Guía para no ahogarse en los días de lluvia: canciones pasadas por agua
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Con el otoño, la lluvia suele frecuentar nuestros días hasta convertirse en costumbre, y ahora que noviembre ya ha tomado asiento y se ha puesto cómodo, con seguridad se amontonarán uno tras otro los días encerrados en casa, esos sábados y domingos a resguardo, señoreados por el repiqueteo obstinado de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana, mientras la calefacción cumple amablemente con su labor. Son días en los que la inactividad aunada al calor doméstico propicia por regla general—¡y que nadie se atreva a negarlo!—una necesidad insaciable de escuchar música, casi de inyectársela en vena. Diríase, además, que el cálido resguardo ante la lluvia da lugar a un clima de intimidad que agudiza el oído musical, o cuanto menos, la capacidad de recepción, porque no es ningún secreto que en un día de lluvia se saborea con más intensidad una canción, algo en lo que, sin lugar a dudas, también participa la melancolía inherente de los días pasados por agua. Por eso, lo que aquí seguirá es una lista de temas para escuchar cobijados bajo un techo y al calor de una ténue luz, mientras el cielo se derrama a nuestro alrededor. Naturalmente, a este menú cada uno puede añadir el plato que le venga en gana, y, si fuera preciso, cambiarlo por completo.

Toda historia empieza por un principio y en el principio suele haber un preludio, y puesto que esta lista no tiene ningún ánimo de transgredir esta norma, empezará también con uno, casi obligado: el preludio nº 15 del op. 28 de Frédéric Chopin, conocido como “La gota de lluvia”. Se trata de un sobrenombre arbitrario. Jamás Chopin se refirió de ese modo a su preludio, como tampoco Beethoven había referido nada semejante a un “claro de luna” con respecto a su célebre sonata para piano popularizada bajo ese título. Así, el título de “La gota de lluvia” no es sino fruto de una vaga conjetura a partir de un comentario de George Sand—quien fuera compañera de Chopin—a raíz de escuchar al compositor polaco tocar uno de sus preludios. Ello no quiere decir, sin embargo, que en el preludio no pueda escucharse esa gota en el la bemol que se repite obstinadamente de principio a fin. Que empiecen a caer, pues, las primeras gotas con este preludio, compuesto, por cierto, en Valldemosa, Mallorca, hacia 1838.

Una vez preludiada, esta lista ya puede fluir libremente por los cauces que se le antojen, y su capricho nos lleva hasta un siglo después de ese remoto 1838, a 1940. Y concretamente, a París. Porque antes de la lluvia deben comparecer las nubes, y allí en La ciudad de la luz el cielo está oscureciendo bajo las Nuages de Django Reinhart y el Quintette du Hot Club de France.

Ahora sí, el cielo está completamente encapotado. Los presagios de tormenta se harán realidad de un momento a otro, inminentemente. Por eso no es de extrañar que Dusty Springfield confiese en 1968 su creencia de que hoy, efectivamente, va a llover, en una canción de Randy Newman cuyo título no es otro sino este I Think It’s Gonna Rain Today.

Y ya está. Lo que tenía que ser, es, y la lluvia empieza a caer. Cae la lluvia y decaemos nosotros, porque la lluvia nos desarma y, por ende, nos enternece. He ahí su cualidad melancólica. La lluvia, cuyas gotas caen sobre nuestros sentimientos desnudos, como lo hacían sobre el corazón de Buddy Holly. Raining in My Heart (1959)...

Y mientras el corazón de Buddy Holly queda empapado, los Everly Brothers vierten sus lágrimas igual que el cielo derrama su aguacero, en Crying in The Rain (1962). Llantos de jukebox.

Si todos los caminos van a Roma, en el poprock cualquier itinerario que se trace debe pasar forzosamente por los Fav Four. Y es que en 1962, unos jovencísimos Beatles, que ni siquiera contaban todavía con Ringo (a la batería se sentaba Pete Best), grabaron unas cuantas canciones como tarjeta presentación para la discográfica Decca, la cual, haciendo gala de una vista comercial sin parangón, desestimó la propuesta de los muchachos de Liverpool (¡cuántas cabelleras de directivos de la Decca debieron de quedarse sin un solo pelo poco tiempo después!). El caso es que entre los temas que grabaron el cuarteto de Liverpool estaba una electrizante versión del standard September in The Rain que no tiene desperdicio, y el hecho de estar ya en noviembre de ningún modo es motivo suficiente para relegarla de esta lista.

A los Beatles de 1962 aún les quedaba algún tiempo para que se encontraran con ella, pero lo cierto es que la psicodelia habría de llegar poco después para quedarse y definir toda una época, la de los años sesenta, sobre todo su segunda mitad. ¿Y qué tipo de lluvia había de llegar con la psicodelia? Naturalmente, no cabe duda, la lluvia “ácida”. Lluvia ácida como la que derramaba la Jimi Hendrix Experience en Rainy Day, Dream Away (y su continuación Still Raining, Still Dreaming), un tema del álbum Electric Ladyland que, más que como un tema, se desarrolla como una larga jam alucinada y alucinante, donde participan no solo los componentes de la banda, sino una nutrida lista de músicos a los que Hendrix invitava a tocar en las sesiones de grabación. Verdadera lluvia ácida en colores tan intensos que arden.

Pero no todo eran colores en el océano ácido de los 60. La psicodelia estaba presente en The Doors de manera rotunda, pero las canciones de Jim Morrison y sus secuaces se alejaban de los colores chillones y estridentes para adentrarse en las tinieblas. Así, las gotas de lluvia caen corrosivamente sobre esos Riders On The Storm que se adentran, solitarios, en la oscuridad. La canción pertenece al último disco del grupo antes de la muerte de Morrison: L.A. Woman (1971).

Los 60 han quedado atrás, la psicodelia también, y con los 70 el rock se ha convertido en una bestia enorme capaz de provocar seísmos bajo monumentales estadios repletos. Es la era del hard rock y un nombre reina sobre todos los demás: Led Zeppelin. Jimmy Page, Robert Plant, John Bohnam y John Paul Jones convierten el rock en expresión épica. Y así es su Rain Song, un arrebatador tema del disco Houses Of The Holly (1973). Nunca llovió tan majestuosamente.

Ahora, dos arbitrariedades. Arbitrariedades por cuanto las dos canciones que continúan esta lista no tienen relación directa con la lluvia, ni siquiera con el líquido elemento. Sin embargo, bien pueden formar parte del menú musical de un día de reclusión ante una tormenta. Porque puede uno recrearse morbosamente en la melancolía acuosa, en poner su alma al descubierto y en derramar impúdicamente su sentimentalidad, pero también puede uno sentirse terriblemente enojado ante el forzoso enclaustramiento y esperar, con los dedos, cruzados, que el sol recupere su lugar. En este caso, una canción de The Who perteneciente al icónico disco The Who Sell Out (1967) servirá de perfecto hilo conductor. Su nombre no podía ser otro: Sunrise.

No obstante, también habrá quien se conforme con este dolce far niente doméstico, o mejor dicho, quien habrá encontrado en la lluvia la excusa perfecta para tumbarse en el sofá y ver el domingo pasar con feliz indolencia. Entonces hay que recurrir a Queen, y más concretamente, a A Night At The Opera (1975), y aún más concretamente a… sí, evidentemente, Lazing On A Sunday Afternoon.

Una vez asumido que la lluvia no cesará en lo que queda de día y que nuestro sitio está entre las cuatro paredes que nos cobijan de ella, una vez aceptado que el tiempo y las leyes naturales escapan a nuestra voluntad, entonces podemos ya tomar asiento y ponernos cómodos, como lo ha hecho noviembre, y dejarnos llevar por la feliz contemplación del agua que cae a borbotones y abandonarnos a su hechizo. Y solo entonces podremos escuchar el jugueteo caprichoso del agua, ese jugueteo que Maurice Ravel tradujo para el piano en su Jeux d’eau (1901).

Y al fin llegará un momento en que este día lluvioso termine, porque no cabe esperar otra cosa. Y entonces, y solo entonces, podremos decir con Bill Evans, Here’s That Rainy Day.

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