El periodismo disfrazado que no nos merecemos
Tenemos que levantarnos. Un periodismo mejor es más que posible.

Diez hombres y una mujer mayores de edad. Un plató. Una imitación que acaba en un revolcón por el suelo. Risas y aplausos. Solo faltan títulos de crédito y música de fondo para una comedia que dejó de tener gracia, si es que algún día la tuvo. Recuerden, aspirantes a ser periodistas, aquellos que tienen entre 25 y 30 años, víctimas de años de explotación, infravaloración de horas de trabajo y lamentables sueldos, sepan que el mundo les prefirió a ellos.

"El mundo del periodismo les prefirió a ellos"Estudiantes, personas de alrededor de 20 años, a punto de acabar la carrera y con ganas de comerse el mundo, debemos ser conscientes que el referente fabricado ha sido este. Chicos, adolescentes de 15 años llenos de sueños, amantes de los viajes, las redacciones pasionales y el conocimiento de nuevas realidades, tengan claro que nunca lo conseguirán mientras ellos sigan riendo y aplaudiendo, y vosotros estéis detrás viéndoles.

Después no se encuentra trabajo y lloramos. Los políticos roban y son mediocres, no hablan inglés, ni tienen ni idea de política internacional, los economistas no dan ni una, la de Empleo no sabe ni hablar, y nos da vergüenza. España hace el ridículo por el mundo y no nos gusta lo que vemos, cuando día tras día en nuestra vida vitoreamos y compramos todo eso.

Cuando todos parece que habíamos logrado unos niveles mínimos de educación, de repente un día nos dimos cuenta que todo aquello no era tan ideal: los periódicos no eran tan objetivos, las publicaciones tenían intereses ocultos y todo lo que nos decían quizá no era tan verdad, ni tan de fiar. Los listos dudan, y otros entregan las armas, encantados de la vida de ser víctimas de la sociedad de masas. El hombre masa, aquel que se adapta al vulgo en lugar de intentar cambiar las cosas, se pone de moda. Solo esto explica que podamos aceptar algo así como si no pasara nada, solo esto justifica que veamos tal bochorno y nos haga gracia, y que lo lleguemos a encontrar hasta divertido cuando es el hacha que corta la cabeza a todos y cada uno de los aspirantes a realizar de nuevo esta bonita profesión. Después nos quejamos, porque miramos a España desde lejos y no nos gusta lo que vemos, pero todas y cada una de esas actitudes, políticas, creaciones de personajes, deportivismos rosas y demás ... tienen el origen en nuestra propia aceptación y nuestro mirar para otro lado*.

España y sus cosas

En un país hundido, con unas instituciones y unos representantes que insultan a la inteligencia, nuestra morfina es el deporte, pero ni siquiera en ese campo podemos mostrar un poco de decencia. Ni análisis ni educación. Sin formas ni objetivos más allá de escandalizar y convencer al forofo. El bar se ha convertido en cantera de periodistas, y Twitter es su particular puesta en escena. Y España, como recuerda David Jiménez, se ve fea cuando se mira al espejo, y no reconoce ni cómo ni cuándo llegó a permitir un camino que la llevó a tal nivel de dejadez.

Si el periodismo y la sociedad tenían ciertos problemas, España patentó su versión de crisis cañí

Antes, si tenías talento, era más que seguro que entrarías dentro de cualquier redacción, tu trabajo te llevaría a la cima, ese era el único aval hacia el éxito. Hoy hay otros méritos, otras exigencias: enchufe, amigos, dinero, conocidos, tetas, sonrisa profident... Hay muchas variantes, pero ninguna se ajusta a lo que incumbiría a la calidad periodística, el rigor y la seriedad. Seguramente los 'otros méritos' han estado siempre ahí, pero nunca habían cogido tanto peso como ahora. Hemos engordado la vaca de la audiencia y el clientelismo hasta hacer que el periodismo de los 60 parezca objetivo y absolutamente independiente de los poderes fácticos. Puro ilusionismo anacrónico.

Uno llega a estar harto (eufemismo) de una sociedad que premia el robo, justifica el engaño y basa siempre sus medios en virtud de un fin: el dinero. Lo que fue un útil invento para el intercambio de propiedades ha pasado a ocupar el sillón central de la humanidad. Si Nietzsche habló de la muerte de Dios y el vacío que este dejaba, nosotros nos hemos encargado de rellenar ese hueco con billetes (de 500 euros), sin importar con qué métodos se habían obtenido. A menudo muchos protestan, y protestan, y protestan. Hasta que sus palabras resuenan, su eco les cansa y acaban dándose por vencidos adaptándose a un sistema que antaño odiaron, pero que es la única salida: "Qué le vamos a hacer, no hemos tenido más remedio". Uno se ve condenado a ello, y puede mantener su pensamiento, pero sus palabras ya fueron llevadas por el viento, ya ha sucumbido a un adversario que le ve como maquinaria, no como un trabajador, y que no ve al usuario, para él solo existen los números, las cuentas, los bonus, las primas, los superávits y el número de ejemplares vendidos. El resto es puro relleno. Y si el periodismo y la sociedad ya tenían ciertos problemas, España patentó su versión de crisis cañí.

Periodistas: los que ya están

Digamos las cosas por su nombre, desde hace un tiempo el periodismo va a golpe de peloteo, alabanza y adjetivos exageradamente positivos. Con ellos se intentan conseguir las próximas exclusivas que vendan periódicos, para que no se diga eso de que nunca hay noticias serias. Se trata del "lamepollismo ilustrado", y funciona tanto en los estamentos éticamente más bajos de la profesión hasta las más altas esferas. Desde cabeceras famosas hasta proyectos digitales que nacen de la nada. Si no pones el culo, no llegarás a ninguna parte, si no te ganas el favor de los propietarios del periodismo, siempre lo tendrás un poco más difícil. Hay que pedir permiso, recordar su grandeza y repetir hasta la saciedad lo buenos que son para la profesión. Ninguno de ellos se preocupará nunca por relanzar ideas que no sean aquellas que él mismo haya intentado vender. El corporativismo manda, y entre el buen periodismo y algo de dinero, lo segundo siempre es lo primero. Dar oportunidades a los nuevos o apostar por otras ideas no es su estilo, criticar al statu quo sin necesidad de cambiarlo es su forma de vida. Al fin y al cabo, si el periodismo deportivo fuera una cuestión seria, ellos serían trabajadores normales, uno más. Y perderían su trono.

En el otro bando del ring de gente que olvidó sus orígenes e 'hijos de...' están ellos, la voz del pueblo. Seguramente, y aunque no nos guste, no son más que un reflejo de nuestro yo oculto. Sí hombre, ¿no lo recuerdan? España es un país de claroscuros, en los claros todo el mundo lee, está preocupado por la paz mundial, la pobreza, la educación y dedica largas horas al conocimiento; en los oscuros, pues eso, hay la otra España: la de Sálvame, Punto Pelota, charanga y pandereta, la que ve la ultraderecha como una ideología respetable y ataca al 15M por radical, esa que nunca miró muy lejos, pero cuya miope mirada ya le sirve para entender de todo. Faltaron las gafas, quizás por eso permitimos que se llegara a tal nivel de mediocridad sin darnos cuenta. Simplemente no la vimos venir, era tan cariñosa y campechana ella...

Ilusiones, golpes y humillaciones. ¿Futuro?

Mucha gente creía en el trabajo, en la palabra, en el honor, en la honradez y la satisfacción que hay en hacer las cosas poco a poco, al detalle. A lo mejor tendríamos que madurar. Quizá así entendería a los periodistas que hacen del grito el único medio de comunicación, recortando así las distancias con nuestros antepasados, los monos, no hay nada mejor que volver a los orígenes. Si no estuviera tan loco, podría llegar a admirar que las barbies hayan salido de la caja de juguetes para presentarme los telediarios, aunque éstas vocalicen mal, no tengan ni idea del tema que comentan o realicen su trabajo con una incompetencia insultante. Quizá si no estuviera loco, vería bien que semejantes personas lleguen a cobrar lo que becarios como yo no llegaremos a ver en diez meses de arduo y duro trabajo. Quizá esto es lo que se lleva y deba adaptarme a la moda.

Es triste ver que todo se ha convertido en un circo, y que esto no nos importa demasiado

Es triste ver que todo se ha convertido en un circo, y que esto no nos importa demasiado. El otro día, después de un partido de fútbol entre dos equipos muy buenos, he llegado a oír en boca de un presunto (ahora que tanto se lleva lo de presunto) periodista que un entrenador era 'un genio' por haber llevado a un jugador a una ciudad con la intención de hacerle hablar después de un partido. Nunca la palabra genio había sido tan barata, y somos tan estúpidos, que muchos tragan la jugada. En definitiva es un genio, y nosotros no le hemos sabido valorar durante todo este tiempo. No importa que semanas antes ese genio fuera vilipendiado por su autoritaria actitud, ni que sus métodos 'dividieran a un vestuario' según afirmaba el grupo informativo que ahora da cobertura a palabras de elogio tan convencidas. Al otro lado, portadas insultantes y columnas bravuconas, cabeceras que creyeron y quisieron ser partícipes de inventar al mejor equipo de la historia a partir de la descalificación sistemática, basada en una supuesta escala de valores inventada en un país de la piruleta que no existe en el mundo del fútbol. Se vanagloriaban de su terquedad, y ahora deberán esconderse, al menos por unos días.

Hoy, otra noche más, me deprimo al pensar que los estudiantes de periodismo alimentan a su propio minotauro, aquel que les comerá y les enviará al paro en cuanto acaben sus jueves de borrachera y sus soporíferas clases, aquellas que adormecen su cerebro contándoles cosas que de nada servirán cuando crucen las puertas de salida de la universidad por última vez. Nos obsesiona si 'somos de Mou', 'somos de Villa' o 'somos de Messi', otros nos vacían los bolsillos con estúpidos actos, absurdas palabras y ridículas actuaciones, y nosotros no podemos hacer más que mirar para decir lo malos que son. Pasamos de ser posibles partícipes de la solución a formar parte del problema y engrosar la irreductible tribu del hombre masa, aquella que nunca quiso ser ni formar parte de ella misma, pero que se ve arrastrada por ese instinto tan común del 'lo hacen los demás'. Es la eterna pugna de clases trasladada a una lucha cultural en la que, desde hace demasiado tiempo decidimos, por pereza, no alistarnos.

*Aunque usted sea la excepción, sé que nunca miró ni mirará ese tipo de programas y que está muy implicado con la sociedad y su progreso cultural. Sé, por revelación divina, que mira siempre la 2 y nunca caería a manos de semejante nivel de porquería televisiva. Como nos sucede a todos, vaya".

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