Acceder al complejo tenístico barcelonés es sinónimo de recibir de inmediato un mensaje olfativo y visual. Traspasado el arco blanco que se dispone a la entrada, el tenis espera. Y aunque, desde el exterior, no se consiga apreciar el sonido de las zapatillas arrastrándose sobre la arcilla o del impacto de la pelota amarilla en las tensas cuerdas de las raquetas, uno es sobradamente consciente de que el tenis anda cerca. Huele a tenis. Los niños corretean por el Village del Club armados con sus enormes pelotas listas para ser firmadas. El azul del Banc Sabadell predomina, y la atmósfera se carga inmediatamente de un fuerte aroma a competición. A Barcelona nadie viene de paso. A Barcelona todos vienen a ganar.

Albert Montañés, uno de los tenistas de la casa, es de los primeros en acceder a su particular ring de boxeo. El tarraconense, empapado en sudor tras sufrir para derrotar al lituano Ricardas Berankis en primera ronda, aguanta la respiración para charlar después del partido. A sus 34 años, no ha perdido ni un ápice de ilusión por ganar en el Godó. “Jugar aquí me pone nervioso, es mucha presión, es complicado. El público siempre está muy encima, apoyándote. Te sientes honrado. Quizá sea por eso que es tan bonito ganar aquí”, declara, exhausto, antes de emprender su rápido camino a vestuarios en busca de un chorro de agua bien fría.

El propio Conde de Godó, Javier Godó, está presente en todos los partidos a los que puede asistir, denotando un obvio interés por la empresa que su padre fundara en 1953. En la presentación del torneo, ante la prensa, lo deja claro: “el Godó es un torneo especial. Lo es por las instalaciones, el ambiente y el calor del público”. Una evidencia que se comprueba en cada encuentro, con pistas llenas desde la primera ronda y voceríos animando a los locales desde el arranque.

Otro de los enamorados del Godó es David Ferrer. El tenista natural de Jávea, número ocho del ránking ATP, carga sus palabras de emoción al hablar sobre lo que el torneo significa para él. Lo hace después de acceder a cuartos de final, en un intento más por obtener un trofeo que se sigue resistiendo a entrar en su palmarés. “El Godó es muy especial para mí. Es, junto a los Grand Slams, el torneo que más ilusión me hace jugar”. Ferrer, además, confiesa que desde pequeño fue “un habitual en el Godó” y admite, cabizbajo, que le duele no haberlo ganado todavía pese haber alcanzado hasta cuatro finales (todas ellas perdidas ante su monstruo particular, Rafael Nadal).

David Ferrer: "Junto a los Grand Slams, es el torneo que más ilusión me hace jugar"

Y es que el Trofeo Conde de Godó no deja indiferente a nadie. Todos los tenistas españoles anhelan ganarlo por encima de todas las cosas. Y no es difícil comprenderlo. En un circuito ATP impregnado por el poder de los grandes magnates, pocos han sido los rincones dedicados a la veneración del tenis que han logrado permanecer intactos. Wimbledon es la clara imagen de este tipo de torneos, impenetrable, con una imagen invariable y casi mágica que hace que sea el trono máximo al que puede aspirar cualquier tenista. La meca del tenis, por así decirlo.

Barcelona posee, junto a Montecarlo y Kitzbühel, el honor de contar con los únicos torneos, más allá del Grand Slam inglés, que continúan disputándose en clubes tenísticos. Jugadores, organizadores y aficionados coinciden en el factor de diferenciación que esto supone. El Conde de Godó celebra el tenis, lo ensalza, lo hace una actividad de la que enorgullecerse. Le quita la etiqueta elitista que a menudo recibe y lo coloca a ras de suelo, donde se decide si la pelota toca la línea o se escapa por centímetros. Donde las rodillas del campeón se postran, en busca de un soporte, en el éxtasis de la victoria.

La fuerza de este torneo, pese al momento difícil que vive el mundo del tenis, ha ido incrementándose con los años. Hace escasos meses, recibió el galardón de calidad entregado por la ATP. De este hecho se enorgullece Albert Agustí, director del Real Club de Tenis de Barcelona, quien se quita los tacones para dar las gracias "a recogepelotas, medios, empresas colaboradoras, administraciones públicas, socios y aficionados" porque, como el tenis que se disputa en Pedralbes, el galardón es "por y para todos".

Lo cierto es que el Godó está decidido a romper fronteras. Tanto se percibe este fenómeno que también jugadores extranjeros han comenzado a mostrar su especial interés por llevarse el trofeo a sus vitrinas. El colombiano Santiago Giraldo, finalista en su edición de 2014, reconocía tras avanzar a octavos de final que se siente como en casa en Barcelona. Para el tenista sudamericano, de pocas pero valiosas palabras, todo se resume a "amar a aquellos que sienten pasión por el tenis". Ante la pregunta de si la fuerza de su tenis se incrementa en Barcelona, no lo duda y contesta que “es normal jugar bien cuando te sientes tan a gusto en un lugar”.

La cercanía en la que todo tiene lugar en las instalaciones barcelonesas convierte al torneo en una suerte de reunión familiar entre, como dice Giraldo, amantes del tenis. Personas que celebran cada punto, que se exaltan con un intercambio de 20 reveses cruzados a una mano, que sienten sus ojos brillar cuando su jugador favorito conecta un winner o se lleva un encuentro. Personas que, ante todo, aman contemplar a la pequeña pelota sobrevolar la red una y otra vez durante horas.

Santiago Giraldo no es el único tenista extranjero que se ha quedado prendado de los encantos barceloneses. Una de esas caras que cada año se dejan ver por el Godó es la del tenista ruso Teymuraz Gabashvili, quien, como él mismo reconoce, lleva ya siete años afincado en la capital catalana. Después de confirmar su presencia en la segunda ronda del torneo, se sincera, afirmando conocer al club desde mucho tiempo atrás. La tez del jugador ruso es rugosa y ofrece una impresión de veteranía que, sin embargo, no registra su edad, todavía por debajo de los 30 dígitos. Gabashvili denota emoción y cuenta que en el Godó juega “con otras ganas, otra motivación”.

Uno de los miembros más recientes de esta especie de club de amantes del Godó es el dominicano Víctor Estrella Burgos, una de las sensaciones de la presente edición, y que representa en carne viva muchos de los valores que el Club de Tenis de Barcelona busca emitir. Estrella encarna la superación y la batalla, y buena muestra de ello es que haya alcanzado el top 50 ATP por primera vez en su carrera a sus 34 años. Nunca es tarde para triunfar. Después de borrar a todo un top ten como Marin Cilic del torneo, el centroamericano se siente pletórico. "Es mi primera vez en Barcelona y no tenía ni idea de que fuese un torneo tan bonito", declara, extasiado.

El tenis, en último término, es aquello que se proyecta sobre la arcilla del Conde de Godó. Es competitividad, es elegancia y es fair play. Es despojarse de prejuicios, liberar la mente y golpear la pelota. Un deporte hecho para unir y demostrar que, cuanto mayor es el amor del aficionado hacia aquello que ve, mayor será la pasión con la que el deportista lo recompense. Un beso en la frente a aquellos que han llegado a dudar de la poderosa alma con la que todavía cuenta este deporte. A todos aquellos que, como Calamaro, se dejaron sus abriles olvidados. Hasta el próximo abril.