Mi héroe es... Nelson Mandela
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El mundo es un gran cómic en el que la realidad que supera incesantemente a la ficción establece perfiles de héroes en función de la excepcionalidad de sus ideas, sus personalidades y sus actos. En la mitología legendaria popular, gigantes y héroes fundadores se reparten un simbolismo y una iconografía no siempre utilizada con fines positivos para la humanidad, pero en el caso de Nelson Rolihlahla Mandela, no existe mayor unanimidad respecto a sus rasgos heroicos cotidianos, la difusión de su heroísmo, aunque existan fundadas dudas sobre la utilización que harán de su iconográfica figura aquellos destinados a sucederle, esos que deben hacer prevalecer en el tiempo sus ideas de reconciliación, libertad e igualdad.

En la celda 46664 de la prisión de Robben Island repetía sin cesar a sus compañeros: "No es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo",  a la vez que versaba sobre su situación personal, considerada como la proyección de su propio pueblo: "Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma".

Mandela supo crear con las cuatro reglas básicas de la aritmética la ecuación de la libertad, la tolerancia, el perdón y la democracia. Para restar odio y transformar la furia, sumó reflexión y sabiduría a una situación ciertamente insostenible. Dividió a aquellos que pensaban que la solución pasaba por el sometimiento, el soborno y la violencia, multiplicando por mil la esperanza de un pueblo que soñaba con un país libre de la opresión y mucho más justo. Jamás cedió a las tentadoras ofertas del poder de silenciarle en una cárcel de oro. Mandela eligió la lucha, reclutado para la causa por Sisulu, activista laboral y urbanita que quedó impresionado por el carisma y sabiduría de aquel rudo campesino, era un convencido de la estrategia de resistencia pacífica de Mahatma Gandhi contra las leyes cada vez más opresivas del Apartheid. Pero la tremenda rabia que sintió tras la masacre de Sharpeville, le llevó a pensar firmemente que había que responder al acero con el acero, por ello fue primer comandante del Umkhonto w Sizwe (MK), brazo militar del ANC y el Congreso Panafricano (PAC).

Su activismo político le llevó a prisión, a los campos de trabajo. Aquel doloroso pero necesario paso, surgido de la furia de un pueblo absolutamente legitimado en su rebeldía como respuesta al invasor, al usurpador, constituyó la base de conocimiento y transformación hacia una ecuación descifrada, tamizada, a través del código de barras de acero de la ventana de su celda. Allá en la soledad de un hombre castigado con una situación privativa de libertad construyó la mayor paradoja de su vida: ser libre y encontrar la solución, el camino para escapar de la opresión a través de la palabra.

Madiba descubrió que no hay mayor satisfacción que la de tratar de evitar alguna guerra, que la palabra, el diálogo, puede llegar a tener el poder y el peso de los carros blindados. De una situación de absoluta oscuridad supo hacer filtrar la luz más intensa, demostrándonos que los machetes también pueden servir para escribir en la arena un tratado de paz. Por ello se preocupó sabiamente de ‘conocer’ a su enemigo, de hacerse respetar tanto por su pueblo como por aquel que no tardaría demasiado en sentirse orgulloso de ser representado por un gran hombre que nació y creció en una choza de Qunu, alimentado por el maíz, el sorgo, la calabaza y el frijol de Sudáfrica.

En uno de aquellos oscuros días de cadena perpetua llegó a predecir que se convertiría en el primer presidente de color de una Suráfrica unida y un poco más libre. Su tenacidad y su desesperado grito de reconciliación hizo captar la atención del planeta, llamó a la reflexión a los opresores y abrió en canal el corazón de los oprimidos, que se agarraron firmemente a la mano tendida por Madiba. De esta forma llegó el momento en el que la minoría blanca en el poder tomó conciencia de que no encontrarían leyes o armas capaces de acabar con el mensaje Mandela, arraigado ya en todo el planeta. Mandela, ‘el hacedor de problemas’ pagó con 27 años y medio de privación de libertad el precio por la liberación de su pueblo. Gracias a su excepcionalidad, a ese encanto infinito y un poder de seducción asentado en unos principios tremendamente nobles y sólidos, unos y otros llegaron a la conclusión de que en una tierra sembrada por la semilla del odio jamás se podía regar con sangre si realmente se pretendía construir un futuro esperanzador.

Coincidiendo con la llegada al poder del presidente reformista Frederik de Klerk, invirtió los últimos cinco años de su cautiverio en entablar vías de diálogo. Consiguió que el pueblo cambiara la imagen del opresor por la de compañero, sentando las bases de un futuro aperturista y esperanzador para el pueblo sudafricano. Cuando la vía del diálogo dio los frutos esperados, la comunidad internacional celebró la excarcelación de una leyenda llamada Mandela, pero su pueblo lo hizo aún más. A las tres de la tarde del 11 de febrero de 1990, la pesadilla se convertía en sueño cumplido, medio millón de personas aguardaban impacientes la aparición de un Madiba libre. Lideró cuatro años de duras negociaciones en las que tuvo que hacer muchas concesiones para llegar a las históricas elecciones democráticas que le dieron al ANC una victoria sin precedentes que cambió para siempre el modelo político de Suráfrica.

Un 10 de mayo de 1994, tomó posesión como primer presidente negro de Suráfrica y Mandela vistió de color el presente y futuro de su pueblo. Buscó nexos de unión entre blancos y negros, demostrando que el deporte puede ser uno de los caminos más efectivos para unir a la gente. En un acto de generosidad sin límite dio una lección a todos aquellos que pensaban que el poder podía llegar a corromperle. Cuando la cúpula de su partido pretendía erradicar el marcial himno colonial Die Stem, que ensalzaba lo triunfos de Retief, Pretorius, aplastando la resistencia de los negros, en favor del Nkosi Sikelele, himno extraoficial de la Suráfrica negra, sorprendió a todos diciendo que aún no había llegado el momento, que hasta la definitiva reconciliación y a efectos ceremoniales Suráfrica tendría dos himnos, que se tocarían uno tras otro.

Por decisiones como esta Mandela se salió de la normalidad, convirtiendo en excepción casi todo lo que hizo, anteponiendo en todo momento los intereses de su pueblo a los suyos propios, quizás como dijo en muchas ocasiones sacrificando incluso su vida familiar por su afán de querer cambiar el mundo. Pero es que para Madiba el pueblo era su familia, por ello la noticia de su muerte no por esperada ha sido menos dolorosa, pues en la conciencia Surafricana, que se encuentra lejos de cumplir su sueño, flota la inquietante sensación de que acaba de quedarse sin el Padre de las ideas.

En el panteón de los héroes Mandela ocupa un lugar preponderante y la mejor manera de mantenerle vivo en nuestra memoria es demostrar con hechos que hemos aprendido de su enseñanza, de que su excepcionalidad debería convertirse en algo común en el ser humano, cualidad que nos permitiría dirigirnos hacia la construcción de un mundo más libre, mucho mejor y más igualitario.

Foto: http://www.migueldelrio.es

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