Elecciones 2015: ¿vuelve el cirujano de hierro?
El Roto

El lenguaje empleado por la clase política no suele desafiar las pautas socialmente aceptadas. Sin embargo, también hay que señalar que lo que podríamos denominar “modas lingüísticas” provienen primero generalmente de los altavoces mediáticos de los partidos. De esta manera, Partido Popular, Ciudadanos, Podemos... no hay partido que no hable de “regeneración”, ya que no hacerlo equivale a aceptar, en el terreno dialéctico, que el sistema no necesita reformas. Ello responde a que cuando las carencias de este sistema se encuentran al descubierto, y los casos de corrupción afloran sin control, ninguna formación política desea ser considerada, por la ciudadanía, como acrítica. Así pues, la incorporación de este elemento al discurso político, no deja de ser un recurso, aunque cada partido lo adapte al puesto que ocupa y a sus esquemas ideológicos.

En este sentido, la situación en la que se encuentran Partido Popular y PSOE, obviamente no es la misma que la de Podemos y Ciudadanos. Los dos nuevos partidos, parten con cierta ventaja puesto que su discurso renovador, al no haber gobernado, resulta más creíble. Ahora bien, el hecho de que los cuatro partidos más relevantes abanderen la regeneración como propuesta estrella de su discurso, implica que aunque acepten que el régimen debe cambiar, también desean liderar ese cambio. Entonces, las organizaciones que aceptan el sistema, participan en él y extraen de éste su poder, ¿son las más adecuadas para ejercer un cambio verdaderamente profundo? Lógicamente, esta  pregunta sería válida para cualquier partido político. Porque, ¿acaso los cambios políticos más relevantes en la historia, con la honrosa excepción de la antigua Atenas, no han venido siempre de personas que estaban fuera del sistema?

De hecho, el discurso del regeneracionismo no es nuevo, ya fue usado a finales del siglo XIX, cuando la Restauración Canovista comenzaba a mostrar ciertos síntomas de agotamiento. Este régimen, se basaba en el conocido “turnismo”, en el que se alternaban sin sobresaltos, mediante trampas y fraudes, el Partido Moderado de Canovas y el Progresista de Sagasta. Con esta treta se buscó dotar al sistema de una estabilidad que era el orgullo de esta obra de ingeniería política. Se dice, que todo aquello fue acordado en el Pacto de El Pardo, que podría ser el equivalente “canovista” de los Pactos de la Moncloa. Hay que señalar que, aunque las similitudes con el régimen actual saltan a la vista, en aquella época el término “regeneración” provino primero de los propios intelectuales.

De acuerdo con lo dicho, el pensador más conocido del llamado regeneracionismo fue Joaquín Costa, quien popularizó la metáfora del “cirujano de hierro”. Aquel personaje sería el encargado de acometer los cambios necesarios en un sistema decadente como lo era el español de finales del XIX. No obstante, las alusiones así planteadas ya no resultan tan rentables, puesto que ahora ninguna regeneración se dirigiría en términos duros como los de antes, sino que se prefiere proyectar una imagen más integradora. Por esa razón, la tendencia actual es acompañar casi toda afirmación que se haga con el apellido “democrático”. No tiene importancia si se habla de revolución o simplemente de cambio, cualquier vocablo encaja perfectamente en la retórica actual, si se afirma que es “democrático”. Debido a ello, el sintagma “regeneración democrática” encuentra el anclaje ideal en el relato de cualquier partido.

En resumidas cuentas, el término “regeneración” es perfectamente compatible con el statu quo, y no pretende ser revolucionario ni transformador. Al respecto, la RAE no deja lugar a dudas, ya que regenerar es restablecer o mejorar algo que degeneró. Evidentemente, la degeneración no se puede ocultar, pero entender que el sistema ha degenerado por mala suerte es una diagnóstico que deshecha, muy oportunamente, la posibilidad de que la decadencia del mismo se encuentre en su propio ADN. Ahora bien, el consenso de facto que han adoptado la mayoría de fuerzas políticas en torno a este concepto, encierra un conformismo que, a lo sumo, se disfraza con aires de cambio. Por todo ello, este hecho contribuye a revitalizar el sistema y a sus principales actores (los partidos), que parece que justo ahora por fin serán capaces de reinventarse a sí mismos, casualmente cuando mayor apatía parecía que despertaban en la ciudadanía.

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