Stanislas Wawrinka está un paso más cerca de revalidar su título en el primer Grand Slam de la temporada. Pese a la complejidad de que este hecho se cumpla, el tenista suizo llega mostrando grandes sensaciones sobre el cemento ardiente de la veraniega ciudad de Melbourne. Tras arrasar en primera ronda al turco Marsel Ilhan y sufrir más de la cuenta en la segunda contra el rumano Marius Copil, el finlandés Jarkko Nieminen asomaba en el horizonte como su siguiente rival. El cabeza de serie perteneciente a su parte del cuadro, el uruguayo Pablo Cuevas, había caído en primera ronda contra el tenista alemán procedente de la previa Matthias Bachinger, eliminado a posteriori por Nieminen.

El tenista nórdico no iba a ser un rival fácil. Su elevada experiencia (no en vano suma 33 años a sus espaldas) y su clásica forma de adherirse a la pista lo convertían en el más complejo de los tres oponentes a los que, hasta el momento, se había enfrentado el astro suizo. Pero Wawrinka, que a sus 29 años ha alcanzado la cima de su madurez competitiva, tenía claro su objetivo y no cesaría en su esfuerzo hasta alcanzarlo y superarlo para seguir batallando en el torneo que, hace apenas un año, le brindó la mayor alegría de su carrera como tenista profesional.

Frialdad por naturaleza

El encuentro se presentaba bonito por las características de ambos tenistas. Wawrinka, propietario del, para muchos, revés más mortífero del circuito ATP, se situaba a un lado de la pista azul celeste; mientras Nieminen, con la gélida mirada que emiten sus vidriosos ojos azules, se colocaba frente a él, dispuesto a luchar con ese habitual ímpetu nórdico, al menos hasta que la clase de Wawrinka lo sobrepasase de forma definitiva. El pequeño esférico amarillo salía disparado hacia el cielo australiano de las manos de Nieminen y el partido daba comienzo.

El primer set siguió el canon de lo previsto. Un arranque titubeante para ambas partes, tanteando el terreno, asegurándose sus servicios y sin cometer grandes errores. Entrando en la recta final del parcial, el favorito asumió las riendas del partido, arrinconó a su adversario con su saque, su revés y su eficacia en la aproximación a la red, y acabó logrando una rotura en su cuarta opción de break. 6-4 para Wawrinka y un paso más hacia la clasificación. Las miradas frías sobrevolaban la red del Rod Laver Arena a una velocidad de vértigo.

Niemien se despide de Australia tras realizar un buen torneo (Foto: Clive Brunskill / Getty Images Asiapac).

La segunda manga se abría con juegos mucho más disputados que los de la primera. En el primer servicio del suizo, Nieminen disponía de su primera opción de break del partido, aunque no era capaz de materializarla. Sí lo hacía Wawrinka en el juego inmediatamente posterior, asegurando su saque y colocándose con un 3-0 que dejaba poco a la imaginación. Nieminen atravesaba un momento errático. Pelotas fáciles enviadas al pasillo, conjugadas con la seriedad del tenis de su talentoso rival, provocaban que perdiese de nuevo su saque, aunque devolvería la rotura a Wawrinka en su siguiente turno de servicio. Finalmente, un tercer break para el tenista de Lausanne colocaría el definitivo 6-2 en el marcador de un set repleto de errores y asolado por la locura.

En el tercer set, que a la postre se convertiría en el definitivo, las cosas no cambiaron. Nieminen lograba un break tempranero que Wawrinka pronto contrarrestaba. A partir de ahí, servicios cumplidos sin mayores dificultades hasta que, con 5-4 a favor del suizo y el finlandés sacando, dos winners de Wawrinka y dos errores incomprensibles de Nieminen enviaban al tenista nórdico a su casa y otorgaban al número cuatro del mundo y campeón defensor su billete a unos octavos de final que lo acercan un poco más a su sueño: revalidar su título de Grand Slam en Australia. Su rival en la próxima ronda será el albaceteño Guillermo García López, en lo que se prevé que sea un duelo de reveses. Uno de esos que embelesan al espectador.