Malala Yousafzai, la voz de los que no la tienen
Foto: The Guardian.

En algún lugar del Swat, valle situado en la frontera entre Pakistán y Afganistán, al pie del Himalaya se encuentra perdida Malala, como cada día de los diez años que acudió a la escuela reivindica el derecho a la educación desafiando a un silencio impuesto por un integrismo salvaje que la arrancó de los riscos, las altas montañas y los ríos cristalinos que convergen en Mingora, localidad natal de Yousafzai.

Expulsada del “paraíso” del Swat desde Birminghan se aferra a la risa como único vínculo con la magia de aquel lugar que tanto añora, pues un profundo sentimiento de ausencia la rodea como la cuerda a la garganta. Pese a su prematura reivindicación de los derechos de la mujer en un estado de opresión en el que el lavado de cerebro rescata los sentimientos más bajos y primarios del hombre, nadie podía imaginar que una estudiante fuera objetivo de los talibanes. Especialmente cuando su padre Ziauddin Yousafzai, era el responsable de impulsar escuelas mixtas en Swat y defender el derecho de las mujeres a una educación. Pero en su caso Malala se convirtió en doble objetivo de la yihad, porque Ziauddin preparado desde niño para entregarse al martirio rompió sus cadenas ideológicas y abrió su mente a la pluralidad, escapando de una realidad manipuladora de conciencias.

Considerado como alto traidor seducido por el laicismo, los talibanes le eligieron como objetivo perfecto para lanzar un mensaje de terror a gobiernos y sociedades hostiles a sus doctrinas y especialmente amenazador hacia un pueblo que además de ser utilizado como arma debe permanecer sumiso y en silencio.  Y lo hizo quebrando la insurrección pacífica de un puñado de niñas que escapan al velo de la opresión por el eslabón más débil de la cadena: Malala Yousafzai. La niña anónima del Blog de la esperanza que se perdió un 9 de octubre de 2012, cuando un chico de unos veinte años escenificó su equivocado acercamiento al Jannah irrumpiendo en un autobús escolar para ejecutar la sentencia integrista con un arma temblorosa de miedo y estrépito. El disparo mortal se marchó en esos milímetros de indecisión que permitieron sobrevivir a Yousafzai, que no guarda el más mínimo rencor a su atacante, al que considera víctima de un grupo de corruptos confundidos con el supuesto retorno al Islam originario.

Dicen que de Malala Yousafzai ha quedado el personaje que conmovió al mundo por su valentía, aquel que se enfrentó a una parte de su propio pueblo con la verdad de la educación, la chica que conmocionó al mundo por su fuerza de superación tras el intento de homicidio, pues la verdadera Malala quedó atrapada en aquel valle verde en el que las niñas esconden el intenso azabache de su pelo bajo el abaya, siempre un barómetro del poder del fundamentalismo islámico. En aquella moralidad impuesta y exigida, fundamentada en tradiciones, intereses y tabúes, el hijab, el djilbab, el nikab o el chador, que marca el grado de intolerancia de un entorno en el que la mujer es tristemente asaltada en sus derechos sociales, legales y humanos.

Malala es la voz de los que no la tienen, es el derecho a elegir libremente, su acceso a la educación universal y por tanto a las múltiples realidades. Se ha convertido en un símbolo y uno de los personajes más influyentes del planeta, pero para los talibanes paquistaníes que atentaron contra su vida en 2012, sigue siendo el instrumento mediático de los enemigos del Islam, que la agasajan con premios por abandonar la religión musulmana para convertirse al laicismo de occidente.

Ignoran por completo la grandeza humana de esta joven que con sus palabras sigue dando lecciones de paz como respuesta a un odio enseñado, a una violencia amparada y justificada en el fundamentalismo religioso. Su defensa de la educación femenina es el punto de color necesario en las carreteras del valle, por las que cada día desfilan más valientes ‘Malalas’ dispuestas a desafiar a los violentos con la cultura como respuesta a la intransigencia y la opresión.

Para los talibanes Malala no merece nada porque nada ha hecho, pero el mero hecho de sobrevivir al brazo armado de la organización terrorista más poderosa del planeta tan solo con el hambre de conocimiento, el poder de la ilusión y la palabra, la acerca mucho más al Jannah de lo que ellos jamás podrían haber imaginado. Pues el camino siempre fue el conocimiento ante la opresión, la integración ante el integrismo, la libertad de culto ante el fundamentalismo,  y por encima de todas las cosas la condición indispensable del respeto por los derechos humanos.

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