Suiza 1954, el Mundial de la televisión
Foto: VAVEL

El Mundial de 1954 de Suiza será siempre recordado por el “Das wunder von Bern” (Milagro de Berna), protagonizado por aquellos alemanes voladores que con sus revolucionarias zapatillas Adidas sobre el barro y bajo el halo de sospecha de supuestas ayudas ilegales tanto en el terreno arbitral como en el médico, acabaron con la leyenda de unos “Mágicos Magyares” que llevaban cuatro años invictos, partían como favoritos y habían asombrado al mundo con anterioridad.

El de Suiza siempre será el mundial del nuevo comienzo de la RFA, el del ‘Tio Sepp’ y Fritz Walter, el de Rahn, el de Herbert Zimmermann elevando a “Dios del fútbol” a Toni Turek, guardameta alemán, también el de once magos húngaros como Sandor Kocsis, Zóltan Czibor, Nandor Hidegkuti, József Bozsik, Ferenc Puskas zozobrando bajo la lluvia en el Wankdorf Stadium de Berna, en un terreno absolutamente embarrado en el que los germanos parecían aviones. Es sin duda la imagen de aquel 4 de julio de 1954 en el que se jugó la final, pero dieciocho días antes tuvo lugar un suceso que para muchos ha quedado en el olvido, pero que tuvo una trascendencia crucial en la historia de este deporte…

Un 16 de Junio de 1954, las imágenes en movimiento y el directo, la retransmisión comenzó a cambiar la historia del fútbol. Aquel día en el Estadio Olímpico “La Pontoise” de Lausana (Suiza) las imágenes en blanco y negro mantuvieron en vilo a los cuatro millones de privilegiados telespectadores que prendieron sus mastodónticos televisores de válvulas para recepcionar la histórica señal del encuentro.

El partido inaugural disputado entre Yugoslavia y Francia fue retransmitido en directo para ocho países europeos (Francia, Inglaterra, Bélgica, Italia, Dinamarca, Holanda, Suiza y Alemania), que se asociaron para ofrecer conjuntamente en directo tres importantes sucesos que se iban a producir entre junio y julio de 1954: una entrevista con el Papa Pío XII, la salida de la carrera automovilística de las 24 horas de Le Mans y 9 encuentros de la Copa del Mundo de fútbol. De esta productiva sociedad nació la idea para la creación de una histórica agrupación de cadenas europeas a las que se puso por nombre Eurovisión.

Podemos encontrar numerosas crónicas de la final, pero la que en este caso verdaderamente nos interesa es la de aquel partido inaugural, pues en cierta medida podremos experimentar lo vivido por aquellos primeros telespectadores.

Con un aforo para 50.000 espectadores el remozado estadio Olímpico “La Pontoise” albergó cinco partidos del mundial, incluyendo el ya citado y correspondiente a la inauguración, pero lejos de convertirse en escenario capaz de acoger a la cifra de espectadores correspondiente a su aforo, se convirtió en el primer estadio de fútbol en reunir entorno a un balón a más cuatro millones de aficionados al fútbol. Aunque la fase inicial se llevó a cabo aquel 16 de junio en tres sedes (Lausana, Zurich y Basilea), por cuestiones de horario correspondió el honor de albergar el partido inaugural al enfrentamiento entre Francia y Yugoslavia del grupo I.

El encuentro fue dirigido por el colegiado galés Benjamin Mervyn Griffiths, asistido en las bandas por el español Manuel Martín Asensi y el suizo Rene Baumberger. El técnico yugoslavo Aleksandar Tirnanic puso en liza al siguiente once: Valdimir Beara, Branko Stankovic, Tomislav Crnkovic, Zlayko Cajovski, Ivan Horvat, Vujadin Boskov, Rajko Mitic, Bernard Vukas, Stejpan Bobek, Branko Zebec y Milos Milutinonovic. Por su parte el seleccionador francés Pierre Pibarot eligió al siguiente once para enfrentar a los futbolistas balcánicos: Francois Remetter, Lazare Gianessi, Raymond Kaelbel, Robert Jonquet, Jean Jacques Marcel, Armand Penverne, Rene Dereuddre, Leon Glovacki, Raymond Kopa, Andre Strappe y Jean Vincent.

Por la amplia bocana del estadio saltaron al césped en formación ambos equipos, encabezados por sus respectivos capitanes y un trío arbitral de riguroso negro con los amplios cuellos blancos característicos de la época. La aparatosa cámara de televisión cuadrada ubicada a pie de campo captó con eficiencia y claridad el acontecimiento, girando al paso de ambas formaciones registrando el intercambio de banderines entre los capitanes, Bobek y Jonquet, que segundos después efectuaron el sorteo de saque. Desde la cámara ubicada en la tribuna los espectadores pudieron presenciar la formación de ambos equipos en horizontal sobre el centro del terreno de juego y el saque inicial.

Ambos equipos contaban en sus filas con futbolistas de gran calidad, por parte francesa destacaban especialmente jugadores de la talla de su gran capitán Jonquet, el elegante Marcel, Penverne, Glovacki, y Vincent, pero la gran estrella gala era Raymond Kopa, un futbolista de otra dimensión. Por parte yugoslava un viejo conocido como Vujadin Boskov recorría kilómetros y kilómetros en la zona media, en la portería Vladimir Beara, uno de los mejores porteros de la época plantaba un muro en la línea de cal mientras el equipo jugaba al son marcado por la perla de los Balcanes Bernard Vukas y el peligro creado por Bobec, Zebec y Milutinovic.

El gol fue anotado por Milos Milutinovic en el minuto quince de partido con un disparo raso cruzado al palo izquierdo de Francois Remetter que no pudo hacer nada por detener el chut con su estirada. El balón se fue a dormir a las mallas levantando un rastro de cal al pasar por encima de la línea de cal, el fútbol tantas veces y tan magníficamente relatado por los magos de la radio, entraba en otra dimensión, en ese universo de detalle que trajeron consigo las imágenes de televisión, aquellas que en cierta medida nos hicieron perder la magia que nos proporcionaba el relato y los mundos imaginarios a los que nos transportaban. La telerrealidad se colaba en los hogares, con ellos la polémica y un nuevo tipo de aficionado, el entrenador de salón. El poder del ojo que todo lo ve quedaba definitivamente certificado con la imagen del marcador del estadio La Pontoise, en el que las enormes manillas de un circular reloj Omega volaban pesadamente por el minuto quince junto a los guarismos numéricos favorables de 1-0 para Yugoslavia.

Una espectacular chilena ejecutada por Jean-Jacques Marcel fue despejada a córner con gran acierto por el gran portero Vladimir Beara, que evitó el empate del conjunto francés, por lo que pese a los esfuerzos de Kopa y compañía por neutralizar la ventaja, el conjunto balcánico se alzó con una victoria que para muchos no pasará a la historia de los mundiales ni del fútbol mundial, pero que posiblemente emocionó a muchos de aquellos aficionados que vivieron la fuerza de la televisión y el directo por primera vez en sus vidas. Por tanto aquel que pasó a la historia como el Mundial del “Milagro de Berna”, bien podría haber pasado a la misma como el Mundial del “Milagro de la televisión”.

El dato podría parecer anecdótico pero nada más lejos de la realidad, puesto que la televisión y la guerra por hacerse con sus derechos marcaron en gran medida el devenir de un deporte que cedió buena parte de su naturaleza lúdica al negocio. Un deporte cuya universalidad dependió en un principio de los barcos ingleses, el ferrocarril, la prensa escrita, la radio, la televisión y por último a internet, supo incorporarse y adaptarse en cada momento histórico a la tecnología disponible en cada época hasta convertirse en un fenómeno viral, que por razones ciertamente explicables para los aficionados e inexplicables para el resto, vuelve loco a millones de seres humanos.

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