Cuando Nadal cayó en Halle ante un alemán de origen jamaicano, con rastas y a lo loco, repelente al fondo de pista y con la efusividad del saque y volea como la doctrina kriptoniana, las estadísticas cayeron sobre Rafa y sobre el césped como cae un globo de agua al suelo: con violencia y manchándolo todo. El noveno Roland Garros, que todavía dejaba verse con tiznajos de arcilla en la indumentaria del mallorquín, correspondía a otra realidad, la realidad de Nadal, el lugar físico donde existe y que desaparece cuando pisa la hierba, que es un mundo etéreo donde las zapatillas del número 1 no agarran.

La hierba es un mundo etéreo donde las zapatillas del número 1 no agarran

Rafael Nadal llegará a Wimbledon con pesadillas y con un juego dubitativo, del color del torneo, o sea, verde. Ha perdido cuatro de sus últimos cinco partidos sobre los tapetes de hierba, incluidos los dos resbalones en el All England Club en 2012 (segunda ronda) y 2013 (primera ronda). No queda nada del, por estadística, segundo Grand Slam más fructífero en su carrera: cinco presencias en la final consecutivas (2006-2011) con dos títulos, sólo en Roland Garros ha llegado a las mismas finales de manera seguida.

Ahora Rafa es un extranjero en los feudales donde fue amo. La tendinitis que se gestó en sus rodillas se agranda en la superficie y en su rostro sólo se antojan malas hierbas cuando la pelota bota escasamente, lo que obliga a reclinar el lomo y recaer el peso sobre las articulaciones inferiores. Es una tortura para el temperamento del balear, que tiene que combatir con el dolor y con una bola irregular cuya trayectoria baila, como drogada. Un encuentro en hierba suele acabar en el saque y poco más, pues los peloteos raramente ascienden de los diez intercambios por rally, lo que resta armas a Nadal y le imposibilita retorcer al rival entre cansancio y desgaste, pues se erosiona él mismo.

Nadal deberá contener la alergia que le une a la pista natural en los últimos años, convertir los estornudos en arengas y expulsar el déficit de su juego, esto es, el resto ante el saque potente. Ante Dustin Brown, nº85 del mundo y sin que tenga conciencia alguna de haber levantado un título individual, la aclimatación que debía servir de transvase entre París y Londres duró una hora en Alemania. Con seguridad, el español mantendrá el cetro del ranking ATP, pues no defiende botín en la Centre Court, pero las sensaciones erráticas que mostró -en lo que debería haber sido un paseo- arrojan más inseguridades que certezas al empuñar la raqueta, incapaz de hacer girar la bola a 5.000 vueltas como en otras superficies. La pelota no se marea y el rival se serena.

A diez días del inicio del torneo más especial de todos, se derrite la imagen de un tenista frágil y vulnerable cuando está rodeado de verde. La durabilidad de unas rodillas cosidas con hilo y celo se antoja como parámetro para concebir a un Nadal gigante o rasurado. Sano o enfermo. Achús.