No fue voluntad recurrir a los números ya que enfrían los relatos, pero existen ocasiones en los que es periodística, humana y literariamente imposible no recurrir a ellos, muy especialmente cuando el personaje ha convertido el registro numérico prácticamente en obsesión y base fundamental de su incesante afán de superación y búsqueda de los límites de su físico, su rendimiento deportivo. El número es frío porque jamás engaña, pues son pequeños trozos de verdades absolutas y, para los deportistas, los atletas, cobran importancia capital. No en vano sus habilidades y aptitudes físicas, traducidas a valores numéricos, les situarán en el éxito o la derrota, y delimitarán el grado de excepcionalidad de sus marcas, sus carreras. En gran medida de aquellas pequeñas verdades absolutas dependerán la huella y trascendencia histórica de sus logros deportivos, la tangible y fina línea que separa al ídolo, del atleta que participa pero que jamás pudo trascender a su mera superación personal.

En el caso que nos ocupa, la marca, el registro, es absolutamente fundamental, diferencial, excluyente respecto a los demás mortales que en cada brazada acuchillan la piscina con brazos que persiguen números de agua, pues lo de Mireia Belmonte definitivamente es algo sobrenatural. Y remarco lo de sobrenatural porque con esta chica barcelonesa, la verdad absoluta de los números nos hacen regresar al relato de ficción, nos encauzan hacia un mundo mágico sobre animales imposibles, criptozoológicos. En estos tiempos en los que tanto se habla de Cristiano, Messi, Márquez, Rafa Nadal… de la posibilidad más que fantástica, viable, de que fueran metáforas vivas de la transformación completa de animales en humanos de los experimentos del Dr.Moreau, de que sus genéticas habrían surgido de la maravillosa imaginación del grandioso H.G.Wells, las hazañas deportivas sobre una piscina de 25 metros en el Mundial de Doha, de una mujer que se supera cada día, una mujer llamada Mireia nos hace creer y pensar que podría haber escapado de aquella mítica Isla. Verla nadar con esa suficiencia, con esa eficiencia, y una prodigiosa anatomía moldeada para volar sobre el agua, nos traslada al canto XII de la Odisea. A un Ulises que advertido por la diosa Circe de lo peligroso que era el canto de las Sirenas se ata al mástil de su navío con sus oídos taponados con cera, para poder vencerlas. Pero mucho me temo que nosotros, todos los que la admiramos, la seguimos, hemos sucumbido a su canto, a su capacidad de superación y adaptación a un medio en el que parece haber nacido.

El relato nos lleva indefectiblemente a creer en el mito, la piscina corta a la profundidad de un mar desconocido que cada cierto tiempo nos revela desde sus más insondables abismos criaturas tan excepcionales como la nadadora catalana, un animal criptozoologico que desde que comenzó a dejarse ver en las aguas cronometradas de Badalona, no ha hecho otra cosa que crecer y acrecentar su leyenda. Una leyenda que nuevamente nos traslada a la verdad absoluta de los números, las más de ocho horas diarias en las que Mireia Belmonte se enfunda el traje de sirena para ser cada día mejor, para ser una de las mejores deportistas españolas de todos los tiempos. Números que jamás engañan, que la sitúan a la altura de otros mitos de la piscina corta como la japonesa Masami Tanaka, la sueca Therese Alshammar, la zimbabuense Kirsty Coventry y la holandesa Marleen Veldhuis, todas capaces de conseguir cuatro medallas en un Mundial.

Pero Mireia es algo sobrenatural, desde que en 2008 en Manchester comenzó a dejar muestras de hasta dónde podía llegar, la piscina corta se ha convertido en un medio acuoso de experimentación y superación en el que cada Mundial es más complejo establecer los límites de su físico y su rendimiento deportivo. Nos dejó patidifusos en Dubai 2010, donde consiguió tres oros en los 400 metros estilos, en los 200 metros cuatro estilos y en los 200 metros mariposa. Además, de sumar una plata en los 800 metros libres en ese mismo campeonato, pero Mireia se ha vuelto a superar consiguiendo dos oros con dos récords del mundo en menos de una hora, y se subió a lo más alto del podio en el 800 y el 400 libres sin encontrar oposición. Cuatro oros, en tres días, poco queda más por decir, tan solo disfrutar de su grandeza, su batalla con otra sirena húngara llamada Katinka Hosszu, con la que pelea por ser la mejor nadadora del momento.

Con este tipo de atletas, mejor regresar al relato de ficción, disfrutar de ellas y cerrar el texto pensando firmemente que la Isla del Dr.Moreau no es un mito, que las mujeres delfín son reales y firmar el último párrafo con la creencia de que definitivamente existen las sirenas.

Mireia Belmonte