Crónica de una muerte anunciada
(Foto: elpais.com).
La democracia necesita a los medios de comunicación para que los ciudadanos sepan qué está sucediendo. Pero no son un simple conector entre el poder y el pueblo. No son marionetas del poder, son servicios para el pueblo. Y eso no lo era RTVV, que cerró este pasado viernes tras 14 años de emisión dejando a más de 1.600 trabajadores a la calle. 

Valencia gozaba de su televisión y radio públicas, pero a nivel teórico. La realidad fue una gestión pésima por parte de los dirigentes y del propio Gobierno Valenciano que ha supuesto un déficit presupuestario insostenible y la consiguiente necesidad de cerrar. Pero también es importante recalcar que los trabajadores, los mismos que ahora protestan (y con razón), callaban cuando no se informaba decentemente del accidente de metro de Valencia o cuando se hizo un despilfarro con la visita del Papa Benedicto. 
 
No hubo tampoco entonces resistencia notable de los cientos de trabajadores (ahora indignados) entre los que muchos habían sido colocados a dedo por el partido de Alberto Fabra hasta el punto de doblar la plantilla necesaria para que el invento funcionara. Ese fue otro de los talones de Aquiles de RTVV, una plantilla excesiva y desorbitada, muy superior a cadenas privadas como la misma Telecinco. 
 
Es una vergüenza que suceda esto en plena democracia y cuando encima nos toman por zopencos y aseguran que "hay brotes verdes". Brotes hubo con la irrupción policial en la sede de Canal 9 para cortar la emisión.
 
A lo golpe de estado. Los políticos fallaron otra vez, pero RTVV no fue jamás un servicio público. 
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