Vivir aquí y ahora
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Existen cerca de diez mil religiones en este planeta y el 83 % de la población pertenece a una de ellas. Cada una con el rostro de un dios, capaz de convertir a un ser humano en un fanático dispuesto a morir y matar por ese ser supremo. Es cierto que el fanatismo no solo se nutre de la religión, puesto que las ideas han creado históricamente teologías casi más potentes que las religiosas, llegando incluso a crear dioses terrenos mucho más abominables que los divinos. El caso es que podríamos vivir perfectamente sin religión, pero difícilmente lo podríamos hacer sin ética, lo que ocurre es que desde el principio de los tiempos nos atenaza el miedo a lo desconocido y necesitamos ese ser protector que nos reserva una parcela en el paraíso de otra supuesta vida. Es mucho más reconfortante el hecho de creer en un dios que cuida de nosotros y a la citada seguridad se aferran millones de seres humanos. Es innegable la contribución de la religión a la civilización, su utilidad social como calmante de las iras y desasosiegos populares, pero nacida del miedo, ha sido fuente de conflictos, guerras y miserias, absolutamente documentadas a lo largo de la historia de la raza humana.  

Cada religión se cree poseedora en exclusividad de la verdad, sus fieles se creen a sí mismos el pueblo elegido y ese dogma llevado al fundamentalismo genera la exclusión del resto.  En referencia a todo lo expuesto parece que en el transcurso de la realidad ontológica de nuestra existencia hemos aprendido muy poco, seguimos tropezando con la misma piedra. Como muy bien expuso  el sociólogo Gilles Kepel en su libro “La revancha de Dios” desde la década de los setenta se produjo un fenómeno de reversión de la secularización, dando paso a una resacralización societal especialmente intensificada en las religiones abrahámicas. Germen que en esta época de globalización ha provocado la intensificación del sentimiento religioso hasta llegar al fanatismo. Un fanatismo, un fundamentalismo contemporáneo, que a diferencia de lo que muchos piensan, incluye tanto a cristianos, como judíos y musulmanes, todos en su afán de conquista del mundo. Las religiones –lo mismo que las patrias- han servido como excusa para tapando otros motivos, el enfrentamiento sangriento entre seres humanos y en base a esas diferencias se han cometido verdaderas atrocidades.

La voluntad de ese supuesto ser sobrenatural, de esos textos sagrados, ha estado sujeta a la expresión e interpretación humana, y por tanto a los intereses religiosos, que siempre han sido los mismos que los intereses políticos. Política y religión siempre han ido de la mano, en la sociedad actual abunda el teocon, el regreso de los radicalismos religiosos a la liza de las transformaciones políticas y sociales en todo el mundo es un hecho absolutamente constatable a día de hoy; defintivamente “Dios vuelve a la política” ¿o es que nunca se marchó? Tras toda teología, todo fanatismo del tipo que sea, existe una elite que maneja esa supuesta sobrenaturalidad en beneficio de los intereses de unos pocos que manejan la fe de todo un pueblo.

El ser humano ha de comprender de una vez por todas que para que sea mínimamente defendible la solidaridad, la igualdad y la justicia, no se necesita ninguna intervención sobrenatural, sino simplemente la voluntad y motivación humana de defender los derechos fundamentales por encima de los intereses religiosos o geopolíticos. Por ello cada día es más penoso comprobar el resultado de lo que hemos creado, ha llegado el momento de reflexionar, de revisar la naturaleza autodestructiva del ser humano, de comprender que es mucho más edificante vivir por algo, vivir para algo, vivir para ser feliz, para hacer feliz, que morir por algo o matar por algo, matar en nombre de cualquier dios, cualquier teología terrena o divina. Tan simple y tan complejo como vivir y dejar vivir respetando el ser, la existencia en un mundo que nos empeñamos en convertir en un infierno con la esperanza de ganarnos el paraíso en la otra vida, en lugar de intentar transformar el nuestro en un Edén en el que todos encontremos paraísos terrenos. Vivir aquí y ahora…

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