El saque y volea. El golpe liftado que apenas se levanta. Las mañaneras gotas de rocío acomodadas entre el verde en el primer turno del día. Pelotas que no votan, sino que se deslizan de un lado a otro de la red. El olor a césped. Wimbledon. La cuna del tenis, el torneo más antiguo del mundo. La elegancia vestida de blanco y personificada en un torneo tan vetusto como singular.

El torneo por excelencia del tenis mundial ya está aquí. Su edición 2014 está a la vuelta de la esquina y, con ella, las esperanzas de un recóndito grupo de románticos de la raqueta que siguen apostando por rendir a su mayor nivel junto al pasto. Unos insensatos que llevan la contraria a la lógica, que luchan por el pasado de un tenis que ya solo denota cemento. Una bendita locura que disfrutan aficionados de todo el mundo un mes al año.