De la indignación a la celebración
Una joven pasa con prisa ante las protestas del rectorado de la Universidad Autónoma de Barcelona

Un viaje en tren puede esclarecer muchas cosas sobre qué piensan y sienten los jóvenes; en teoría el devenir de nuestra sociedad, y el futuro al que se agarra una población sumida en una crisis económica que no parece tener fin.  Esos 40 minutos que van de la estación de ‘Granollers Centre’ a ‘Barcelona Passeig de Gràcia’ da muchas pistas sobre el qué de nuestros futuros ingenieros, médicos, periodistas, lampistas, electricistas o, quién sabe, si simples individuos mantenidos por el patrimonio de sus progenitores. En el trayecto hay conversaciones y actitudes para todo, más teniendo en cuenta que al día siguiente es el día del trabajador. Fiesta para muchos, otra ocasión de protesta y reivindicación para unos pocos.

Algunos jóvenes entre risas y el desenfreno jovial típico de la edad, comentan dónde van a ir esa misma noche y hasta qué hora se estarán más o menos. Otros debaten sobre la situación del país en general, los sobres de Bárcenas, la putrefacción de la clase política en nuestro país y el irremediable destino fuera del país que les espera al acabar la carrera. Los diálogos son contrapuestos; la despreocupación e indiferencia de un grupo abruma al otro sector y viceversa. Muchos dirían que a gustos colores; incluso que cada uno se toma las cosas de una manera distinta, pero lo cierto es que la grave situación actual necesita que, el sector más afectado y débil, los jóvenes, actúe y alcen la voz para reivindicar un futuro de momento sombrío en tierra ibérica.

En las últimas semanas muchos analistas políticos reconocían a la figura del presidente, Mariano Rajoy, el hecho de que aún no se haya producido un estallido social en las calles, similar a lo que ha sucedido en Grecia o Portugal, aunque con más vehemencia en el país heleno. La situación habla por sí sola escuchando a sus protagonistas, no es de buen recibo generalizar pero en este caso es evidente que divergen dos  tipos de jóvenes, dentro de un mismo contexto sociopolítico e incluso cultural.

En el día del trabajador, unos optan por la fiesta y otros por manifestarse

En la misma plaça de la Porxada en días de reivindicación, o en el Rectorado de la Universidad Autónoma de Barcelona, ahora ocupado, los manifestantes son conscientes de que si nadie hace nadie hace nada, ‘‘esto se irá al garete’’. ‘‘Nosotros los jóvenes tenemos nuestro futuro por delante, todo depende de nosotros. Es cierto que la clase política ni nos representa, ni lucha por nosotros, pero la sociedad y sorprendentemente muchos jóvenes se han acomodado en la autocomplacencia de tener una serie de recursos que no les cuesta nada obtener, puesto que los consiguen sin esfuerzo y a través de sus propios padres’’, afirma indignado Joan Peiró, militante de las JEV (Joventuts d’Esquerra Verda) y del sindicato de estudiantes de la universidad.

‘‘Todos estamos descontentos y vemos que el futuro no nos será propicio. Lo tendremos mucho más difícil que nuestros padres, se nos exige mucho más. Pero si todos nos quedamos de brazos cruzados, poco a poco, nos quitarán todos los derechos ganados a pulso durante décadas de batalla sindical’’, concluyó Joan.

Esa seguridad al defender unos ideales sirve como contrapunto a la indignación más mesurada de otros, indignación oral que no se traduce en acción. Miguel está ‘desencantado’ con la política, aunque, ¿quién no lo está? ‘‘Nosotros no podemos hacer nada. Al final, siempre se hará lo que se diga desde las altas esferas políticas y económicas, supongo que esto pasará algún día y volveremos más o menos a la normalidad. La cosa es que por mucho que nos manifestemos, nada va a cambiar, porque ellos son los que mandan’’. 

Miguel Sánchez es estudiante de un ciclo superior de electromecánica y aboga por no manifestarse puesto que, según él, es ‘‘totalmente inútil’’. Aún así, el joven ‘‘indignado’’ (a su manera), ‘‘respeta’’ que haya gente que sí ocupe plazas para luchar y demandar cambios inmediatos.  Miguel no es la excepción, muchos jóvenes piensan así y lo demuestra el hecho de que en las protestas más comunes como puede ser la del día del trabajador, los lugares de reunión más concurridos para reivindicar los derechos laborales no se llenan precisamente de personas de temprana edad.

  

Por otra parte, hay otros lugares donde sorprendentemente sí se congregan muchos jóvenes llenos de energía para gritar, aunarse y hacer mucho escándalo en otros lugares menos conocidos. No es el día del trabajador, tampoco ninguna huelga general ni estudiantil en una Universidad; es un derbi. El derbi barcelonés entre Barcelona y Espanyol en el estadio de Cornellà-El Prat reune a miles de jóvenes en los aledaños del estadio. A dos manzanas del propio campo, en la calle del general Josep Manso i Solà casi un millar de aficionados, la mayoría jóvenes, no dudan en saltar, gritar, cantar para animar a su equipo e insultar y lanzar improperios hacia el eterno rival.

  

Nadie duda que el fútbol sea peccata minuta, el gusto por el deporte y su celebración no hace daño a nadie; pero ante tal congregación y escándalo, surge el debate y la inevitable comparación entre el seguimiento y preocupación que muchos mozos dedican al fútbol, al fin y al cabo, algo banal; y la poca atención a la situación actual y la lucha por su solución. Al preguntar a un aficionado, que prefiere mantenerse en el anonimato, el porqué de ese éxtasis por el deporte, el joven argumenta que es algo ‘‘que llevan dentro’’.

Muchos jóvenes abogan por la indiferencia. ‘‘Por mucho que me manifieste nada va a cambiar’’

‘‘Esto es un sentimiento, no es bueno mezclar deporte y política, el Espanyol o el fútbol es algo que llevamos dentro desde pequeños y aunque estemos en crisis es inevitable sacarlo y expresarlo’’. Sin duda alguna, el fútbol fue uno de los componentes que se utilizó en la dictadura para domesticar a sus ciudadanos, un apio para el pueblo de buen sabor que descarga y distrae a la sociedad. El antagonismo entre dos juventudes con preocupaciones distintas florece cuando se habla de deporte; una herencia del régimen con consecuencias actuales, y sobre todo, futuras. Todo está en sus manos.

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