Terroristas
Negro luctuoso en memoria de los que murieron a manos de los aquí mentados

Media mañana. Madrid. 30 de noviembre de 2014. Atlético de Madrid - Deportivo de A Coruña. Graves reyertas en los aledaños del Manzanares, a pocos metros del Estadio Vicente Calderón. Burdos aficionados prostituyen los valores adalid del deporte convirtiendo las calles en campos de guerrillas. Hacen honor a la fama luciferina que tienen. Son dos bandas callejeras que atentan con el traje de sus equipos mientras conscientemente aleccionan la violencia más sangrienta. Son verdaderos hitlerianos capaces de amargar un deporte que unió a pueblos y países, culturas y radicalismos alrededor del respeto común. Hoy habrá quienes tengan la conciencia tranquila, como tranquila la tiene el criminal. Lo único cierto es que un muerto de los suyos yace sobre la memoria de los que jamás apoyaremos el terrorismo.

Una sinrazón de calibre fascista, de extraordinaria mentecatez. Un crimen que deja huérfanos al hijo de cuatro años y a la mayor de diecinueve. Un absoluto despropósito que está a la altura de la necedad de la actual sociedad civil; que pasa en un país donde la cultura permanece atrincherada a merced de su deposición. Donde los mecenas no existen, los políticos nos roban y las escuelas no enseñan. Qué se habrá hecho mal. Otrora se pensaba que con el cambio de siglo, la globalización y la llegada de los social medias, se abandonaría tanta insensatez, que casi por arte de magia se pasaría de orangután a humano, y todo va al revés.

Hablamos de pura psicopatía que provoca que inocentes o culpables mueran allá donde demuestran su falta de civismo. Murieron en Egipto, también en Londres. Mueren en Argentina, en Turquía, en España. Por su culpa los niños separan a los padres, la ira mueve a los aficionados y los jueces provocan la injusticia. Saltan al campo para agredir a los que firmaron su camiseta, destrozan ascensos y atentan en partidos de categorías inferiores. Entran en el Monumental argentino y asesinan al  primo o al hermano o a la madre…

Pido que se desarme esta Guerra Santa. Es momento de que bajen el telón y resuciten a los protagonistas. Tengo ganas de aplaudir, de pensar que se trata de un drama histórico, de un 1936 futurista y llevado al parqué del Liceo. 

El terror de aquella mañana pareció celebrar el decimosexto aniversario de la muerte de Aitor Zabaleta, un joven aficionado que, como se recuerda en el manifiesto de este periódico, murió a hierro a manos de unos verdugos que no entienden nada de fútbol. Ese es su premio. Como la oreja del toro al torero o la medalla olímpica al olimpista. Es la recompensa maquiavélica del que levanta un trofeo que huele a muerto. Da igual que hablemos del XX con Cambalache o del XXI con Rajoy. Que no cuenten milongas de regeneración ni lomces en vinagre, que no hablen de la Unión Europea, de la ONU o de la coalición de la Vía Láctea. No solo está muriendo el estado de bienestar, también nuestro estado mental. Que detengan a los asesinos, a los intelectos de la organización y a los culpables, y si es posible que alguien quede libre para poder juzgarlos

#NoalaViolenciaenelDeporte

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