La hora del ‘caffe sospeso’
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El café napolitano es un asunto muy serio, es algo que va más allá del sabor, de su breve intensidad, es una excelente y antigua tradición partenopea que se adentra en lo más profundo de aquella bendita tierra. Es el verdadero sabor, la sabiduría diaria en pequeños sorbos, pues en Nápoles cuando una persona  se encontraba especialmente feliz, en lugar de pagar un café pagaba dos, uno para él y otro para el cliente que venía a continuación. De esta forma, cuando un vagabundo o un ciudadano sin recursos acudía al bar, tenía a veces algo caliente que llevarse al estómago. Era como ofrecer una taza de café para el resto del mundo....

La citada practica cuenta con un buen puñado de años de antigüedad y para encontrar sus orígenes debemos trasladarnos al siglo XVII y el reino de Nápoles, por entonces perteneciente a la corona de Aragón. La ciudad que hasta ese momento había gozado de uno de sus grandes picos de esplendor entró en franca recesión, siendo golpeada por la crisis y la peste, reduciendo su población a tres cuartas partes y convirtiendo el más mínimo motivo de esperanza en una buena ocasión para celebrar. Y bajo estos fundamentos históricos podemos encontrar el germen histórico de la tradición. Un cuento arraigado y novelado que relata que en los cafés de los barrios de las clases obreras de la ciudad napolitana, concretamente en el café del barrio de Sanitá, un obrero puso de moda el célebremente conocido “caffe sospeso”.  Especialmente feliz por su situación personal decidió compartir con los demás su estado, tomándose una taza caliente y pagando dos, para dejar en espera, en suspenso un gesto de generosidad para el siguiente cliente con escasos recursos. Filosofía griega aplicada a la vida cotidiana, una tradición napolitana que fue perdiendo fuerza con el paso del tiempo.  Por ello Luciano De Crescenzo, polifacético escritor y ensayista italiano, conocedor de la vieja costumbre llegó a la conclusión de que había que reactivar la iniciativa, profundizando sobre ella en una colección de artículos costumbristas publicados en prensa.  Una serie de notas que dieron lugar al título y la primera historia de su libro El café pendiente: Sabiduría diaria en pequeños sorbos

La obra de De Crescenzo sirvió para en 2008 reactivar en algunas cafeterías de Nápoles la hermosa tradición secular. Especialmente a través de una ONG llamada «Rete del Caffè Sospeso», que desde 2010 y con el apoyo del Ayuntamiento de Nápoles, diversas asociaciones culturales y sociales, determinó que los 10 de diciembre se celebraría la "Giornata del Caffè Sospeso". Maurizio del Bufalo,  se encargó de recuperar la tradición arraigada en los bares de la ciudad napolitana, perdida en la década de los ochenta. Desde aquel año numerosos locales de todo el mundo se sumaron a la iniciativa y aunque tuvo mayor arraigo en Italia, donde se recuperó la vieja tradición, también llegaron adhesiones solidarias desde puntos geográfica y culturalmente tan dispares como Reino Unido, España, México, Argentina, Estados Unidos, Suecia, Rusia, Canadá, Australia, Ucrania, Bélgica y Costa Rica.

Una forma de resistencia a la crisis y los recortes, una iniciativa inspirada en la historiografía, en el intenso sabor de un buen café napolitano. Como dice Luciano De Crescenzo, cada uno de nosotros es un ángel con una sola ala. Y sólo podemos volar si nos abrazamos unos a otros. La idea del “caffe sospeso” fue trasladada y difundida en España por el barcelonés Gonzalo Sapiño, que prendió la imparable mecha que hoy inunda las redes sociales. Una lección histórica absolutamente fidedigna y real, que bien merece unas líneas, este rastro de letras y palabras que nos conducen a la generosidad. En tiempos de sombras solo nosotros podemos intentar cambiar el mundo, y pequeñas iniciativas como esta, destinadas a llevar un halo de luz a los rincones en los que anida la pobreza, constituyen los primeros eslabones de la cadena de la solidaridad.

Y allá en la bruma perdida, en el rincón olvidado de un pequeño bar sin nombre os espera mi “caffe sospeso”, servido sobre una taza grabada con el poema manuscrito en rojo de la felicidad. Siempre breve, pero intenso, preparado al calor de la lumbre de la fraternidad, con la espumosa nata de las pequeñas cosas y en espera de aquellos que sobreviven a diario bajo un bello y dolorosamente desnudo techo de estrellas. Pues ha llegado la hora del “caffe sospeso”, el momento de compartir, de regalar e incentivar los gestos de una señora olvidada llamada generosidad.

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