas personalidades y estilos, propició la creación de Nacha Pop, grupo que dejó huella en el panorama musical español de los ochenta. Comenzaron como teloneros de Los Ramones en su concierto en la madrileña plaza de toros de Vista Alegre. En 1980 lanzaron su primer trabajo y en ese primer disco brilló sobremanera una de aquellas composiciones ‘made in Antonio’: La Chica de ayer, uno de los grandes clásicos del pop español.

Siete discos sucedieron a ese primer Nacha Pop: 'Buena disposición' (1982); 'Más números, otras letras' (1983); 'Una décima de segundo' (1984); 'Dibujos animados' (1985) y 'El momento' (1987). Pero el desgaste y el vertiginoso coqueteo de Antonio con una viuda negra llamada “Droga” condujeron a Nacha Pop a su disolución. En el aura de Antonio gravitan componentes malditos, esa leyenda negra que ha perseguido y atrapado a tantos genios de la música. Un tipo que habló sin tapujos de la santísima trinidad del lado oscuro de la vida: sexo, drogas y rock and roll. Antonio fue sin frenos por la vida, como en una de sus maravillosas canciones una misma ola rompió en dos orillas, el personaje y la persona.

A diferencia de la imagen frágil, atormentada y, sensible, que proyectaba, Antonio no era un hombre triste y solitario, en las distancias cortas cautivaba a la gente con su locuacidad y buen humor. Fue una persona ordinaria que vino al mundo para hacer cosas extraordinarias, como todo creador trazó buena parte de su inspiración con pinceladas negras de oscuridad a las que luego dotó con la luz y color de su personalidad. La voz rasposa de Antonio atravesó barreras y plantó una semilla para la transformación cultural de un país que comenzaba a abrirse nuevamente al mundo. Pero durante aquella apertura muchos pagaron un alto precio, fruto y consecuencia de su vertiginosa y caótica forma de vivir y crear. Cayeron por el brocal del pozo a lomos de un caballo que galopó por las venas de una generación que se perdió en el ficticio nirvana de la heroína.

Fragilidad, cuerda floja, magnetismo musical y metáfora, componen el puzle creativo y vital de Antonio Vega, que de la materia oscura extrajo palabras, notas que en cada una de sus canciones se dejan ver al amanecer. En lo concerniente a la música es un ángel que vino desde Orión para hacer estallar nuestras emociones con su genial y personalísima forma de componer. Antonio es Universal escribe para quiénes no pueden leerle, para aquellos que esperan en la cola de la historia y no saben leer ni tienen con qué, pero que poseen un alma sabia para escuchar y sentir con la magia de la música. Ahí radica su gran verdad y el punto final de un insulso debate intelectual: los literatos jamás considerarán a los músicos como poetas y estos tampoco aspiran serlo, pues sin ese 70 % por ciento mágico de la composición musical y el vehículo de la voz, la letra y sus estrofas perderían buena parte de su verdadero sentido. De todos modos si Antonio Vega no fue un poeta estuvo muy cerca de serlo, al menos parecerlo, un trovador urbano que se dejaba llevar, como hicimos todos y cada uno de los que disfrutamos con sus canciones, sus creaciones.

El que escribe estas líneas ama la poesía, las letras, pero la universalidad de la música no tiene rival, imagino a uno de nuestros ancestros, a uno de esos primeros magos jugando con la caja de resonancia de las cuevas de Atapuerca, haciendo conectar a su gente con otras realidades. Y Antonio fue mucho más que un poeta, más que un músico, fue uno de esos ancestrales magos que nos hicieron volar y conectar con nuestros sentimientos más puros. En 1991 debutó en solitario con “No me iré mañana”, al que siguió un año después “El sitio de mi recreo”, nuevas demostraciones de la facilidad que siempre tuvo para conectar emocionalmente con su público. Para tocar la fibra de la gente adaptando sus poemas a la música y viceversa, sufriendo como muchos los altibajos de un complejo mercado musical en el que hasta los genios van subidos en una montaña rusa comercial que te transporta incesantemente del éxito al olvido.

Referente absoluto, desmesurado talento, caballo salvaje al que había que dejar vivir como quería, nadie pudo cambiar su forma de ser por la sencilla razón de que Antonio se dejaba llevar por aquellas notas que nadie puede oír, en el juego, escurridizo y sutil de una espiral creativa y destructiva. Su carrera, su vida, océano de sol y lucha de gigantes en la que sintió su fragilidad cual pesadilla y bestia quimérica a sus espaldas. Un genio al que Paloma Concejero, con su proyecto documental 'Tu voz entre otras mil' quiere rescatar, ídolo y monstruo de papel cuyos puntos de luces y sombras representan los agujeros negros y estrellas de la enormidad universal de la música.

Angel caído de Orión que conocía los secretos de la música y la poesía como la lluvia al sol, con Marga se marcharon buena parte de sus razones para estar vivo, quizás por ello un 12 de mayo de 2009, dormido al compás de sus latidos y las estaciones, pensó que el mañana era demasiado y se dejó llevar calle arriba por última vez junto a la chica de ayer.

Se dejaba llevar, / se dejaba llevar por ti, / no esperaba jamás / y no espera sino es por ti, / nunca la oyes hablar, / solo habla contigo y nadie más, / nada puedes sufrir / que no sepa solucionar…

VAVEL Logo