Como todas las grandes historias, la de Michael Phelps comenzó con un “no lo conseguirás”, “no alcanzarás el éxito en nada” y un largo etcétera de frases hechas tras las que se escudan los incrédulos acomodados en la mediocridad. Phelps tuvo que escuchar esas palabras cuando aún no sabía que era un pódium, ni una medalla, ni siquiera había experimentado la sensación de una victoria... era un niño cuya mente dispersa no pensaba más que en encontrar la calma interna, la paz y el equilibrio que la hiperactividad no le permitía alcanzar.

A pesar de que desde muy niño le tenía miedo, pronto descubrió que el agua era su elemento,  y que formaba parte de él y no sólo biológicamente sino también metafísicamente. El propio Phelps explicaba que cuando le diagnosticaron trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el ejercicio era su única vía de escape y más concretamente la natación ya que dentro del agua no tenía que luchar contra nada, ni nadie, dentro del agua se sentía parte de ella y sobre todo se sentía feliz, algo que fuera a veces era complicado.

Así que, con toda la fuerza de voluntad y la grandeza que requiere una decisión como la que tomó, a los nueve años decidió que los medicamentos no serían sus aliados para superar sus problemas, sino su fortaleza mental, sus ganas de ser, de poder y la natación. Por lo tanto desde muy joven se planteó el deporte acuático como su modo de vida, sin saber aún que su vía de salvación le llevaría además a lo más alto del Olimpo.

El camino hasta la cima no fue fácil, pero tampoco estuvo sólo ante el peligro. A los once años, y habiendo batido su primer record a los diez,  conoció a su segundo padre, Bob Bowman. Bob fue el que configuró al Phelps que conocemos hoy, al Tiburón de Baltimore, ese que sólo puede ser el primero en todo, el mejor. Bob se centró en explotar la parte competitiva que Michael llevaba dentro, y que había heredado de su padre biológico, y  vaya que si lo hizo, de una manera prácticamente perfecta, ya que al mismo tiempo que sacaba la rabia de su pupilo, también fomentaba en él los valores del compañerismo y la deportividad. Algo que años más tarde quedaría patente en la relación entre el de Baltimore y Ryan Lochte, su gran rival dentro de la piscina y amigo fuera de ella.

Getty Images
Getty Images

La ingente cantidad de horas que Phelps dedicaba a la natación desde tan corta edad, hicieron que su capacidad y habilidad en la piscina evolucionara casi tan rápido como, poco después, fulminaba cronos. Ello le llevo a que un día al salir de la piscina se encontrase clasificado para sus primeros Juegos Olímpicos, con tan sólo 15 años. La divina precocidad del joven le hizo convertirse en el nadador del equipo olímpico más joven de la historia.

A partir de ahí, Phelps se hizo imparable, empezó a nadar a otro nivel, a batir records ya batidos y rebatidos, comenzó a hacer lo imposible, lo impensable por muchos y a demostrar que si lo conseguiría.

El camino hacia el Olímpo

El propio Phelps afirmaba que su camino olímpico ha estado marcado por diferentes metas en cada etapa: primero quería formar parte del equipo de natación olímpico, Sidney 2000. Luego ganar el oro, Atenas 2004. El siguiente objetivo era superar todos los récords, los históricos ocho de Pekin 2008. Ya sólo le quedaba hacer historia, Londres 2012. Y para Río 2016, que su país y su familia estuviesen orgullosos de él. Bajo su lema “no limits” se retira con todos esos objetivos cumplidos.

En el 2000 los Juegos Olímpicos de Sidney vieron como un chico de tan sólo 15 años y un cuerpo diseñado para la natación con unas manos y unos pies que bien podrían ser aletas, se asomaba a la piscina. No se había colado, ni quería saludar a su mayor ídolo. Michael estaba allí para competir, en Sidney fue donde empezó todo. Aunque ese año no consiguió ninguna medalla, se metió en la final de 200m mariposa y consiguió diploma con una quinta posición.

Cuatro años le separaban entonces de su segunda cita olímpica y de colgarse por primera vez la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. En ese espacio de tiempo Phelps se convirtió en el plusmarquista más joven de la historia, disputó dos mundiales -España y Japón-, batió ocho récords del mundo en menos de dos meses y entre oros y platas acumulaba en su palmarés once medallas.

Phelps llegaba a Atenas 2004 como una de las promesas de la natación estadounidense y allí continuó rompiendo techos y creando sensación. Terminaba sus segundos JJOO con ocho medallas entre las que los seis oros relucían más que los dos bronces. A sus 18 años ya era campeón olímpico de los 100 y 200 metros mariposa, 200 y 400 metros estilos, 4x100 y 4x200 metros estilos. Y bronce en los 200m estilos y 4x100 libres. Los 400 m estilos le valieron para convertirse en plusmarquista, esta vez olímpico. Además se convirtió en el segundo atleta olímpico en conseguir ocho medallas en las mismas olimpiadas, después de Alexander Dityatin. Ese año no pudo superar a su compatriota y compañero del equipo de natación Mark Spitz que ganó siete oros, pero sólo era cuestión de tiempo.

La consagración de un semidiós entre tinieblas

En Pekín dio la campanada y calló a otro incrédulo, Spitz que en una ocasión llegó a decir que los ocho oros en una misma cita olímpica eran un imposible. Para él sí, pero no para Gold Phelps, que automáticamente lo convirtió en su próximo objetivo a batir. Y así, ante millones de atónitos ojos, Michael Phelps se consagraba como el rey de reyes, como un semidiós al colgarse sus históricos ocho. Ocho medallas de oro acompañadas de sus respectivas plusmarcas mundiales, a excepción de los 100 m mariposa, y que consiguió en los 200 metros libres, 200 y 400 metros estilos, 100 y 200 metros mariposa, 4 x 100 metros estilos, 4 x 100 y 4 x 200 metros libres.

El título de mejor nadador de la historia ya tenía dueño, Michael Phelps. Ante esa situación, el nadador se convirtió en rey de todo, de la piscina, rey mediático, etc. Pero las nubes empezaron a nublar el trono y al propio rey. Al año siguiente de hacer historia, salió a la luz una noticia que evidenciaba que el semidiós de la piscina tenía adicciones de lo más mundanas, algo que ya sucedió años atrás, en 2004 y también posteriormente, en 2014. Fue entonces cuando el mundo se dio cuenta que los invencibles también tienen sus debilidades. Sin embargo, las adicciones de Phelps, siempre se mantuvieron en segundo plano y no llegaron a superar el amor que el norteamericano tenía por la natación.

Después de haber superado gracias a su fuerza de voluntad los problemas de hiperactividad, una adicción no iba a poder con él y nuevamente la reconoció, la superó y siguió adelante. Por eso la de Phelps es una historia de superación constante. Consiguió salir de las tinieblas en su vida personal, al mismo tiempo que continuaba convirtiéndose en leyenda en lo deportivo.

En los Juegos Olímpicos de Londres 2012 había un título en juego, el de “el deportista olímpico más laureado de la historia” y Phelps lo tuvo claro, sólo podía ser suyo, algo que no era demasiado difícil de conseguir llegando a Londres con 16 medallas. Así que la gimnasta Larisa Latynina, que con 18 medallas era la dueña de ese título, vio como el joven estadounidense le relevaba. Tras acabar los Juegos, el palmarés olímpico de Phelps ascendía a 22 medallas. Al sumar seis más en la cita británica. Cuatro de ellas de oro en 100 metros mariposa, 200 metros estilos, 4 x 100 metros estilos y 4 x 200 metros libres. Y las dos de plata en los 200 m mariposa y los 4x100m libres.

Al acabar los juegos Phelps pensaba que tras superar el mayor reto olímpico y habiendo hecho un recorrido olímpico-deportivo más propio de dioses que de mortales que le despedía con un palmarés galáctico, ya había dado todo lo que tenía que dar al deporte y viceversa.  Así que anunció su retirada con la intención de poder relajarse de la vertiginosa exigencia que le suponía la competición en la que llevaba inmerso desde niño. Pero esta historia no acaba aquí.

¿Hasta siempre?, ¿hasta pronto?, ¿hasta cuando?

La de Londres 2012 sería la primera despedida del campeón olímpico, ya que un año y medio después ese feeling con el agua del que hablaba el tiburón, le haría lanzarse de nuevo a la piscina de competición. Así anunciaba su regreso para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 y advertía que esta vez la retirada sería definitiva ya que su cuerpo no daba para más.  Mientras sus quintos Olimpicos Llegaban, Michael aprovechó el tiempo y realizó la transformación total y definitiva a su vida personal. Las adicciones, ya mencionadas, se convirtieron en pasado al costarle el veto en el Mundial de Kazán, se casó y fue padre del pequeño Boomer. Y de padre a padre solucionó las cosas con el suyo. Con esa nueva vida Phelps encaraba Río 2016 con la mejor de las sonrisas y con unas ganas notables en sus ojos.

Michael volvía a Río con la única misión de demostrar que sigue siendo el rey de la piscina pero no venía movido por el simple afán de conseguir más medallas, sino que esta vez era distinto. Se trataba de algo mucho más complicado y sencillo a la vez. En esta ocasión los resultados serían lo de menos, ahora quería hacerlo bien para que su familia y su país estuviesen orgullosos. Quería retirarse sin que diese la sensación de algo que no era real, que pareciese que huía de la piscina, porque no era así.

Y eso quedó demostrado a pesar de que su forma física era un misterio antes de verle saltar al agua, la leyenda del Tiburón de Baltimore terminaba de escribirse en las piscinas cariocas, con seis medallas más. Oros en los 200 metros mariposa, en los relevos 4 x 200 y 4x100 libres, en los 200 metros estilos y en los relevos 4 x 100 estilos. Y la plata en los 100 m mariposa, una plata que sin duda debió ser dulce para Phelps ya que quien le arrebató el oro, es uno de sus más fieles admiradores, Joseph Scooling que conoció a su ídolo siendo un niño.

Getty Images
Getty Images

Al terminar su última prueba y entre el calor y la ovación de su público. Michael dejaba ver en su rostro las lágrimas más sinceras y bonitas de todos los olímpicos. Esta vez sí, llegaba el momento de la despedida, decía adiós con una pose a la que ya tenía acostumbrado a más de uno, los brazos hacia arriba formando la corona de laurel y llorando como un niño. Y habiendo cumplido no sólo sus objetivos sino también el sueño de ser abanderado de EEUU.

Getty Images
Getty Images

Sabía que en Brasil diría hasta siempre a la piscina y tras competir y sentir de nuevo las sensaciones del éxito y la felicidad, Michael ha dejado el listón a ras del Olímpico, más que por las nubes. La colección de medallas, que según Phelps están guardadas donde nadie las encontrará, se cierra con 28 medallas olímpicas y 23 de ellas de oro. Así cuesta creer que llegue alguien que le supere. Pero si una vez un chico llamado Michael Phelps dejó loco a medio mundo, quién dice que no llegará otro u otra X que haga lo propio con el otro medio. Entre las posibles candidatas está otra admiradora y compatriota, Katie Ledecky.

Phelps ha dedicado su vida a la natación y se han gratificado mutuamente. Pero es hora de descansar, de dedicarse tiempo a sí mismo y a lo que más quiere, su familia. Pero eso no quiere decir que el de Baltimore haya agotado su lista de objetivos y aspiraciones, la siguiente meta es convertirse en inspiración y en ejemplo para los jóvenes, comentaba el propio Michael al despedirse oficialmente, sin ser consciente de que ese objetivo también está cumplido. Ahora todos esperan que el semidiós de las aguas se deje ver de vez en cuando para deleite de los seguidores que no terminan de creerse la retirada.

Getty Images
Getty Images

Llegados a este punto poco más se puede decir y es que te puede gustar más o menos la natación, te puede gustar más o menos Michael Phelps, pero habiendo visto todo lo anterior es casi de obligación decir: gracias y hasta siempre, Michael Phelps.