Se encogen los corazones, se marchita la ilusión y se humedecen los ojos. 63 millones de ingleses presenciaron un auténtico drama shakesperiano, una de esas heridas que tardan en cicatrizar y que nunca podrán borrarse de la mente de los grandes aficionados a este deporte. El orgullo de un país ha sido herido de gravedad en su propia casa.

Cuatro años de trabajo intenso liderado por el alquimista Stuart Lancaster, que se ha estrujado el cerebro buscando una renovación generacional del equipo. El juego fresco y atrevido del XV de la Rosa no ha hecho sino crecer, con la vista puesta en "su" mundial. Y es que así era definida esta gran cita. Un sueño que se ha convertido en pesadilla ya que en el momento decisivo, se ha venido abajo como si fuera un castillo de naipes.

Es una de las mayores decepciones de la historia. Con la vitola de favorita e Inglaterra no ha sido capaz siquiera de acceder a los cuartos de final. Tendrá que jugar un encuentro más sabiéndose ya eliminada, y arrastrando ese deshonor en el césped. Maltratada por la prensa de su país, la selección inglesa no ha tenido capacidad de respuesta para evitar precipitarse por el abismo. Twickenham fue testigo de excepción de una caída lenta pero inexorable, en la que Inglaterra no encontró ningún asidero.

Australia no hizo prisioneros

Ambiente de gala, juegos de articios, imponente ceremonia de los himnos con el God Save the Queen poniendo la piel de gallina, pero cuando el oval se puso en marcha, todo ello quedó atrás. Y es que en el deporte es habitual que gane el mejor. Sencillamente por eso ha ganado Australia. Se puede poner mucho coraje, recibir el apoyo de miles de personas, pero si no se es capaz de hacer un buen rugby y los nervios atenazan, el desenlace no puede ser otro que la derrota.

Los ingleses se mostraron tan fieros en los prolegómenos como endebles en el juego. Presas de una verdadera caza de brujas por parte de una prensa macabra, el XV de la Rosa se ha visto atrapado en una espiral de desconfianza. La derrota ante Gales escoció mucho, y los wallabies no parecía que fueran el mejor antídoto.

Foley fue la cara visible del trabajo bien hecho por los australianos

En los quince primeros minutos pareció que había un pacto de no agresión. Ambos combinados nacionales se tanteaban, buscaban coger sensaciones y no estaban muy incisivos en sus ataques. Foley y Farrell comenzaron lo que parecía prometer un duelo tremendo de pateadores, pero tan solo compareció uno de ellos. En el minuto 20 comenzó a desmembrarse la defensa inglesa, que se olvidó del hombre que llevaba el balón. Dio la casualidad que ese hombre es rápido e inteligente, y aprovechó la alfombra roja para lograr un ensayo que él mismo convertiría.

Foley pateando. Foto: rugbyworldcup

Unos minutos después, Australia asistía asombrada a la fragilidad defensiva de su rival. Los ingleses no solo no eran capaces de generar juego ofensivo, sino que se hundían constantemente y perdían terreno en cada mol. Foley volvió a aparecer y a brillar con luz propia. Una excelsa jugada con pases veloces y precisos acabó con el aussie en la zona de marca inglesa, y llevando el marcador a un sonrojante 3-17 al descanso.

Inglaterra tiró de corazón pero no fue suficiente

Foley, Foley, Foley. Este nombre lo escucharán en sueños los ingleses. La exhibición del pateador austral tuvo continuidad tras el descanso. Colocó un golpe de castigo nada más comenzar la segunda parte, haciendo saltar todas las alarmas en la escuadra inglesa que ya tenía que recurrir a un milagro. Los cambios dieron aire a los europeos, especialmente la entrada Vunipola y de Ford.

Ford y Farrell se entendieron bien y mejoraron a Inglaterra

Comenzó a circular mejor el balón el XV de la Rosa y tras una muy buena conexión de pases en el minuto 56, Watson hacía un ensayo por el flanco izquierdo del ataque inglés. La grada se venía arriba y creía en el milagro, mucho más después de que Farrell lograra cinco puntos consecutivos pateando. Fue titánico el esfuerzo de Inglaterra por llegar a esa situación, logrando buenos contraataques y robos de balón a los australianos.

Pero los esfuerzos se pagan. A quince minutos del final las piernas comenzaron a pesar, y el talento puro y el aplomo mental de los australianos, se impusieron. Hubo cambios que dieron frescura al equipo oceánico, y cuando Farrell era sancionado con tarjeta amarilla por un placaje a destiempo, la tragedia ya era una realidad.

Foley pateó, volvió a patear y logró la conversión tras un ensayo de Giteau, que dio la puntilla a un equipo destrozado. Twickenham se convirtió en un funeral. Australia presenta su candidatura a hacer algo grande en este mundial y se jugará el primer puesto del grupo frente a Gales. Mientras, los ingleses protagonizarán el prólogo del drama durante la próxima semana.